lunes, 7 de junio de 2010

A dos de tres

Marisa Pineda

Alguna vez ha entrado de colado a una fiesta. Yo también. Le ha ocurrido que una vez en ella lo atienden como un invitado más, de tal forma que de la incomodidad inicial pasa al absoluto confort, y de estar en un rincón, tratando de pasar desapercibido, se convierte en el alma del jolgorio, encabezando la fila de la conga, marcando el ritmo. Así se siente la de la letra cuando llega el Mundial de Fútbol.

Los cinco lectores (sí, ya tenemos cinco) saben perfectamente que lo mío, lo mío, no es el fútbol. Basta ver el título de este espacio para saber hacia dónde se inclinan las preferencias. Sin embargo, aún cuando en lucha libre México SÍ es potencia y marca las reglas, hay que conformarse con que la lucha ocupa en el país el segundo lugar en el gusto colectivo. El máximo ídolo que ha dado el deporte en la historia de nuestro país surgió de la lucha libre; el único héroe popular de carne y hueso que ha trascendido el tiempo y el espacio surgió de la lucha libre. Pero ni él, con todo su poder para derrotar a científicos locos, mafiosos, asesinos de la televisión, mujeres vampiro, momias, extraterrestres y objetos diabólicos (como un hacha) logró que la lucha ocupara el primer lugar en el gusto mexicano. Ese sitio está reservado para el fútbol.

En mi carácter de la colada de la fiesta que se empieza a sentir a gusto, reconozco que algo innato debe haber en el ser humano para que el fútbol tenga ese arrastre. Basta ver qué hace un bebé al dar sus primeros pasos cuando le ponen un balón enfrente: lo patea, es como un reflejo que con los años se pule y se coordina con el pensamiento hasta alcanzar, en algunos casos, niveles excelsos, producto de la suma de habilidad física con agilidad mental.

Para jugar fútbol no se necesita más que un balón. Creo que no exagero si digo que todos podemos recordar el regaño de alguna vecina cuyo cancel hizo las veces de portería allá en la infancia. O el colocar dos botes abajo del tendedero para delimitar el terreno del gol. Quién no escuchó en la infancia el “bolita por favor” o envió a la hermana menor a poner cara de muñeca para pedirle al vecino gruñón “que si por favor me da la pelota que se nos fue”.

De todo eso me acuerdo ahora que está por empezar un nuevo campeonato mundial plagado de afanes de lucro, de aquellos que ven en esos noventa minutos la cortina de humo ideal para afanes muy lejanos del espíritu deportivo. El más reciente ejemplo lo tenemos en el amistoso de México contra Italia, el campeón. Mientras caían los dos goles mexicanos, al Congreso de la Unión caía la iniciativa para gravar con el ocho por ciento, adicional a los impuestos que tienen ya, todos aquellos aparatos que puedan utilizarse para infligir la Ley de Derechos de Autor. Que si Usted quiere una computadora para que sus plebes hagan la tarea, o un celular con reproductor de música no más para apantallar, es lo diantres, como en ellos se puede infligir la citada ley, con eso es suficiente para que, de prosperar la iniciativa, le cobren ocho por ciento más por ellos. Esperemos los goles.

Está por empezar el Mundial, y si no se pone la verde, o la negra (que está bien bonita, me recuerda los trajes de buzo) será un apátrida. Estamos a un tris de que en México el tiempo transcurra en lapsos de 90 minutos, con intervalos para salir hechos la raya y recoger a los chamacos en la escuela, sacar el trabajo que le pidieron con urgencia, pasar al banco y, en síntesis, realizar las labores ordinarias del día a día.

La esperanza se pinta de verde, o de negro, y todo anticipa que la figura mexicana será el Chicharito (espero en Dios que a un padre enajenado no se le ocurra ponerle así a un hijo). Honestamente no creo que pasemos más allá de cuartos de final. Créame, me daría mucho gusto que me taparan la boca, sobre todo porque una línea aérea ya anunció que pondrá sus boletos a 500 pesos si México llega a esa etapa.

Ellos son más sinceros que los que ofrecen reembolsarle íntegramente el dinero que pagó por una pantalla tamaño jumbo, siempre y cuando el equipo Tricolor, que tiene muy buen corazón, se corone campeón en esta copa. Subrayan, no está de más: en esta.
A riesgo de que me borre de sus favoritos por pesimista, no creo que regresemos de Sudáfrica con el preciado trofeo en la maleta, por más que el señor Javier Aguirre se trepe al Ángel de la Independencia para aventarnos unas frases motivacionales, muy lejanas de aquel “México está jodido” que usó para sostener que ya no residiría más en el país cuya selección nacional dirige, a cambio de apenas cuatro millones de dólares.

Sí, porque mientras depositamos el ánimo nacional en las capacidades y destrezas de once jugadores (sólo once, para sostener el ánimo de más de 106 millones de personas. ¡Vamos muchachos!) entraremos en una amnesia temporal reforzada por la transmisión de los partidos de la selección en escuelas públicas (¿contará como clase de educación física?) en ese fenómeno llamado Mundial de Fútbol se nos olvidarán los niños muertos en la Guardería ABC, el asesinato -aún impune- de la socorrista Genoveva Rogers Lozoya, la mancha de petróleo que se dirige rumbo a Cancún, con las consabidas pérdidas al turismo que ello implicará. Y más vale que el Jefe Diego aparezca antes del viernes, preferentemente, antes del partido inaugural.

En A dos de tres ya nos uniformamos e incluimos en el atuendo una máscara de luchador; nos avituallamos con una pila de panes, mayonesa, carnes frías, quesos y legumbres para ponernos a hacer sándwiches, en lo que quienes deben hacen los goles.

Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones, por favor en adosdetres@hotmail.com

Que tenga una semana de triunfos. ¡Gol!