viernes, 2 de agosto de 2013

¡LA ROOPAAA!

Marisa Pineda

Hay indicadores del crecimiento de las ciudades: que si las cifras del censo de población, que si el número de colonias, que si el número de usuarios de agua potable y energía eléctrica, que si… y le podemos seguir con un largo etcétera. Pero hay otros indicadores curiosos, personales, por así llamarlos, que marcan cuanto se ha extendido el lugar donde hemos habitado. Los pre-digitales tenemos uno que se relaciona con esta temporada: Cuando en Culiacán llovía parejo y no había cuadra en la que no se escuchara el apremiante grito “¡laaa rooopaaa!”.

El 24 de junio, el mero Día de San Juan, era fecha por demás importante para los culichis de entonces porque prácticamente todas las familias tenían a un Juan o a una Juana en sus filas, lo cual garantizaba pachanga segura, y porque marcaba extraoficialmente el inicio de la temporada de lluvias. Desde la víspera las amas de casa tomaban providencias para ese día y lavaban sólo lo indispensable, es decir los uniformes.
Hubo algunos 24 de junio en que el aguacero cayó temprano haciendo la felicidad de la plebada, que no era enviada a la escuela por la creciente de algún arroyo cercano (sí, el problema de los arroyos en Culiacán data de tiempos inmemoriales) y otros más en que luego de un día totalmente soleado, de súbito “la negrura”, como llamaban los mayores a los nubarrones, se desplazaba amenazante sobre los tendederos y las ventanas abiertas.

Las primeras gotas estaban sincronizadas con las gargantas y en cuanto tocaban el piso accionaban las cuerdas vocales de quienes habían sido sorprendidas sin alcanzar a descolgar de los tendederos las prendas. El grito “¡laaa rooopaa!” era el llamado para que todo aquel que pudiera desplazarse rumbo al tendedero auxiliara para salvar a los trapos de la lluvia. La convocatoria era el pretexto ideal para que la chamacada de entonces quedara más mojada que seca y le permitieran bañarse en la lluvia sin temor al regaño.
Eran tiempos en que en Culiacán todavía llovía parejo en los cuatro puntos cardinales. “La negrura” alcanzaba a cubrir a toda la ciudad. Quienes vivíamos cerca de algún arroyo corríamos a ver hasta donde subía el caudal, mientras la fila de autos imposibilitados para cruzarlo se hacía cada vez más larga. No fueron pocos los momentos de angustia que provocaron quienes sobreestimaron la potencia de sus vehículos y quedaron varados a mitad de las aguas en espera que llegara el camión de los heroicos bomberos a salvarlos.

N
o me pregunte cuándo porque no le sé decir con exactitud, pero hubo un año en que la población tuvo una sorpresa mayúscula: había rumbos de la ciudad anegados por la caída de un chubasco, mientras que en otros de nublado no pasó. ¡Nada! Ni una gota. Algo ocurría que ya la nube no alcanzaba a cubrir toda la ciudad. Para colmo hubo un Día de San Juan que no llovió, y al año siguiente lo mismo y así sucesivamente hasta pasar de las misas para agradecer por las bondades, a las misas para pedir porque termine el estiaje.

Tiempos traen tiempos, acaba de pasar otro 24 de junio y en Culiacán no llovió. En algunos rumbos, apenas se alcanzó a divisar una tímida nubecita que hizo recordar la hoy leyenda urbana de cuando en Culiacán llovía cada Día de San Juan, y de cuando la lluvia bañaba a toda la ciudad.

Muchas gracias por leer estas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com En Twitter en @MarisaPineda. Anímese a leer un libro, qué tal, por ejemplo “Gota de lluvia”, de José Emilio Pacheco, poemas para niños que gustan a todas las edades. Y mientras, que tenga una semana de ver llover y no mojarse.