lunes, 27 de abril de 2009

A dos de tres

Marisa Pineda

A como somos los mexicanos no tardan en empezar a circular los chistes sobre la influenza y el virus porcino que nos tiene con compras de pánico de tapabocas. La pérdida de credibilidad de los gobiernos (del color que le ponga) ha hecho a más de uno declarar que el tema es electorero, y no falta quien hasta haya puesto en duda la veracidad del asunto; sin embargo, el que Hacienda haya prolongado el plazo para presentar la declaración anual para personas físicas, a causa de la alerta nacional por el mal, ¡eso sí da miedo! y hace pensar que el asunto es más serio de lo imaginado siquiera.

La epidemia ha provocado que, como medida preventiva, en varias entidades se suspendan clases, partidos de fútbol y funciones de lucha libre. Falta ver si se suspenderán también los festejos del Día del Niño.

Para quienes tienen hijos en primaria, éstas son fechas de ir a comprar un ajuar completito para que el vástago vaya guapísimo al jolgorio escolar. Esa es la parte fácil, la difícil es llevar “lo que le tocó poner” para el festejo. Y allá va la madre, cargando con la olla llena. Llega al salón y descubre que hubo a quienes les tocó llevar un paquete de platos o de servilletas desechables. Frente a ello, apoquinar 40 tortas ¡y ahogadas! indica que la equidad no estuvo de su parte.

En la era primaria de esta su amiga, las fiestas del Día del Niño eran sencillísimas. El menú consistía en sopa fría, frijoles puercos y dos tacos de cochinita o algún otro guiso. Por ahí, alguna madre refinada proponía suflé de atún o de jamón. La palabra “suflé” se escuchaba bien elegante y los ignorantes gastronómicos empezábamos a indagar con los sibaritas a qué se refería. Todo para que el archimentado suflé resultara como un sándwich sin orillas. De postre: un pedazo de pastel con gelatina.

La piñata era con figura de payaso y la bolsa de dulces podía contener: un rico beso, un dulce tomy y una natilla montes, un chicle bola (durísimo de hincarle el diente) o dos minichicles Yucatán, una paleta roja, una pulpa o una ollita de tamarindo y muchas galletas de animalitos. Si las mamás se habían puesto magnánimas, en la bolsa podría figurar también un chicle bombero (el mejor para hacer bombas) y las galletas, en vez de animalitos, eran embetunadas.

La decoración de los salones se hacía inflando globos que se tallaba uno en el pelo para que la estática los sostuviera en la pared, con papel crepe se elaboraban cadenas que cruzaban el aula de lado a lado. Para amenizar, las maestras promovían juegos como “ponle la cola al burro”, y ese en que se coloca una hilera de sillas y a como sea hay que ganar lugar. El vencedor obtenía una rebanada extra de pastel, gelatina o dulces. El sonido de la escuela tocaba algo distinto a la Marcha de Zacatecas ¿qué era? Quién sabe. Esas bocinas suenan espantoso y ni el que interpretaba la canción hubiera podido identificarla.

Comparado con las fiestas de hoy, aquellos festejos se ven cursis, ñoños, románticos (si se quiere ser piadoso); pero, al igual que los de hoy, eran esperados con ansía. ¿Quién no recuerda sus fiestas del Día del Niño, por malas que hayan sido?

Desde entonces no faltaba el buen samaritano que, sin autopublicitarse, se apiadaba de los chamacos arrabaleros y les hacía algún obsequio. En la lucha libre, Atlantis ha vuelto toda una tradición la función que, año con año, brinda en honor a la plebada. Las instituciones oficiales se aplican a fondo para celebrar la fecha. Ese es el lado técnico del Día del Niño.

Pero esta la parte ruda. Esa que revela a México como el segundo país productor de pornografía infantil; aberración que genera un estimado de 30 mil millones de dólares anuales, en el mundo, de acuerdo a cifras de la Coalición Financiera Internacional contra la Pornografía Infantil.

En México, alrededor de 20 mil niños y adolescentes son víctimas de explotación sexual comercial, informa el Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia. A su vez, la Red por los Derechos de la Infancia en México establece que existen 3.5 millones de niños trabajadores; de ellos, 170 mil viven y trabajan en las calles y 16mil, que habitan en zonas indígenas, son explotados sexual y comercialmente.

