lunes, 20 de abril de 2009

A dos de tres

Marisa Pineda

Cuando los emos vivieron sus cinco minutos de fama, hablamos aquí de las tribus urbanas. Decíamos que así como existen los darketos, las gotic lolitas y un buen etcétera, existen también los buchones; tribu que, como otras, tiene subgrupos. Así como entre los clasemedieros hay “wanna be”, existen los wanna be buchón, segmento con expresiones peculiares que provocan reacciones entre la lástima y la burla. Una de esas expresiones le tocó presenciar a la de la letra, quien todavía no sabe si apiadarse del protagonista y decirle “ay cositas” o de plano soltarle un socarrón “pobre …dejo” . Le cuento.

Dicen los del Departamento de Investigaciones de A dos de tres que por allá en que tiempos del presidente Franklin Rossevelt vino gente de su Gobierno a promover la siembra de enervantes en la sierra sinaloense. Los microclimas eran, y son, aptos para el cultivo de mariguana y amapola tan útil a buena parte de los combatientes en la guerra. La misión comercial prosperó, el problema estuvo cuando la guerra terminó. Al regresar a su país la gringada se llevó la adicción consigo. El resto es historia.
Por ese entonces en la región serrana del centro de Sinaloa había muchos casos de bocio, esa enfermedad en que la deficiencia de yodo provoca el aumento de tamaño de la glándula tiroides. El padecimiento era tan común que decir buchón se convirtió en una especie de gentilicio para referirse a la gente de la región de los altos. Esos fueron los buchones originales.

El problema del bocio se controló. Sin embargo, el poder adquisitivo que habían adquirido los productores de enervantes los llevó a bajar de la sierra a la ciudad capital para comprar, lo mismo insumos para la siembra y cultivo de mariguana y amapola, que camionetas, ropa, alhajas y todo lo que la otrora pobreza (por entonces, extrema) les había negado. En la zona urbana decir buchón ya no era decir sierreño, sino sierreño dedicado a la siembra de mariguana y amapola.

Así como no es lo mismo campesino que agricultor, tampoco era lo mismo gomero que buchón. El término narco no existía, a los llamados narcos de hoy se les decía gomeros (en alusión a la goma que suelta la amapola tras rayarla) y la gente que traían de la sierra para que hiciera las veces de escoltas pasó a ser los buchones. Los buchones, pues, fueron el siguiente sector en la pirámide de mando, de ahí seguían los tacuaches y más abajo los mandaderos. Los subgrupos habían comenzado a formarse.

Eran los tiempos en que las camionetas Ranger y los carros LTD, rifaban. Todo patrón que se respetara tenía que contar con su flotilla de camionetas Ranger último modelo en colores negro, gris plata, roja y azul clarito. Los muy muy tenían en su colección una Ranger dorada. La semiótica le había enseñado al instinto de los comunes que donde se divisara siquiera una Ranger de ese color, había que emprender la franca huída. Los LTD eran para apantallar; se trataba de unos autos eternos que parecían comprados por metros. Los meramente citadinos adjudicaron a las letras el significado Locos Tirando Dinero, no desprovisto de cierto desprecio y otro tanto de envidia por no poder pagar el costo de dichos vehículos.

El atuendo de los gomeros era coordinado de gabardina en color neutro; beige, azul claro, ¡blanco!, café en todas sus gamas. El otro atuendo era pantalón de mezclilla, camisa de cuadros, bota de piel exótica, cinto a juego con hebillota de oro. En tiempo de frío, como decimos aquí a las tres semanas que dura el invierno, salían a relucir las chamarras de piel exótica y corte cazadora. Para quienes aún no dejaban de usar sombrero el Stetson era El Sombrero, le seguían los Borsalino y Dobbs. Al cuello una cadena medianamente gruesa con una cruz cuajada en piedras preciosas, en la muñeca una esclava igualmente mediana y en los dedos anillos bien grandes con una piedra negra engarzada. ¡Era todo!

Los buchones de entonces también usaban coordinado, pero de poliéster; la chamarra, la bota y el cinto eran de exótica piel vacuna; el sombrero era Western y las alhajas tenían menor kilataje, pero mayor tamaño. En los tacuaches el coordinado era de terlenka, ese material que si lo toca un cigarro en vez de quemarse se derrite; el sombrero más que tener equis era Equis; y las alhajas entre menos kilates más tamaño aún. Así, los torzales eran como de pasear al perro, con medallas del tamaño de una galleta pancrema.

