miércoles, 5 de noviembre de 2008

A dos de tres
Marisa Pineda
La vida de los muertos está en la memoria de los vivos.
Feliz Día de Muertos. ¡Toing! Así de grandes se abrieron los ojos de la de la letra cuando vio la frase impresa en una tela para mantel, en popular tienda frente a Catedral.
Es verdad que México se distingue del resto del mundo por su celebración del Día de Muertos. Sitios como la isla de Janitzio, en Michoacán, son punto de concentración para visitantes de los cinco continentes, extasiados por el misticismo que envuelve este día al panteón del lugar. La luz de las velas, los colores de las flores, sus olores, el sonido de cánticos y letanías que no cesan día y noche crean una atmósfera única, que sólo puede darse el día en que, según la tradición, los que ya hicieron el viaje sin retorno tienen permiso para venir a comprobar que la vida de los muertos está en la memoria de los vivos.
Y sin importar que de limpios y tragones están llenos los panteones, aquí a la Muerte se le come dulce y salada: en pan, en calaveras de azúcar, en caldos y en cocteles levantamuertos. Aquí la Muerte nos pela los dientes, y se le canta y se le hacen rimas jocosas. A la Muerte le hablamos de tú y le ponemos apodos, “la huesuda”, “la catrina”. Sólo aquí petatearse, entregar el equipo y estirar la pata son sinónimos del verbo morir, porque para morir nacimos.
En todo ello de acuerdísimo, pero de eso a Feliz Día de Muertos… hay una vida de diferencia.
A propósito de la efeméride, el Instituto Nacional de Geografía e Historia (INEGI) emitió un comunicado especial, en el cual informa: “en México, a principio de los años treinta se esperaba que un recién nacido viviera en promedio 33.9 años; al 2008, la esperanza de vida al nacer es de 75 años. Las mujeres viven en promedio casi 5 años más que los hombres. Para este 2008, la tasa bruta de mortalidad es del 4.9 defunciones por cada mil habitantes. En el 2007 –refiere- se registraron 514 mil 420 defunciones; 124 muertes masculinas por cada 100 femeninas. Las principales causas de muerte son: la diabetes mellitus, tumores malignos, enfermedades isquémicas del corazón, enfermedades del hígado, enfermedades cerebrovasculares, enfermedades crónicas de las vías respiratorias inferiores y los accidentes de transporte en conjunto, que fueron causa de 56.2% de las defunciones, ocurridas en 2007”.
La de la letra estaba a punto de hincarle el diente al pan de muerto cuando los del Departamento de Estadísticas de A dos de tres (fanáticos de los números) confirmaron: “sin ánimo de espantar con el petate del muerto, según cifras del Instituto Mexicano del Seguro Social la diabetes es primera causa de muerte en México, el año pasado registró 21 mil 388 fallecimientos”. Veneno que no mata engorda.
El Sector Salud establece que cada año mueren casi 60 mil personas (niños, jóvenes y adultos) por algún tipo de cáncer, primera causa de muerte en el mundo. Ya lo dice el refrán, “en mal de muerte no hay médico que acierte”, añaden los del Departamento de Culturas Populares de A dos de tres. Cuando la de la letra era niña (cinco o seis años) tenía la idea de que la gente moría en orden cronológico. Un día cualquiera mi mejor amiga, uno o dos años mayor, enfermó de leucemia (la palabra se me hacía tan bonita) y murió. Su partida me enseñó la primera gran lección sobre la vida: la Muerte tiene su propio orden.
Siguiendo con los números: el Centro Nacional de Equidad de Género y Salud Reproductiva de la Secretaría de Salud indica que cada 30 minutos muere una persona por lesiones provocadas en accidentes de tránsito, principal causa de muerte en hombres jóvenes.
Hay otras cifras, las de 4 mil 313 muertos, del 1° de diciembre del 2006 al 1° de octubre del 2008. Con ellos la Muerte ha tenido que librar una lucha constante, pues si un día el asesinato de cuatro personas asombra, mañana la proporción tiene que duplicarse para lograr conmover, ya ocho, ya once, ya veintidós, todos en un día a día que no da tiempo para asimilar el hecho de morir. En esos números La Muerte pareciera haber visto como le arrebatan tanto su papel protagónico, como parte de su poder y sus designios.
En las primeras escenas de la película El Padrino, el señor Buonasera acude con don Vito Corleone para pedirle se haga justicia, su hija fue ultrajada y el responsable anda libre por las calles. Don Vito le asegura que “se hará justicia”, anticipándole que quizás un día le pedirá un favor y deberá cumplirlo. Ese día llega cuando a Corleone le asesinan a su hijo Sonny, en una emboscada. Don Corleone entra a la funeraria del señor Buonasera y clama su ayuda. Haz algo por él, mira cómo dejaron a mi hijo, no se lo puedo llevar así a su madre, su madre no lo puede ver así, suplica El Padrino.
Al ver las noticias, son muchas las veces que esta su amiga ha recordado esa escena y se ha preguntado cómo obrará el talento de los empleados de las casas funerarias para rescatar aquellos cuerpos para sus familias. Los caídos en esa carrera, donde las cifras compiten con la forma de morir. Donde a las ejecuciones con armas de fuego con calibres capaces de derrumbar paredes de concreto, le responden las incineraciones, las decapitaciones, los descuartizamientos; los cadáveres con mensajes escritos con todas sus letras o encriptados en billetes o serpientes envueltas al cuerpo, en un código al cual la Muerte misma –de nuevo- parece ajena.
Esos 4 mil 785 asesinados por grupos vinculados al crimen organizado, según las cifras de la Policía Federal Preventiva. Cifras, tan heladas como la muerte misma, que detallan, con la democracia que sólo la Muerte tiene: 4 mil 313 asesinatos fueron de civiles y 472 de elementos de corporaciones policiacas o militares. Fue Séneca quien dijo: “La muerte es un castigo para algunos, para otros un regalo y para muchos un favor”.
La Federación Latinoamericana de Periodistas reporta que del 1° de diciembre del 2006 al 1° de octubre del 2008, en México hubo un periodista asesinado por mes, en promedio; al mes de abril había también cuatro desparecidos. Cuatro que no mueren ni reposan, como dice la canción de Víctor Manuel.
Feliz Día de Muertos dice la tela que la de la letra vio, enseguida le vinieron a la mente los tiempos en que desde la víspera del Día de Muertos estaba estrictamente prohibido jugar a la ouija, a la lotería o a la baraja “no provoques a los espíritus” era la contundente explicación. A cambio, La Llorona, la Mujer de Blanco, la Mujer de Negro, la Mano Peluda y todo el catálogo de espíritus para aterrorizar a chicos y grandes (miedosos de closet) hacían una tregua. En las casas no debía faltar la cruz de velas con el vaso de agua para dar luz a los difuntos. Una vez terminado el rosario que acompañaba la instalación de la cruz de luces, la velación se convertía en una fiesta aderezada con las anécdotas que dejaron los finados. De esos momentos la de la letra recuerda a La Matriarca, puntualizando solemne: “hablo de su vida, no de su muerte”.
Ya sabe: comentarios, sugerencias, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com. Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Que tenga una semana de vivencias plenas.