lunes, 25 de mayo de 2009

A dos de tres

Marisa Pineda

Alguna vez se ha preguntado ¿quién diseña las pruebas en los programas de concurso? “La necesidad tiene cara de hereje” reza el dicho. Para salir de pobre, aunque sea momentánea o parcialmente, el camino a la mano es recurrir a la suerte, vía cachito de lotería, melate o rasca y gana. En los intentos más desesperados está participar en programa de concursos en televisión. Si se hiciera alguna lista de las pruebas más humillantes, la de la letra propone la inolvidable P’arriba papi p’arriba, del famoso programa Sube Pelayo Sube. Emisión que llevó a esta su amiga a preguntarse por vez primera ¿quién diseña las pruebas en los programas de concurso?

A principios de los 70 en los hogares mexicanos reinaba Luis Manuel Pelayo, excelente actor que hiciera mancuerna con Mauricio Garcés en películas como “Fray Don Juan”, interpretando al alcahuete mayordomo que respondía respetuoso: “Mandaba el señor”. En la pantalla chica, Luis Manuel conducía “Sube Pelayo sube”, programa que tomaba su nombre del concurso estrella, el que todo México esperaba: el palo encebado. La prueba ponía a espectadores y tele espectadores a corear al unísono “sube Fulano sube, sube Fulano sube”. En los años que duró el programa se cuentan con los dedos de las manos a quienes lograron conquistar el palo encebado. El resto de las veces, el concurso culminaba con un prolongado y piadoso “aaah” de apoyo al perdedor.

Con cada intento frustrado el palo encebado sumaba dinero que alcanzaba cifras considerables para su tiempo y para la condición económica de los concursantes. Sin embargo, había otra prueba que, sin ser la protagónica, superaba la ignominia para el participante y toda su familia, esa era “P’arriba papi p’arriba”.

Para poder participar en “P’arriba papi p’arriba” el concursante tenía que ser, invariablemente, cabeza de familia; entre más numerosa y más humilde, mejor.
Ahí tenía pues a Pelayo enfundado en su traje con pajarita, recibiendo sonriente a la Familia Equis. Papá Equis, obrero en una fábrica; Mamá Equis, dedicada a las labores del hogar y los cinco niños Equis, en escalerita de mayor a menor, el menor aún de brazos. Al igual que en el palo encebado, en P’arriba papi p’arriba los premios se acumulaban, la diferencia era que en éste último se trataba de productos. De pronto, la bolsa acumulada podía incluir: sala, comedor, estufa, refrigerador, recámara, ¡una lavadora! y hasta una bicicleta para el señor.

Semejante premio era más que suficiente para soportar cualquier humillación en cadena nacional. Y allá va la familia en pleno subiendo la empinada escalera hasta llegar al tope de una rampa resbalosa, a la que le faltaban dos grados para ser pared. El público cantaba jubiloso “P’arriba papi p’arriba”, animando al concursante, quien ya enfundado en un overol como de empleado de aseo y limpia, buscaba, en un golpe de suerte, dar a su familia lo que le estaba económicamente impedido.

Primer intento. En pos de alcanzar la meta el hombre convertía hasta sus cachetes en ventosas. El ánimo crecía. El tipo se agarraba hasta con el pelo. Nada. Falló en su intento. Al resbalar, lo hacía con una extraña lentitud, pareciera que la frustración por el fracaso amortiguara la fuerza de gravedad.

Segundo intento. Pelayo acude a tranquilizar a Papá Equis. Arenga al público a dar más ánimo. El público responde. En la meta, la familia hace lo propio. ¡Arriba corazones! Papá Equis responde también, transforma la frustración en impulso y de un brinco se ha puesto más allá de la mitad del camino. Los gritos aumentan, la orquesta toca y de pronto, cuando está más cerca de la cima que del suelo. El conductor marca el alto ¡Alto! Por favor. En la aviada Papá Equis pisó la línea de salida. El concursante ni chista, acepta con resignación. Le queda una oportunidad. Tranquilo. La siguiente es la buena.

Tercer intento. El conductor vuelve al concursante y al público, incluso al que está frente a las pantallas “usted, allá en su casa, dele ánimo” y allá estaba uno también coreando “P’arriba papi p’arriba”. Vale decir, que en la prueba el participante podía recibir ayuda de sus hijos para alcanzar la cima. Allá tenía Usted unas estampas en que el hombre va trepando y la madre prácticamente aventando los hijos, uno tras otro, en una liana humana que ayudara a lograr los muebles de sus sueños y la bici para su viejo. Uno, dos, tres, cuatro chamacos colgando. La madre, con una mano sujetando al último de un pie y con la otra deteniendo al de brazos. El padre alcanzando la cuerda de vástagos. La fuerza de gravedad haciendo lo suyo provocando que todos se vinieran abajo. En lo que resbalaban, ni público ni televidentes lograban disimular las carcajadas.

Lo que seguía eran lágrimas, apenas compartidas porque las cámaras inmediatamente tomaban al público que seguía en franca carcajada de recordar aquella hilera humana resbalando por la rampa al ritmo de “P’abajo papi p’abajo”, que tocaba la orquesta cuando el concursante fallaba.

Los domingos, la crueldad madrugaba. En familia, con Chabelo, tenía como concurso estelar la catafixia. Tras una serie de pruebas superadas, el niño debía elegir entre el altero de juguetes y golosinas que había ganado o catafixiarlos por lo escondía alguna de las tres cortinas de la catafixia. El plebe bien podía salir con un automóvil, un paquete de mueblerías K2, o un balde con un trapeador usado. Si el conductor estaba de buenas podía apiadarse del chamaco y regresarle las golosinas y un juguete; de lo contrario el amigo de todos los niños justificaba impasible “Tú lo elegiste mi chavo”.

Años después, Ausencio Cruz y Víctor Trujillo, en su programa La Caravana, recrearon esas situaciones interpretando al concursante Margarito Pérez y a Jhonny Latino, conductor del programa La Pirinola. Como en los concursos de verdad, Margarito siempre quedaba arañando el premio. Jhonny Latino, falsamente compasivo le decía “lástima Mar-ga-ri-to”. Margarito consternado insistía que había entrado al concurso porque su familia necesitaba mucho el premio. Jhonny Latino respondía artificialmente comprensivo “porque aquí nadie pierde, Margarito se va a llevar una torta de jamón que quedó de la semana antepasada. Llévelo al baile”.

Como ve, los concursos no han cambiado.

Gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Por favor, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones en adosdetres@hotmail.com. Que tenga una semana ganadora.