lunes, 6 de julio de 2009

A dos de tres

Marisa Pineda


Es domingo en Culiacán, para ser verano el día esta relativamente fresco, en el cielo el nublado presagia tormenta. En muchos hogares se sigue la final de la Copa Confederaciones de Fútbol, Brasil viene de atrás para vencer a un sorpresivo Estados Unidos que en el primer tiempo les puso tremendo susto. Son alrededor de las 2:00 de la tarde del 28 de junio, hora de la comida. Brennie sale de su casa, en la colonia 5 de Mayo, va rumbo al abarrote a comprar refrescos, lleva cien pesos para pagar. Un tipo armado la asalta y le dispara. Horas más tarde Brennie muere a consecuencia del tiro que recibió por la espalda. Tenía doce años.

Hija única, alumna ejemplar, buena para contar chistes y para jugar fútbol, Brennie estaba por egresar de sexto grado. Ya había hecho examen para la secundaria, y lo pasó. En unas semanas más saldría de vacaciones. Vendría la emoción de cambiar de ambiente, de conocer nuevos amigos, de llevar otro uniforme, otros libros, otros útiles, otra mochila. A los doce años, en la biografía los verbos se conjugan en futuro.

Dicen los que dicen saber que los asesinos a sueldo no matan por la espalda, que es signo de cobardía, de aplicar la ley de la ventaja ante la víctima en total indefensión. Cuentan que matar por la espalda es de mala suerte, que cuando el cuerpo queda boca abajo se lleva el alma del verdugo, que por eso los voltean con el pie y les dan el tiro de gracia.

Pero el asesino de Brennie quizás en nada de eso pensó. Quizás sólo vio el billete de 100 pesos que llevaba la niña. Cien pesos apenas suficientes para una vela de mariguana de dudosa calidad, para un par de “tachas”, para una piedra de crack, cien pesos que no alcanzan para una grapa de cocaína, pero que fueron suficientes para convertir el mañana de Brennie en historia.

A los doce años es difícil tener amigos influyentes. A los doce años los amigos son de la edad, apenas uno o dos años mayores. A los doce años los que tienen más de 18 son “grandes”, los de 30 “adultos”, los de 35 “mayores” y los de más de 50 “viejitos”. A los doce años las amistades más poderosas son las que tienen las revistas con las mejores fotos y los mejores discos de los artistas de moda, las que poseen la playera, los zapatos o el accesorio que impone el artista juvenil del momento. A los doce años las palabras política, organismo empresarial, ombudsman y líder de opinión aparecen sólo en los libros de texto.

Quizás por eso, porque Brennie sólo tenía doce años, porque carecía de relaciones con las altas cúpulas empresariales, porque no se hablaba de tú con la gente en el Poder, porque no marcaba directamente a los teléfonos celulares de los políticos más encumbrados, es que su muerte no provocó los desplegados, las declaraciones airadas exigiendo justicia que asesinatos como el suyo deben provocar.

A ocho días de su muerte, los dirigentes camarales, los paladines de los derechos humanos, los “líderes de opinión” que aprovechan la menor provocación para consumir tiempo aire y líneas ágata, han guardado un vergonzoso silencio, un silencio que lastima, que ofende, que da pena ajena.

A casi ocho días de su muerte, quienes alzan la voz por Brennie es la gente común, aquellos a quienes se les eriza la piel con sólo imaginar el dolor de la familia, de los amigos. Aquellos que el sólo suponerse en una situación tal los hace elucubrar viejas y nuevas formas de inflingir daño.

A casi ocho días de su muerte, la mayor manifestación de solidaridad con la familia de Brennie provino de sus compañeros de la primaria Ángel Flores. Vestidos de blanco, salieron a la calle exigiendo justicia, castigo al responsable. Justicia, lo menos que se puede demandar, pero que pareciera ser mucha demanda.

En foros locales y por correo electrónico circulan mensajes en donde piden que si alguien tiene alguna información sobre el asesino, la haga saber a tal o cual dirección para “encargarse” de él. Es como si estuviera conmovida la única parte sensible de aquellos para quienes la muerte es un modo de vida, y la vida es moneda de curso legal.

Pero ni ellos han obtenido respuesta. Parece que nadie vio nada. A los doce años no hay morbo que alimente a aquellos curiosos que jamás ven nada, pero saben perfectamente con quién se besó la vecina en edad de merecer, a qué hora salió, en qué auto pasaron por ella, a qué hora regresó, en qué condiciones y si fue en el mismo vehículo en el que partió. A los doce años no hay chisme que perseguir. Quizás por eso nadie vio nada.

El domingo 28 de junio, Brennie Felician Medina salió con cien pesos en la mano a comprar refrescos al abarrote de la esquina. Eran las 2:00 de la tarde, la hora de la comida. Un tipo armado la asaltó para quitarle el dinero. Cien pesos que no alcanzan ni para una grapa de cocaína. Le pegó un balazo que ni los sicarios de más baja ralea disparan: un tiro por la espalda. A sus doce años Brennie luchó por aferrarse a la vida. En su lucha no estuvo sola; médicos, familia, amigos hicieron todo lo que pudieron durante 24 horas, pero ese día el cielo necesitaba un ángel.


Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com

Que tenga una semana en que el silencio no duela.