La Coalición Regional contra el Tráfico de Mujeres y Niñas en América Latina y el Caribe señala que en tan sólo en la Ciudad de México ha detectado 250 mil mujeres y niñas ejerciendo la prostitución, 82 por ciento de ellas son analfabetas y llegaron, mayormente, de Puebla, Tlaxcala, Veracruz, Chiapas y Oaxaca, por engaño, compraventa, secuestro o robo. La Organización Internacional del Trabajo apunta que la trata de personas, principalmente niños, es el tercer negocio que más beneficios económicos reporta en el mundo, después del tráfico de drogas y el de armas.

En el monitoreo de Internet que realiza la Unidad de Delitos Cibernéticos y Contra Menores, de la Policía Federal Preventiva, ha encontrado más de 300 sitios mexicanos que exhiben pornografía infantil. De esas imágenes, calcula que el 41 por ciento corresponden a niños y niñas entre 12 y 17 años de edad; 38 por ciento entre 8 y 12 años; 14 por ciento entre 4 y 8 años y 7 por ciento tiene entre 0 y 4 años de edad.

Esa Unidad ha alcanzado importantes logros. Su labor le ha valido ser incluida en el Grupo Internacional 24 x 7 de Combate a Delitos Cibernéticos. Han logrado eliminar numerosos sitios de pornografía infantil en internet y han marcado la pauta para la detención de importantes redes de pederastas. No obstante sus alcances, en un México en que la pederastía hará apenas una semana se tipificó como delito, con una pena máxima de 18 años, el principal problema en el combate a la pornografía infantil es el vacío legal que hay en internet.

En el Foro Internacional de Delitos Informáticos y Privacidad se corroboró que en México, “ni los Ministerios Públicos están capacitados, ni la gente sabe dónde denunciar los delitos cometidos en Internet, ni hay legislación que obligue a los proveedores de servicios de Internet a cooperar con las autoridades”. Las conclusiones advierten: “no es delito actualmente en México ser un intruso en una base de datos si no fue robada información o si no fueron cambiadas las configuraciones, por ejemplo”.

El internet ha sido el nicho para la pornografía infantil; por la baja inversión y máxima ganancia que permite, por el anonimato y facilidad de compra para sus clientes y, sobre todo, porque la legislación y penalización, en ese rubro, es prácticamente inexistente en nuestro país.

Tanto vacío legal por llenar y ver que hay políticos enfrascados en que la epidemia de influenza es un tema electorero, en vez de dedicarse a cubrir esos huecos para que la infancia en México deje de ser carne de discurso y podamos decir con la frente en alto ¡Feliz Día del Niño!

Gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. La de la letra agradece plenamente y expresa su respeto a quienes están frente a las pantallas y colaboraron con el Departamento de Investigaciones de A dos de tres para este texto. Ellos saben quiénes son. ¡Ánimo! Comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com
Que tenga una semana ¡de celebración!

lunes, 20 de abril de 2009

A dos de tres

Marisa Pineda

Cuando los emos vivieron sus cinco minutos de fama, hablamos aquí de las tribus urbanas. Decíamos que así como existen los darketos, las gotic lolitas y un buen etcétera, existen también los buchones; tribu que, como otras, tiene subgrupos. Así como entre los clasemedieros hay “wanna be”, existen los wanna be buchón, segmento con expresiones peculiares que provocan reacciones entre la lástima y la burla. Una de esas expresiones le tocó presenciar a la de la letra, quien todavía no sabe si apiadarse del protagonista y decirle “ay cositas” o de plano soltarle un socarrón “pobre …dejo” . Le cuento.

Dicen los del Departamento de Investigaciones de A dos de tres que por allá en que tiempos del presidente Franklin Rossevelt vino gente de su Gobierno a promover la siembra de enervantes en la sierra sinaloense. Los microclimas eran, y son, aptos para el cultivo de mariguana y amapola tan útil a buena parte de los combatientes en la guerra. La misión comercial prosperó, el problema estuvo cuando la guerra terminó. Al regresar a su país la gringada se llevó la adicción consigo. El resto es historia.
Por ese entonces en la región serrana del centro de Sinaloa había muchos casos de bocio, esa enfermedad en que la deficiencia de yodo provoca el aumento de tamaño de la glándula tiroides. El padecimiento era tan común que decir buchón se convirtió en una especie de gentilicio para referirse a la gente de la región de los altos. Esos fueron los buchones originales.

El problema del bocio se controló. Sin embargo, el poder adquisitivo que habían adquirido los productores de enervantes los llevó a bajar de la sierra a la ciudad capital para comprar, lo mismo insumos para la siembra y cultivo de mariguana y amapola, que camionetas, ropa, alhajas y todo lo que la otrora pobreza (por entonces, extrema) les había negado. En la zona urbana decir buchón ya no era decir sierreño, sino sierreño dedicado a la siembra de mariguana y amapola.

