lunes, 5 de octubre de 2009

A dos de tres

Marisa Pineda

Así como se maravillaron nuestros ancestros al inventar la rueda, así nos sentimos los que presenciamos la llegada al mercado de los teléfonos celulares; aquellos ladrillotes que pesaban como un kilo, con baterías que les duraban apenas siete horas y llamadas que se cobraban tanto a quien las hacía como a quien las recibía. Los aparatos redujeron su tamaño y expandieron sus utilidades, entre ellas el “sexting”, práctica de moda entre la plebada, consistente en el envío de fotografías y videos audaces que se rolan de un teléfono a otro, hasta terminar en los sitios más populares en internet.

La de la letra pertenece a una generación privilegiada. Vivimos el cambio de siglo y de milenio, y eso no cualquiera. Fuimos de los primeros habitantes en la aldea global. Atestiguamos al rápido desarrollo de las telecomunicaciones, particularmente el internet y la telefonía celular. Hemos visto como esos adelantos han influido en el lenguaje (las fotografías ya no sólo pueden estar desenfocadas, ahora también pueden estar pixeleadas) y en los modos de convivencia, dando origen a nuevos gentilicios (chatero, blogger, flogger) y a prácticas como el sexting y el bullying.

Al principio, las computadoras portátiles parecían maletas y pesaban como cinco kilos. Los teléfonos celulares eran como de kilo y medio y veinte centímetros de longitud, sin contar la antena. La variedad de “ringtones” se limitaba a un par de pitidos y los teléfonos sólo eran útiles para hablar. Las llamadas eran sumamente costosas y las zonas de servicio limitadas. Eso sí, aquellos ladrillos tenían excelente recepción.

En la carrera por la popularidad, no pasó mucho tiempo para que aparatos y tarifas se redujeran, los primeros en tamaño, los segundos en costo. Los teléfonos ampliaron sus funciones: sirvieron para enviar mensajes y surgieron amenidades como los tonos polifónicos (sonaban como tarjeta de felicitación con musiquita). Se les añadió cámara fotográfica, de video, conexión a internet, reproductor de música, radio y televisión llegando a un punto en que su función original, la de hablar a distancia, pareciera accesoria.

Al igual que el internet originó sus propias formas de convivencia (salas de chat, redes sociales), los teléfonos celulares han prohijado prácticas como el “sexting”, cada vez más popular en un segmento poblacional que va de chamacos recién entrados en la pubertad a jóvenes.

Para generaciones como a la que pertenece la de la letra, el despertar del morbo y la curiosidad sexual llevaba a ejercicios como espiar a las vecinas (o a los vecinos) en paños menores o sin paño alguno. Los varones hurgaban en los sitios donde los hermanos mayores, primos o tíos escondían sus revistas de monas bichis, mientras que las mujeres se iniciaban en el arte de la negociación (aka chantaje) al descubrir al hermano ojeando tales revistas, “vas a ver, le voy a decir a mi mamá lo que estabas haciendo si no me compras equis cosa”.

Ahora, esa etapa va cada vez más ligada a la incursión al sexting, práctica consistente en desnudarse, adoptar una actitud sexualmente provocativa, tomarse una foto y/o video con el teléfono celular y rolar la imagen de teléfono en teléfono.

Ese material termina casi siempre en redes sociales y en sitios de pornografía amateur.

A ello se suma el despertar sexual virtual en sistemas de mensajería instantánea o salas de chat. Sólo basta una computadora con cámara y un arranque de malentendida audacia para cruzar la línea y mostrar ante propios o extraños cuan “buena” se está, o que tan “potente” se es.

Son cada vez más las historias que refieren como la hija del primo de un amigo tuvo que cambiar de escuela, de amigos y hasta de residencia, luego de que la foto o el video que le envió al muchacho que le gustaba fue descubierta en alguna página de pornografía amateur, por algún pariente o amigo muy cercano a la familia, bajo la lastimosa guía “zorrita caliente de equis parte”.

Son conocidos los casos de figuras adolescentes (cantantes, actrices, deportistas) que han tenido que enfrentarse a la prensa y a sus seguidores, tras aparecer en internet fotografías o videos suyos en actitudes sexualmente atrevidas.

Sin embargo, no todos tienen esa oportunidad de aclarar las cosas, de salir del trance apenas raspados. Hay otros que acorralados por el miedo al castigo paterno, por la burla de los propios amigos, por la vergüenza de verse expuestos, no vislumbran más salida que el suicidio. Chamacos de quinto de primaria a bachillerato que no lograron superar el escarnio de que fueron víctimas al descubrirse sus imágenes en la red, o retransmitiéndose de teléfono a teléfono. Jovencitos que no pudieron con el cyberbullying, como se le conoce al empleo de las imágenes producto del sexting, sobreponiéndoles desde frases burlonas sobre su aspecto físico hasta ofensas y amenazas por su comportamiento.

Esta su amiga pertenece a una generación privilegiada, que ha visto grandes avances en la ciencia y la tecnología, pero que ha atestiguado también nuevas formas de convivencia caracterizadas por la rapidez, lo efímero y la rudeza innecesaria.

Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com

Que tenga una semana libre de malas imágenes.