lunes, 26 de enero de 2009

A dos de tres

Marisa Pineda

¡Quiero ver sangre! La exigencia, a voz en cuello, se alzaba sobre el griterío y retumbaba por todo el Parque Revolución. ¡Quiero ver sangre! Demandaba el aficionado a los gladiadores que abrían los carteles que alimentaban el gusto de la de la letra por la lucha libre. ¡Que quiero ver sangre! Insistía el fanático rudo. “Pues vete al rastro” le contestaba el técnico desde el otro lado del graderío, provocando que contendientes, réferi y público se unieran en una sola carcajada.
Existen incontables historias que parten de lo que se siente al momento de enfrentar la hoja en blanco. Cuando a la de la letra la hoja en blanco esta por ganarle la segunda caída al hilo, se zafa echando mano de una de sus grandes pasiones, de aquella de donde parte, precisamente, el nombre de este espacio: la lucha libre.
Por más que esta su amiga hurga en sus recuerdos, no encuentra el registro de cuando le empezó a gustar la lucha libre. Por más que busco y busco tratando de encontrar qué detonó la afición no logro precisarlo. En ese viaje al pasado me veo ya en el tendejón de la barriada frente al televisor trepado en un estante, siguiendo la transmisión de la lucha; ya en el sitio de taxis con los choferes que tenían a bien prestarme el más reciente número de la revista Box y Lucha; o ya en el cine Diana, en la matiné, siguiendo las películas del Santo y Blue Demon contra una inagotable legión del mal, representada por monstruos, científicos locos, seres de ultratumba, extraterrestres, hachas diabólicas y hasta por asesinos de la televisión (algo así como la precuela de El Aro, versión encordada. Nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve en el cine).
Esos lugares eran esquina neutral ante los múltiples reproches sexistas: ¿por qué te gusta la lucha libre si eres mujer? ¿Por qué te gusta si es pura mentira? ¡Uuy! No lo hubieran dicho, eso equivalía a darme cuerda. Tres días después era hora que no sabían cómo hacer para que cambiara de tema. Ni aunque me pusieran a masticar chicle me callaba.
Dicen los del Departamento de Investigaciones de A dos de tres que la lucha libre era la prueba máxima de los Juegos Olímpicos en la antigua Grecia. La lucha, como familiarmente se le llama, fué adoptada y adaptada por los romanos y los japoneses. En Japón el más antiguo registro de un combate data del año 23 antes de Cristo. Eso, sin contar con que egipcios y babilonios elaboraron bajorrelieves representando escenas de lucha libre. De este lado del Atlántico, la lucha era popular entre pueblos indígenas de la hoy Norteamérica y para el siglo XIX, con la llegada de los primeros colonos, la práctica se extendió.
Ese mismo siglo, en Europa, la lucha libre adquirió carácter profesional. Los combates se presentaban en caravanas de espectáculos, ferias y hasta en teatros. A México, en 1910, llegaron un par de compañías que tuvieron como sedes del Teatro Colón y el Teatro Principal, en sus elencos venían el Conde Koma, Giovani Relesevitch y Nabutaka, protagonistas del primer combate en nuestro país. No obstante, hay notas que apuntan que la lucha llegó a México en 1863, de la mano de los franceses, cuando la Intervención, y que el primer luchador mexicano fue Antonio Pérez de Prian.
Sin embargo, el momento cumbre de la lucha libre mexicana se dio con Salvador Luttheroth González (Colotán, Jalisco, 1897-1987), el llamado Padre de la Lucha Libre Mexicana, fundador de la Empresa Mexicana de Lucha Libre y de la Arena México; que en su primer cartel, el 21 de septiembre de 1933, presentó al gringo Bobby Sampson, al irlandés Ciclón Mackey, al Chino Achiú y al mexicano Jaqui Joe, en una función que inició cuando el reloj de la arena marcaba las ocho de la noche con quince minutos.
Con el cine y luego la televisión la lucha libre mexicana tuvo su época de oro. El luchador alcanzó la categoría de héroe y leyenda, siendo El Santo y Blue Demon los más populares hasta nuestros días. La llamada lucha aérea, que introdujo El Matemático, dio un nuevo cariz al deporte de las llaves y las contrallaves por allá en la década de los 70.