El tiempo pasó, el “negocio” como eufemísticamente se le llamaba a la producción y tráfico de drogas se volvió un corporativo con todas las de la ley (leyes de mercado, no nos confundamos y al rato nos miren feo las autoridades). Los buchones también evolucionaron y se añadieron más subcategorías.

El sombrero cambió por una gorra. La camisa de cuadros, ahora también tiene bordados. Los coordinados cedieron su lugar a las playeras tipo polo. Las botas son tenis, de preferencia blancos con algún color bien notorio. De la cabeza a los pies todo el vestuario es de marca conocida y, sobre todo, muuuy costosa. Las cadenas son ahora rosarios y las esclavas misterios de hilo anudado. El gusto musical oscila entre el reguetón, la banda y el norteño. Viajan en camionetas todo terreno y en bajo perfil se mueven en sedanes de lujo. Su lenguaje es alfanumérico: ¿Cómo andas? Al cien, wey. ¿No ha ido p’arriba? Simón, wey, voy llegando. ¡Sobres, wey! ¡Fierro por la 300! Fierro, wey.

Ese grupo suele usar la playera desfajada para ocultar algún arma de fuego de alto calibre y pequeño tamaño.

El siguiente subgrupo es el de los neobuchones. Usan tenis, camiseta y pantalón con ostentosos monogramas que delaten la marca, por supuesto conocida. La cachucha tiene unos brillitos coquetones y es del diseñador del momento. En el cuello, pendiendo de múltiples cadenas, conviven en perfecto sincretismo San Judas Tadeo, la Santa Muerte y un amuleto esotérico. En las muñecas no traen uno ¡sino más de tres! misterios de hilo anudado. Sus gustos musicales son el reguetón, la banda y las apologías musicales que rinden alabanza a vida y obra de aquellos que imita. Es prudente aclarar que la playera, el pantalón, la gorra y los tenis son copias de las originales. Las esclavas, cadenas y medallas son chapeadas. Las bolitas de los misterios no son de oro sino de goldfield (un bimetal con parte de oro, pero bimetal al fin), los cd’s son quemados y, si bien habla como los buchones, su auto es un todoterreno de modelo noventero, que aún no ha logrado legalizar

Pero hay otros, los wanna be buchón. Esos cuyo atuendo es copia de la copia, comprado a crédito con alguna abonera. La música la lleva en un mp3 que sacó también a crédito. Viaja en camión urbano y su meta cercana es comprarse una troquita chocolate. Su relación con la delincuencia organizada es la que tiene a través de la música que escucha, de la página policíaca que lee “para ver a quien mataron o a quien agarraron”. Sus únicos encuentros directos con la malandrinada son las veces que lo han asaltado. No tiene arma, pero sabe de ellas más que nadie.

Días atrás la de la letra entró a conocida boutique frente al mercado Garmendia. En lo que curioseaba, la música ambiental llamó la atención. Escuchar una diatriba y amenazas contra las autoridades por haberle quitado el cargamento de mariguana a Quiensabequién no era precisamente chillout o la radio en el súper. De pronto oír un clack clack, seguido de un grito chillón a mis espaldas, me hizo voltear sin ningún disimulo a ver de qué se trataba. Era una vendedora de piso dirigiéndose a su compañero (como el descrito en el párrafo anterior). El tipo estaba encargado del aparato de sonido y había puesto su música. La advertencia de su compañera no era por la música, que parecía no disgustar a nadie, sino porque el tipo en su euforia había agarrado la pistola etiquetadora y estaba disparando al aire. A diestra y siniestra, con cada clack, clack, salían volando etiquetas con hilos de plástico.
Me alejé rápidamente para soltar la carcajada. Para cuando llegué a la puerta la canción seguía, pero el volumen había bajado. No me atreví a voltear por temor a que el tipo notara mi risa y la indecisión entre espetarle un socarrón “pobre …dejo” o el abrazarlo y decirle ¡Ay cositas! ¿Cómo vives tu locura?

No cabe duda, como decía la Matriarca, al hablador todo se le pone. Muchas gracias por hacer que esto valga la pena. Comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com . Que tenga una semana que haga apología a la excelencia.