lunes, 22 de junio de 2009

A dos de tres

Marisa Pineda

Los médicos, los gurús de la belleza y, por si ello no fuera suficiente, la publicidad, recomiendan beber dos litros de agua al día. La ciencia dice que el cuerpo humano está formado en un 60 por ciento de agua. Por esa concentración algunas corrientes sostienen que, al igual que a las mareas, los ciclos lunares nos afectan. Por qué, entonces, cuando empieza a llover, en cuanto nos caen dos gotas, caemos en pánico cual si se tratara de lluvia ácida. Lo otro; por qué cuando algún motorizado ve a un peatón hecho sopa, le acelera para terminar de bañarlo.

Se supone que la función básica del calzado es proteger la piel de los pies de las inclemencias del medio ambiente. Con el paso del tiempo, esa función ha quedado prácticamente en desuso. Las mujeres somos afectas a treparnos en tacones y plataformas que son pase garantizado al traumatólogo o fisioterapeuta. Además, pareciera que la norma es: entre más incómodo sea el zapato, más caro será. Los varones no se quedan tan atrás, en lo que “doman” botas o mocasines.

Cuando caen las primeras lluvias fuertes, si es hombre, lo más seguro es que lo agarre con el calzado recién boleado o con tenis blancos, recién limpios. Es como con el carro, puede traerlo un mes hecho un asco, todo es cuestión de que salga del auto lavado para que, cómo en conjuro, se suelte un chaparrón, igualito pasa con los cacles. Ahí anda escondiendo los pies porque no se ha dado tiempo para ir a limpiar los zapatos, pero justo el día en que le roba tiempo al tiempo para hacerlo, por la tarde escucha el “¡brooom!” de la naturaleza, el cielo de pronto se cierra, la enclenque e inofensiva nubecita blanca de la mañana se ha vuelto un Cúmulo que, por más que corra, por más que se resguarde, acabará con su pequeña inversión.

¡Ah!, pero en el caso de una mujer, el asunto es totalmente distinto. Una mujer difícilmente estará dispuesta a permitir que un mugroso charco o arroyo acabe con sus zapatos. ¡Nunca de los nuncas! Con un entrenamiento a base de ampollas y raspones, provocados por tiras, bordes, costuras, hebillas y adornos del cacle, una mujer no cederá a la lluvia sin antes darle la pelea.

Si se fue precavida, una sacará de la bolsa un par de calzado destinado justamente para ser usado en la lluvia. Son zapatos que no llegarán a ver el fin de año, pues en cuanto pase la temporada quedarán en condiciones para ir derechito a la basura.

Si la situación no dio para medidas preventivas, en cuanto el agua arrecie, una se agachará y con una gracia tal se sacará el calzado, lo tomará, lo guardará en la bolsa y reanudará el camino con un señorío que ocultará las molestias de andar pisando con la pata bichi cuanto objeto arrastra el agua.

Las razones para emprender semejante aventura van: desde el considerar que siempre será más barato y menos doloroso curar una cortada (antiséptico, dos puntadas y una antitetánica) que un hueso roto por andar trepado en 12 centímetros de tacones y tres de plataforma, en medio de la lluvia; hasta el recordar que uno desembolsó sin chistar media quincena por un par de zapatos de corte, suela y forro sintéticos, “pero bien bonitos”.

Si hace un sondeo entre sus amigas encontrará que más de una cedió alguna vez ante el embrujo de unos zapatos de materiales sintéticos (Made in China o Made in Hong-Kong), igualitos a los que vio en una revista, pero más baratos. Si por esos azares del clima, le agarró el agua y no hubo oportunidad de descalzarse por voluntad propia, luego de un momento empezará a sentir los zapatos cada vez más, y más, y más cómodos, hasta descubrir que se deshicieron en sus pies. Al revisarlos encontrará que el material entre el plástico de la suela y el del corte, era cartón.

Con zapatos en la mano o calzados, allá va Usted, sacándole la vuelta a los chorros que caen de las marquesinas y los techos (arrastran insectos y basura), a las rampas que se han vuelto más resbalosas. Pisa el charco y recuerda que aún no ha terminado de pagar el cacle pero, ni modo, el agua no tiene para cuando quitarse y existe el riesgo de que, al rato, el panorama para su rumbo se ponga peor. Va pensando en lo que se le ocurra cuando de pronto, de la nada escucha otra vez “¡broooom!”, ahora no es el cielo tronando, es un tipo motorizado que ha encontrado divertido aplastar el acelerador y hacer olas para bañar a quienes no les quedó de otra que mojarse.

No falta el patán que justifica: “para que se termine de bañar”, olvidando que no es lo mismo empaparse con agua de lluvia, que con agua lodosa que corre por el arroyo. Peor aún, cuando uno está refugiado en una marquesina de tres metros, junto con otras cuarenta personas, y pasa el sujeto en cuestión.

A medida que el agua sucia cae por el cuerpo, lo menos que uno le desea al gañán motorizado es que se le apague el auto, pase otro tipejo y le haga una grosería igual, para que sepa que no es gracioso y que si eso es humor, es un humor muy sucio. En lo que uno imagina esa escena, la rama materna del árbol genealógico del fulano será recordada hasta por allá en que la doceava generación anterior.

Aún cuando el 60 por ciento del cuerpo humano sea agua, algo debe haber en el 40 por ciento restante para que a las primeras gotas emprendamos carrera como si, en vez de agua, fuéramos de azúcar.

Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com Que tenga una semana en que le lluevan buenas noticias.