miércoles, 19 de noviembre de 2008

A dos de tres
Marisa Pineda
¿Le ha tocado ver el anuncio del pedigrí? Ese donde sale un perro atrapado en una perrera y se escucha: “sé dar la patita, me gusta jugar con la pelota, no sé cómo vine a dar aquí, quiero irme a casa”. A esta su amiga ese comercial la pone triste, porque le recuerda a las mascotas que ha tenido. Sin embargo, tiempos traen tiempos y ahora las mascotas son virtuales. Los primeros fueron los tamagochis, luego llegaron los neopets, lo de hoy es el pet society ¿lo conoce?
En los más remotos recuerdos de quien esto escribe se encuentra La Borola; una perra que parecía estopa de mecánico, cuya mayor gracia era robarse juguetes, o artefacto que a ella se le figurara lo era, y obsequiárselos a su dueña, que era yo.
Tras la Borola llegó la Marimba, pastor alemán gris de alcurnia bien perrona. Fue a dar conmigo por obsequio y se convirtió en mi guarura. Duró un buen de años hasta que se dejó morir. Un día, La Matriarca enfermó y tuvo una prolongada estadía hospitalaria, la Marimba se metió bajo el catre de La Matriarca y ahí se echó, se negó a comer y a volver a salir, hasta morir.
Los años llevaron a casa otros tantos canes; algunos de fina estirpe, otros el vivo ejemplo de la suma de razas. Hubo uno que llegó bien guapito, con moño y en canasta, quien lo llevó presumía la casta de aquel husky. La casta se la llevó el agua, cuando en la primera bañada las orejas del cachorro se despegaron, develando a un perro chancualillo al que el ingenio de los vendedores, y un poco de pegamento, lo habían convertido a un husky ciento por ciento pirata.
El tiempo llevó también a casa un pez, un gato, un conejo, unos pollos y unos gansos. El pez arribó directo de la presa Sanalona, era como una tilapia (los conocedores decían que sí lo era) chiquitita que había sobrevivido a una tarde de pesca. Vivió en un balde, de ahí se mudó a una pecera ganada jugando canicas en la verbena. El pez adoptó la mala costumbre de saltar, varias madrugadas, luego de escuchar “tras”, la de la letra tenía que ir presta a regresar al pez a su medio. Un día brincó cuando la casa estaba sola, al llegar y ver al pez boqueando fue un llanto el mío. Me apresuré a enterrarlo antes de que La Matriarca lo echara al sartén.
El gato llegó bien chiquito, todo cochino, lo bañé temiendo que se fuera a morir en ese instante, pues la conseja popular advertía: a los gatos no se les debe bañar porque se mueren. Ahí me tiene enjabonándolo en lo que bajaba toda la corte del cielo, corroboré que puede que el agua no les guste, pero no se mueren si los baña. Al tiempo también comprobé que uno no adopta a un gato, el gato lo adopta a uno.
El conejo fue sobreviviente de la clase de biología en la secundaria. Era blanco, blanco. El maestro nos había hecho integrarnos en equipos y pidió lleváramos una rana o un conejo para un experimento de disección, el encargado de la materia prima no encontró rana y llevó al conejo. No recuerdo por qué causa sobrevivió a la científica curiosidad secundariana, terminando en una de las bolsas del uniforme de esta su amiga. Así llegó a casa, donde se dedicó a comer, engordar, crecer y ganarse a pulso su expulsión del hogar. Un día de esos de calor, en que lo único fresco es un petate en el piso, La Matriarca hizo lo propio. A ella fue a dar el conejo y, aprovechando el sueño pesado de la doña, le mordisqueó el pelo hasta dejarle una calvicie como de monje dominico. Al despertar, La Matriarca se abalanzó contra el conejo, que la recibió clavándole sus dos dientotes. Tras ese hecho, el lepórido fue a dar con una vecina (era eso o echarlo a la cazuela), ahí le llevaron una compañera y se dedicó a reproducirse como conejo que era.
De los pollos no hay mucho que decir, fueron lindos mientras estuvieron chiquitos y mantenían su hermoso color verde, rosa o azul. Sí, porque era común que en las ferias y kermeses los expositores regalaran a los niños una bolsa de papel con hoyitos y dentro de ella un pollo pintado con alguno de esos colores. Eran hermosos en tanto no se les cayera el color y crecieran.
Los gansos no se los recomiendo como mascotas, son muy bravos, dan miedo. Nada que ver con los patos, que pese a su mal carácter no son tan agresivos.
Pero el tiempo trajo a casa también otras mascotas: las virtuales. El primero fue el tamagochi, cuyo nombre dio lugar a apodos y albures al por mayor. Se creó a mediadios de los años 90 y es, quizás, la primera mascota virtual. Los del Departamento de Etimología de A dos de tres dicen que el nombre proviene de la palabra japonesa tamago, que significa huevo, y chí, que representa afecto. El juguete, en efecto, tenía forma de huevo, venía en colores brillantes y los de la marca Bandai eran los más caros, por ser los originales.
El tamagochi traía una cadenita, de tal forma que podía traerse como llavero o dije, para poder estar al pendiente del animalito que aparecía en la pantalla. A ese ser virtual había que darle de comer, bañarlo, jugar con él y darle su medicina en caso de que se enfermara. Hiciera lo que hiciera, irremediablemente se moría en no más de 30 días o mutaba hasta “hacerse malo”, lo cual equivalía a que el monito sonriente y lindo se había puesto feo.
En menos de lo que se dice ¡cuaz! llegaron al mercado los tamagochis pirata. Los juguetes se convirtieron en una plaga, no había cuadra donde no encontrara uno a la venta, cada vez más baratos, por cierto. Así como llegaron se fueron. De un día para otro, cual dinosaurios, los tamagochis se extinguieron. Como toda moda, no han de tardar en volverse a popularizar.
El creciente acceso a las computadoras y al servicio de internet trajo consigo los sitios de mascotas virtuales: interactive cyber pets, mikballo, dinopar, miconejo, moutonking y neopets son ejemplo de ellos. Los neopets, uno de los más populares, a diferencia de sus antecesores tamagochis, por más que los desatienda no se morirán. Puede dejarlos sin comer, sin atención, sin medicina, sin nada, ellos se las ingeniarán para sobrevivir. Pareciera que quien diseñó los neopets es el mismo que diseña los virus para las computadoras.
Pero las llamadas redes sociales virtuales, como Hi 5 y Facebook, están ofreciendo a sus usuarios algo más que la posibilidad de encontrar y contactar a sus amigos, o a personas con gustos y aficiones afines. Ahora Facebook tiene dentro de sus utilidades una aplicación llamada Pet Society, que es la moda. Es un juego en el cual adopta una mascota, a la cual podrá vestir, transformar sus características físicas, y alimentarla; el bicho en cuestión viene con una casa que podrá amueblar y adornar, todo ello previo pago. Para pagar tendrá que hacerse de dinero, y para hacerse de dinero deberá competir, apostar o de plano extender la mano para que la caridad virtual le obsequie lo mismo algo de comer, que muebles o ropa.
Tener una mascota en el Pet Society es lo de hoy. ¿Qué seguirá?.
Muchas gracias por leer estas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe, comentarios, sugerencias, mentadas, invitaciones y hasta felicitaciones por favor en la dirección adosdetres@hotmail.com ¡Ah! Y sí, la de la letra tiene una mascota virtual en el Pet Society, se llama Aboliere. En la vida real tiene a Galileo, el perro que le ladra a la Luna, y a Jovita, la tortuga malencachadita. Que tenga una semana de muchas sonrisas, como de tamagochi contento.