Así como no es lo mismo campesino que agricultor, tampoco era lo mismo gomero que buchón. El término narco no existía, a los llamados narcos de hoy se les decía gomeros (en alusión a la goma que suelta la amapola tras rayarla) y la gente que traían de la sierra para que hiciera las veces de escoltas pasó a ser los buchones. Los buchones, pues, fueron el siguiente sector en la pirámide de mando, de ahí seguían los tacuaches y más abajo los mandaderos. Los subgrupos habían comenzado a formarse.

Eran los tiempos en que las camionetas Ranger y los carros LTD, rifaban. Todo patrón que se respetara tenía que contar con su flotilla de camionetas Ranger último modelo en colores negro, gris plata, roja y azul clarito. Los muy muy tenían en su colección una Ranger dorada. La semiótica le había enseñado al instinto de los comunes que donde se divisara siquiera una Ranger de ese color, había que emprender la franca huída. Los LTD eran para apantallar; se trataba de unos autos eternos que parecían comprados por metros. Los meramente citadinos adjudicaron a las letras el significado Locos Tirando Dinero, no desprovisto de cierto desprecio y otro tanto de envidia por no poder pagar el costo de dichos vehículos.

El atuendo de los gomeros era coordinado de gabardina en color neutro; beige, azul claro, ¡blanco!, café en todas sus gamas. El otro atuendo era pantalón de mezclilla, camisa de cuadros, bota de piel exótica, cinto a juego con hebillota de oro. En tiempo de frío, como decimos aquí a las tres semanas que dura el invierno, salían a relucir las chamarras de piel exótica y corte cazadora. Para quienes aún no dejaban de usar sombrero el Stetson era El Sombrero, le seguían los Borsalino y Dobbs. Al cuello una cadena medianamente gruesa con una cruz cuajada en piedras preciosas, en la muñeca una esclava igualmente mediana y en los dedos anillos bien grandes con una piedra negra engarzada. ¡Era todo!

Los buchones de entonces también usaban coordinado, pero de poliéster; la chamarra, la bota y el cinto eran de exótica piel vacuna; el sombrero era Western y las alhajas tenían menor kilataje, pero mayor tamaño. En los tacuaches el coordinado era de terlenka, ese material que si lo toca un cigarro en vez de quemarse se derrite; el sombrero más que tener equis era Equis; y las alhajas entre menos kilates más tamaño aún. Así, los torzales eran como de pasear al perro, con medallas del tamaño de una galleta pancrema.

El tiempo pasó, el “negocio” como eufemísticamente se le llamaba a la producción y tráfico de drogas se volvió un corporativo con todas las de la ley (leyes de mercado, no nos confundamos y al rato nos miren feo las autoridades). Los buchones también evolucionaron y se añadieron más subcategorías.

El sombrero cambió por una gorra. La camisa de cuadros, ahora también tiene bordados. Los coordinados cedieron su lugar a las playeras tipo polo. Las botas son tenis, de preferencia blancos con algún color bien notorio. De la cabeza a los pies todo el vestuario es de marca conocida y, sobre todo, muuuy costosa. Las cadenas son ahora rosarios y las esclavas misterios de hilo anudado. El gusto musical oscila entre el reguetón, la banda y el norteño. Viajan en camionetas todo terreno y en bajo perfil se mueven en sedanes de lujo. Su lenguaje es alfanumérico: ¿Cómo andas? Al cien, wey. ¿No ha ido p’arriba? Simón, wey, voy llegando. ¡Sobres, wey! ¡Fierro por la 300! Fierro, wey.

Ese grupo suele usar la playera desfajada para ocultar algún arma de fuego de alto calibre y pequeño tamaño.

El siguiente subgrupo es el de los neobuchones. Usan tenis, camiseta y pantalón con ostentosos monogramas que delaten la marca, por supuesto conocida. La cachucha tiene unos brillitos coquetones y es del diseñador del momento. En el cuello, pendiendo de múltiples cadenas, conviven en perfecto sincretismo San Judas Tadeo, la Santa Muerte y un amuleto esotérico. En las muñecas no traen uno ¡sino más de tres! misterios de hilo anudado. Sus gustos musicales son el reguetón, la banda y las apologías musicales que rinden alabanza a vida y obra de aquellos que imita. Es prudente aclarar que la playera, el pantalón, la gorra y los tenis son copias de las originales. Las esclavas, cadenas y medallas son chapeadas. Las bolitas de los misterios no son de oro sino de goldfield (un bimetal con parte de oro, pero bimetal al fin), los cd’s son quemados y, si bien habla como los buchones, su auto es un todoterreno de modelo noventero, que aún no ha logrado legalizar