Para muchos la lucha libre es pura fantasía; para otros, como la de la letra, ese espacio de seis por seis es el escenario desde donde se produce la catarsis; esa liberación de las pasiones de la que hablaban tanto Aristóteles como los antiguos curanderos. En la arena, la diferencia no la hacen posiciones económicas o sociales, tampoco el tener un lugar en primera fila o en gayola. En la arena la única diferencia la hacen los rudos y los técnicos. En la arena la aprobación o el rechazo convertido en grito libera de tensiones, purifica, hace que el público salga ronco pero ligerito.
Las luchas son deporte y espectáculo, coreografía donde la Muerte siempre es la invitada, que cuando decide aceptar su papel recuerda a público y gladiadores que cada función es un constante transitar por la línea que divide la fantasía de la realidad.
Horas y horas de preparación constante, dentro y fuera del gimnasio, permiten alcanzar la exactitud que exige un lance. Sólo la disciplina, aunada a las cualidades físicas, permite a los estetas del pancracio desafiar la ley de gravedad y hacer creer que salir ilesos en lances, que llegan a superar los dos metros, es por demás sencillo. Tan sencillo que no puede fallar.
Pero falla, como cuando Sangre India erró un lance, muriendo desnucado tras golpearse contra una butaca. O en 1993, cuando Oro sufrió un derrame cerebral en su función de despedida. O cuando Merced Gómez perdió un ojo tras una patada “Filomena” que le aplicó el Murciélago Velázquez. O en 1982, cuando el Pirata Morgan perdió un ojo al golpearse con una butaca, luego de que Mario “el Jalisco” Gallegos se quitó del lance. Es entonces cuando hasta el más fiero crítico tiene que recordar que la lucha libre es real, hasta en los más malos combates.
En los últimos años, en aras de ampliar el espectáculo, hay promotores y luchadores que han convertido cada función en un capítulo de realty show. ¡Que pase el desgraciado! Así, encontramos a luchadores que suplen su carencia de facultades, o sus talentos ya mermados, convirtiendo el ring en el escenario de pseudo dramones familiares, tan malos como chafas. O a quienes hacen del encordado pista para demostrar sus dotes de striper, baile en silla incluido. O los monumentos al esteroide que suben a enfrascarse en una ruda pelea a gritos, con una total carencia de llaves y candados (a ras de lona nunca lo verán mis ojos, no a ellos).
Cuando uno acude a esos espectáculos, donde aún en los encuentros por campeonatos se ve lejana la posibilidad de alcanzar un combate que haga historia, la frase natural a pronunciar es: ya nos los hacen como antes.
Frase que, por cierto, da vida al tercer capítulo, la tercera caída, del libro “Quiero ver Sangre”, coedición de la española Ediciones B y la Universidad Nacional Autónoma de México. Con prólogo de Juan Villoro (autor del futbolero Dios es redondo) “Quiero ver sangre” es la historia ilustrada de la lucha libre mexicana; sus orígenes, ocaso y renacimiento, en base al acervo fotográfico de la filmoteca de la UNAM, así como de las colecciones particulares de Christian Cymet y el Archivo Agrasánchez.
El proyecto de los periodistas y escritores José Navar, Rafael Aviña y Raúl Criollo, reseña alrededor de 250 películas, cortometrajes, programas especiales y cuanto producto fílmico se haya producido en México hasta noviembre pasado. El primer registro parte de la cinta de 1938 “Padre de más de cuatro”. El libro, resultado de más de tres años de investigación, Incluye entrevistas con El Santo, Blue Demon, Huracán Ramírez y otros tantos personajes, así como un índice onomástico y una guía para conocer si el producto reseñado se encuentra en dvd, original o pirata.
“Quiero ver sangre” era grito obligado en cuanta función de lucha libre. La respuesta ingeniosa era “pues vete al rastro”, ahora muchos luchadores serían los primeros en suplicar: “nooo, y en la cara menos que soy artista”.
Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe: comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com
Que tenga una semana en que venza al desánimo en dos al hilo. Eeeen esta esquiiinaaa…