lunes, 3 de agosto de 2009

A dos de tres

Marisa Pineda

¡Hey tu! La de la letra, preguntan aquí que si qué es eso de la matatena, del avión y del burro, que les suena como a albur. Que si qué es eso de los encantados, y que si cual es la diferencia entre el brinca y el brinca-brinca A propósito de vacaciones de verano, mencionábamos aquí algunos de los juegos que, cuando uno era plebe, se empachaba de practicar ininterrumpidamente durante dos meses. Nombres como los referidos son para las medianas y nuevas generaciones términos apenas escuchados en pláticas de padres y abuelos. Como la premisa de A dos de tres es “el saber no ocupa lugar”, va pues un recuento de juegos retro. Para quienes los practicaron quizás sea un viaje en el tiempo; para quienes no los conocieron, no saben de la que se perdieron.

Hubo una vez en que la mayoría de los juegos no requerían de baterías, ni conectarse, para poder funcionar. Reducida hoy a frase publicitaria en tiempos de crisis, en aquel tiempo, decir que lo importante era el juego y no el juguete, era una realidad.

En el Culiacán de entonces, cuando el calor se ponía rudo la plebada jugaba a la matatena, al pontenis, al cómo lo viste y al cinto escondido.

La matatena, también conocida por estos rumbos como pinyex, era una pelotita con diez piezas en forma de equis, que podían ser de metal o plástico; para quienes no tenían para comprarse el juego en forma, había una versión económica: una pelotita de goma (que dejaban las manos amargas por más que las lavara) y diez piedritas como piezas. Se trataba de botar la pelota e ir recogiendo las partes; de una en una, de dos en dos, y así hasta completar las diez, para luego pasar a poner la mano como casita y guardarlas en el mismo orden, de ahí guardarlas y sacarlas, y así una serie de suertes.

El pontenis era una raqueta pequeña de madera, que tenía un hilo elástico engrapado en medio de la tabla y en el extremo una pelotita. Las suertes consistían en hacer rebotar la esférica hacia arriba y hacia abajo, con un tramo cada vez más largo de hilo. Ahí estaba uno dándole con enjundia a la esférica y, de pronto, el hilo se reventaba. Nada que un nudo no pudiera reparar. Si en el percance se perdía la pelota, tomaba uno la del pinyex y asunto resuelto. Hace algunas Navidades, Doña A conoció el pontenis, lo revisó intrigada y, de plano, preguntó qué era eso y cómo funcionaba, porque no encontraba donde se le pudieran poner las baterías.

Para jugar al “cómo lo viste”. Se escondía una prenda en una mano, se ponían las manos tras la espalda y uno debía adivinar en qué mano estaba la prenda, así se iban descartando participantes, quien quedaba al final elegía, en silencio, un objeto cercano. Los demás preguntaban “cómo lo viste”, el elegido daba pistas hasta que alguien atinaba de qué se trataba. El truco más empleado en este juego era fijar la vista haciendo creer que uno estaba eligiendo un objeto de ese lado, cuando en realidad ya había seleccionado uno de otro punto.

El juego del cinto escondido, uno pensaría que requiere, mínimamente un cinto, pero como para el ocio no hay límite, el cinto podía suplirse por otro objeto. El que llevaba la prenda tenía derecho a esconderla y a orientar a los participantes diciendo “frío, frío” si alguien se alejaba del sitio donde la había ocultado, o “caliente caliente” si se acercaba. El ganador escondía, de nuevo, la prenda. Este juego frecuentemente se frustraba ante el imperativo: “¡hey! Plebes, denme la chancla porque me está hablando mi ‘amá”

Pero si el clima se ponía benévolo, por allá en la tarde o noche, después de llover, se podía jugar a la rabia. Se fijaban dos puntos relativamente distantes, que hacían las veces de base de salvación; se echaba un volado y quien perdía era el que traía la rabia. El juego consistía en correr de un punto al otro, evitando que el enrabiado lo tocara; si lo hacía, debía pronunciar “tú la traes” para que fuera efectivo. Sí uno tenía la obligatoria necesidad de salir momentáneamente del juego debía gritar “sencia” para recibir inmunidad. Estaba prohibido pedir sencia cuando el enrabiado estaba por tocarlo a uno. Postes, bardas y árboles eran los puntos más socorridos como base de salvación. En la barriada donde ésta su amiga se crió, estuvo estacionado por meses un carro desvielado, funcionó como base incontables ocasiones hasta que una tarde, en pleno juego, se lo llevó una grúa rumbo al taller.
Desde ahí, jamás, volvimos a emplear como base algo que tuviera ruedas o se pudiera mover. Desde aquellos tiempos, hasta hoy, la de la letra suele decir “sencia” cuando pide hacer una pausa.

Los encantados era una derivada de la rabia. La diferencia es que aquí le decían a uno “encantado” e inmediatamente tenía que quedarse quieto, hasta que llegara alguien a desencantarlo y continuar en la corredera. Los encantados tenía también una versión en pareja, que al llegar a la pubertad servía para perfilar gustos y bocetar futuros noviazgos.

El burro era un juego donde uno debía doblar su cuerpo, para que los demás participantes lo brincaran, diciendo una rima. Uno por burro, dos patadas y cos, tres de aquí otra vez, cuatro jamón te saco, cinco de aquí te brinco, seis de aquí otra vez y así hasta el diez. Si alguien fallaba en el brinco o en la rima tomaba el lugar del burro. Varias afecciones de columna debieron iniciar jugando el burro, sobre todo cuando éste era el más enclenque del grupo. Las rimas, heredadas de generación en generación, se perdieron y ahora figuran como mera tradición oral.

Había un juego de engañosa simpleza que exigía total coordinación: el seis seis. Se ponía una persona frente a la otra, se tomaban de las manos y empezaba la rima: seis, seis, seis (¡Uy!) estaba la muerte un dibidibidi, sentada en su escritobodobodo, buscando papel y lapilapiliz, para escribirle al dobodobodo, el dobo le contestábadabada, que síbidibidi, que nobodobodo. Cosa más sin sentido sólo la puede haber escuchado en algunas canciones hoy de moda, pero en lo que uno decía esa, y otras tantas rimas, palmeaba las manos en una serie de suertes bien vistosas. Todos los juegos terminaban, siempre, con un “un chinito fue a la guerra, y en la guerra se murió, le llevaron muchas flores y así que-dó” y se quedaba uno quieto, sin moverse, porque el que se movía primero perdía.

¡Sencia! Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com Que tenga una semana felizmente encantada.