Pero hay otros, los wanna be buchón. Esos cuyo atuendo es copia de la copia, comprado a crédito con alguna abonera. La música la lleva en un mp3 que sacó también a crédito. Viaja en camión urbano y su meta cercana es comprarse una troquita chocolate. Su relación con la delincuencia organizada es la que tiene a través de la música que escucha, de la página policíaca que lee “para ver a quien mataron o a quien agarraron”. Sus únicos encuentros directos con la malandrinada son las veces que lo han asaltado. No tiene arma, pero sabe de ellas más que nadie.

Días atrás la de la letra entró a conocida boutique frente al mercado Garmendia. En lo que curioseaba, la música ambiental llamó la atención. Escuchar una diatriba y amenazas contra las autoridades por haberle quitado el cargamento de mariguana a Quiensabequién no era precisamente chillout o la radio en el súper. De pronto oír un clack clack, seguido de un grito chillón a mis espaldas, me hizo voltear sin ningún disimulo a ver de qué se trataba. Era una vendedora de piso dirigiéndose a su compañero (como el descrito en el párrafo anterior). El tipo estaba encargado del aparato de sonido y había puesto su música. La advertencia de su compañera no era por la música, que parecía no disgustar a nadie, sino porque el tipo en su euforia había agarrado la pistola etiquetadora y estaba disparando al aire. A diestra y siniestra, con cada clack, clack, salían volando etiquetas con hilos de plástico.
Me alejé rápidamente para soltar la carcajada. Para cuando llegué a la puerta la canción seguía, pero el volumen había bajado. No me atreví a voltear por temor a que el tipo notara mi risa y la indecisión entre espetarle un socarrón “pobre …dejo” o el abrazarlo y decirle ¡Ay cositas! ¿Cómo vives tu locura?

No cabe duda, como decía la Matriarca, al hablador todo se le pone. Muchas gracias por hacer que esto valga la pena. Comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com . Que tenga una semana que haga apología a la excelencia.

martes, 7 de abril de 2009

A dos de tres

Marisa Pineda

Era un bikini de lunares amarillos, diminuto, picosito…

Al igual que los calendarios, los espejos y las básculas, las vacaciones de Semana Santa deberían figurar dentro de las formas de medir el paso de los años. En estos días, justo en estos, uno corrobora que todo tiempo pasado fue anterior y las vacaciones soñadas cambian drásticamente: de estar en una playa atiborrada, alimentándose de atún directo de la lata, pasan a quedarse en casa, apertrechado tras un altero de películas, exclamando plenamente convencido: prefiero descansar.

En la etapa más temprana de los recuerdos, poco importaba a dónde lo llevaran los padres a uno, playa, río o rancho era lo de menos. Se carecía de voz y voto. Si se intentaba ejercer el derecho de pataleo era silenciado con un contundente “te callas y obedeces”. Las vacaciones soñadas, pues, consistían en dos semanas sin ir a la escuela; el destino era irrelevante, siempre y cuando hubiera con quien jugar, ya fueran primos o nuevos amigos.

Era una etapa en que la mayor preocupación era, quizás, ser de los contados que se quedaban en una ciudad desolada. Ante ello, pisar una aguamala, un vidrio o una lata pintaban más como testimonio vacacional que como lesión. El otro temor, el mayúsculo, se manifestaba 24 horas antes de regresar a la escuela, cuando la madre preguntaba ¿hiciste la tarea? Era domingo, uno aún estaba empiyamado, con el pelo revuelto y los ojos lagañosos, ¡qué se iba a tener hecha la tarea!, es más, si no era por la pregunta ni se hubiera acordado. El resto del día transcurría con una permanente letanía de reproches “te dije desde que saliste que la hicieras o que le fueras avanzando, si no te pregunto no la haces, cómo es posible que no encuentres un lápiz si te he comprado muchísimos, más te vale que la termines porque si no…etcétera”. En lo que uno buscaba la mochila, encontraba el lápiz y abría el cuaderno, la realidad caía aplastante sobre los hombros: las vacaciones de Semana Santa habían llegado a su fin.

