lunes, 27 de febrero de 2012

¡Los matachines!


Marisa Pineda

Por muchos años la cuaresma sacó uno de mis miedos más enraizados, más ocultos y disfrazados a los ojos de los demás: el miedo a los matachines. Desde que tengo uso de memoria en cuanto oía o divisaba a los matachines era de encerrarme, desviar el camino cuadras enteras para sacarles la vuelta o correr al establecimiento más cercano a refugiarme hasta que pasaran y pudiera huir de ellos. Así fue hasta el jueves pasado en que gracias a un niño, a quien ni conozco, vencí tal temor. ¿Cómo lo logré? Haciendo el ridículo.

Para esto, los del Departamento de Investigaciones de A dos de tres aclaran. Los danzantes disfrazados de seres mitológicos que llegan a las calles de Culiacán en cuaresma se llaman judíos o fariseos, no matachines.  Pertenecen al grupo indígena mayo yoreme, asentado en comunidades al norte de Sinaloa. Su presencia es una manda en agradecimiento a algún favor concedido o en espera de recibir. El origen del error en el habla popular se pierde en el tiempo, pero los matachines son otros; distintos en indumentaria y fecha para su danza. La danza de matachines se baila el 24 de diciembre y, eventualmente, el día del Santo Patrono de algún pueblo. No es lo mismo el nacimiento de Cristo que la pasión de Cristo, recalcan. Luego de su cápsula cultural, continúo.

El Miércoles de Ceniza, estando en casa escuché el peculiar sonido que encendió la alerta personal: ¡matachines! El jueves, iba por el centro de la ciudad, con la guardia baja, cuando los voy divisando a no más de diez metros de distancia. ¡En-la-m!. Intenté cruzar la calle pero no pude, los camiones urbanos amenazaban a todo ser vivo bajo la banqueta. Sentía que la gente me empujaba, y en verdad lo hacía, hacia la esquina donde estaban los danzantes. Logré detenerme a esperar que el agente de tránsito marcara el alto y así poder alcanzar la otra acera, pues, para mis males, el único negocio en el cual podía refugiarme estaba al otro lado de la calle.

Pero el agente vial estaba más ocupado infraccionando carros mal estacionados, que en mi callada urgencia. Los segundos se me hacían eternos y el tránsito ni intenciones de dejar de hacer boletas. Porca miseria. En eso un dedo me señaló y una doña a quien ¡en mi vida había visto! Exclamó: “mira, la señora no les tiene miedo a los matachines”. De que buena gana le hubiera dicho No sea Usted determinada y busque otra forma de quitarle el miedo a su hijo, pero me topé con la mirada del plebe. Estaba tan asustado como yo, pero el todavía no aprendía a disimularlo.

Quizá porque me vi retratada en él, o porque andaba de buenas, o porque soy una ruda con alma de técnica, me acerqué al chamaco (como de unos seis años), y le pregunté si había visto la lucha libre. Apenas movió la cabeza para afirmar. Le dije que los matachines eran como luchadores enmascarados, pero en vez de luchar bailaban. Que sus máscaras eran peludas porque estaban hechas de cuero de animales, y que tenían cuernitos porque eran de seres imaginarios, como los de las caricaturas. Ya sé que el argumento no es muy científico, pero la improvisación no dio para más.

Ahí me tiene como participante del Foro del Saber, explicándole al plebe que la faldita que llevan en la cintura está hecha de una planta llamada carrizo. Que lo que llevaban enredado en las piernas se llama tenábari y son unos cascabeles hechos con capullos secos de mariposa a los que se les mete una piedra para que suenen. El niño logró hablar “¿De mariposa?”.  Sí,  de una que se llama Cuatro Espejos. Le platiqué que los matachines en realidad se llaman judíos y que no hablan entre sí mientras tienen las máscaras puestas. Quise decirle que ese silencio es parte de la manda pero me dio antes su deducción, “no hablan porque las máscaras no los dejan mover la boca”. Chico listo.

Recordé a los matachines de mi niñez, cuando nació el miedo. Eran grupos más numerosos, vestían  pantalones y camisa blanca. Había uno que abría paso sonando un látigo. El que pedía el diezmo llevaba una alcancía de madera con una imagen de la Virgen María. Entonces reparé que estos matachines sólo eran tres. No iba el del látigo, ni llevaban la imagen de la Virgen y tampoco la alcancía de madera. Estos vestían mezclilla y hasta bermudas;  uno llevaba huaraches, los demás calzaban  tenis, y en vez de alcancía acercaban un vaso de plástico. Ahí empezó el alivio.

Le pedí al niño que observara bien el cuadro. Tras el silencio sonrió y dijo Tiene máscara pero sus shorts no son de luchador, son como de señor. Exacto. Con el perdón de la etnia pero esas máscaras no van con calzones largos de cuadritos. Algo se pierde al verlos así. En vía de mientras nosotros perdimos el miedo. Nos animamos a acercarnos, echamos una moneda en el vaso y para celebrar los buenos resultados de la sicoterapia de banqueta bailamos al lado de los matachines (¡que se llaman judíos!). Hice el ridículo moviéndome como aspas de lavadora. Unos chamacos de preparatoria se sumaron al barullo. Suficiente desfiguro para mí. Seguí mi camino, mientras la doña le gritaba al niño “ya deja ahí, ya vámonos”.

Un día después, por el mismo rumbo, cachorro menor, conociendo mi fobia, me dijo burlona: mira, ahí están tus amigos los matachines. Por primera vez en mi vida pude responder: ya no les tengo miedo. Para corroborarlo reté ¿quieres ver cómo bailo con ellos?

Muchas gracias por leer estas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com En Twitter, nos encuentra en @MarisaPineda le da seguir y listo. Lo más seguro es que no compongamos el mundo, pero nos vamos a divertir intentándolo.

Que tenga una semana libre de miedos.

(PD: Don Autoridad, ¿Cuantos inocentes cayeron esta semana a manos de la delincuencia organizada? ¿Hubo ya justicia para alguno de ellos? más allá de la Justicia Divina. Si espera que el olvido termine de sepultarlos, error: no se nos olvida.)


 Las imágenes se presentan sin afán de lucro.