miércoles, 26 de marzo de 2008

A dos de tres
Marisa Pineda

- Para Doña A -
En atención a una sugerencia, esta columna tratará sobre esas preguntas un tanto absurdas que en ocasiones nos hacen, o hacemos.
Abriremos con ¿Dónde lo perdiste?. Viene a la memoria, por reciente, el caso de un compañero de trabajo quien al platicarnos que extravió su teléfono celular, la respuesta mayoritaria que recibió fue "¿Y dónde lo perdiste?". Tenemos claro que se trata de una pérdida producto del olvido. Imaginamos al celular solito en el lavamanos del baño de un restaurante, cine o antro; al garete sobre de un mostrador; cayendo del capacete del carro, a merced que lo aplasten, o tirado en la banqueta. Sin embargo, cerebro y cuerdas vocales se conectan para traicionarnos y soltar el absurdo ¿Dónde lo perdiste?. Si tomamos al dueño de la prenda de buen talante, no pasará que nos responda un educadísimo "no sé", acompañado de una cara de piedad que pronuncia un silencioso "...ndejo, si supiera no lo hubiera perdido". Si está de malas eso último lo dirá en voz muy alta.
¿Por qué no ha pagado?. Un día, bien temprano, riiing, sonó el teléfono de casa. ¿La señora Marisa Pineda". Para servirle. "Soy su ejecutivo de cuenta (latin vulgaris cobrador) de sus tiendas equis. Hablo para saber por qué no ha pasado a pagar, hoy se cumplen tres días que venció su fecha de abono, ¿por qué no ha pagado?", recalcó. Comedidamente respondí que había sido una omisión involuntaria, y ese mismo día cubriría el importe correspondiente.
Esta su amiga quiere pensar que para el ejecutivo de cuenta esa es la respuesta más trillada y falsa que ha escuchado en su cobradora vida, la cual lo inmunizó para toda credibilidad que pudiera provocarle. Sólo así se explica la insistencia ¿pero por qué no ha pagado?. A la pregunta siguieron casi 40 minutos, en que el ejecutivo conoció detalladamente, la sucesión de acontecimientos que llevaron a esta servidora a llegar a la tienda cuando esta ya había cerrado sus puertas. Tras la explicación cuestionó, "¿Por qué me cuenta todo eso, a mí que me importa?". Pues porque usted insistió en saber el motivo de ¡click!. Colgó. Hasta la fecha, ignoro si le quedó claro porque no había pagado.
¿Qué estás haciendo aquí?. Esta pregunta suele pronunciarse en fiestas y reuniones donde uno se topa inesperadamente con algún conocido. Usualmente se expresa en tono de franco gusto; sin embargo, con igual sorpresa surge cuando nos descubren y no alcanzaron a sacarnos la vuelta.
Hace algún tiempo, una lesión envió a esta su amiga al hospital. Ya en el quirófano, momentos antes de escuchar "empiece a contar hacia atrás, partiendo de cien", entró una enfermera. Imposible reconocer quien estaba bajo el cubrebocas, gorrito y demás aditamentos; pero al escuchar un bienintencionado "qué estás haciendo aquí" la voz delató a una amiga de la familia. Años después, de nuevo en un hospital, en la sala de recuperación, todavía medio turulata por la anestesia, entró una enfermera que me dijo exactamente lo mismo "qué estás haciendo aquí", era una amiga de la infancia. A los días, me preguntó si recordaba el incidente, porque si bien en su momento no pude responderle, "como que te quisiste reir".
¿Por qué no te has casado?. Si se atreve a preguntar esto, prepárese para recibir como respuesta "Porque no me ha dado la gana". Podrá variar el tono y el aderezo se le ponga, pero la contestación siempre será la misma. Sin mayores comentarios.
¿Por qué no has rechecho tu vida?. Cuando algún morboso, o despistado, suelta esta pregunta, abre un abanico de respuestas que va de "quién te ha dicho que la tengo deshecha" hasta "pues ahí la llevo". La imaginación se queda corta ante las posibilidades que hay entre esos dos extremos. Lo que sí sabemos es que cuando se contesta con la primera de las opciones referidas, jamás volveremos a escuchar la pregunta, al menos no de la misma persona.
¿Por qué no vas a hacer fiesta?. Una infección gastrointestinal coincidió con el aniversario de uno de mis mayores cariños. El estómago revuelto, sumado a la incapacidad de alejarse del baño más cercano por más de una hora, anuló jolgorio alguno. Vulnerable como estaba, el apapacho se antojaba reconfortante, cual caldo de pollo para el ánimo. Desde temprano el teléfono repiqueteó, apenas dijo “bueno” llegó la pregunta ¿Dónde va a ser la fiesta?. Explicó que no habría tal. Bastó una llamada para que la voz se corriera como hilo de media. ¿Cómo se te ocurre enfermarte en tu cumpleaños y no hacer fiesta?, fue lo que siguió. Para la medianoche continuaba sonando el teléfono, dejando como marcador final: Reclamos-muchos, Felicitaciones locales-pocas.
Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Que tenga una excelente semana.
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