Los años transcurren hasta que llega una Semana Santa reveladora, esa en la que se descubre que el amigo del primo no está feo y ya no nos cae tan mal como el año pasado. Es la etapa en que uno está dispuesto a emprender un juicio de emancipación paterna, si los padres insisten en que usemos ropa interior abajo del traje de baño. Son las vacaciones en que uno se inventa una alergia oportunista antes que quedar con el delator tufo de las sardinas con cebolla, a las que apenas el año pasado les hincaba el diente con singular apetito.

No pasará mucho para que llegue la Semana Santa en la cual “te callas y obedeces” será algo muy lejano. Es el arribo a la etapa en que el destino vacacional lo definirá el grupo de amigos, y el lugar más divertido será aquel donde más gente haya. En esta etapa las incomodidades no importan, lo que vale es estar en El Lugar y con La Gente.

Que levante la mano el que no tenga una anécdota de vacaciones de Semana Santa donde fue a dar a casa de alguien que ni conocía. O aquel que terminó compartiendo una habitación sencilla, baño incluido, con cinco personas más, porque todos los hoteles estaban llenos.

Son los tiempos en que lo peor que puede pasar es que los días santos estén nublados o llueva. Condición que sólo es superable, en el caso de las mujeres, a que los días de Semana Santa sean justamente “esos días”, entonces el nublado y el frío caerán de perlas. Nada es comparable a regresar con el mismo tono de piel porque no hubo sol, ni siquiera volver al borde de la neumonía tras meterse a la alberca o al mar con el agua helada, soplando un viento más helado aún.

Es la etapa en que el tiempo no importa. Hacer una fila más larga que la que habrá para entrar al infierno no pinta con tal de estar en el antro de moda. Es la era en que el éxito vacacional se mide por el bronceado, los conocidos a quien vio y que lo vieron, y por la lista de teléfonos o correos electrónicos que recabó de los nuevos amigos.

Así las cosas, de pronto se descubre que la algarabía que producían las vacaciones de Semana Santa se ha convertido en desconcierto. ¿Cómo, en un mes ya es Semana Santa? Se lanza al ropero, saca el traje de baño y el desconcierto se transforma en angustia al descubrir que aquella prenda “qué hace que me quedaba bien” ya no le sienta. La celulitis ha sentado sus reales en muslos y nalgas, y la panza es inocultable por más que se zuma.

Esa Semana Santa es la piedra de toque en que uno se cuestionará ¿Dónde está la diversión en andar peregrinando con una toalla al brazo, en busca de medio metro cuadrado de playa disponible? ¿Qué tiene de entretenido meterse a la alberca y estarse parado, inmóvil, porque no hay espacio para dar siquiera dos brazadas? Para colmo, uno sentirá que todas las miradas de los vacacionistas están sobre los muslos, las nalgas o la panza pero con un morbo distinto al de años anteriores. Es entonces cuando uno aprecia los esfuerzos de quien inventó el wonderbra, que ayuda a contrarrestar los efectos de la alianza perversa entre el tiempo y la ley de gravedad.

Sí, esa Semana Santa descubrirá que dejó de ser divertido pagar más por hacer filas eternas para comer, para comprar agua o cualquier cosa, ya no se diga para entrar a un antro. Es la etapa en que ¡claro que importa! compartir el cuarto con cinco personas más, tres de las cuales ni siquiera se habían visto antes.

Es entonces, de regreso a casa cuando uno decidirá que, en lo sucesivo, no volverá a las playas cuando esté atiborrado de gente y todo más caro. Es ahí cuando se cambia el rumbo y el destino apunta a lugares coloniales y metrópolis. Es también cuando se descubren o revaloran pequeños placeres: dormir; levantarse tarde; que sea mediodía y aún no se haya peinado, bañado o lavado los dientes; quedarse en pijama todo el santo día; beber directo del envase si le apetece.

Es entonces cuando las únicas filas que está dispuesto a hacer son: para rentar una pila de películas, con todos los títulos que no vio en el cine porque cuando tuvo chanza de ir fue para descubrir que ya los habían quitado; y para hacerse de provisiones suficientes para llegar al lunes de Pascua.

¡Ah! porque justo en esta etapa es cuando las dos semanas de vacaciones de los primeros estadios se han reducido a cinco, tres, dos o a un día, que saben a gloria.

Sí, las vacaciones de Semana Santa, al igual que los calendarios y los espejos, bien pueden figurar dentro de los mecanismos para medir el paso del tiempo. ¿Usted en qué etapa va?

Muchas gracias por leer éstas líneas, más en temporada vacacional, y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones en adosdetres@hotmail.com Que tenga una semana de diversión y descanso, en la forma de su preferencia.