lunes, 7 de febrero de 2011

A dos de tres

Marisa Pineda

En Culiacán el invierno es de escaparates, una especie de ilusión óptica provocada por los maniquís vestidos con gruesas chamarras, bufandas, gorros y hasta guantes.

Por muchas temporadas, en cuanto el termómetro baja los 20 grados lo declaramos apto para salir a la calle presumiendo chamarras acolchadas y botas apeluchadas, como las que usaba El Perro Aguayo. ¡Ah! Pero que distinto cuando el clima nos pega una desconocida memorable como la de la última semana, recordándonos tener mucho cuidado con lo que uno desea, porque se le puede cumplir.

Que levante la mano quien no haya fantaseado con “te imaginas si en Culiacán hiciera frío de a deveras” y citamos como referencia los paisajes nevados de las tarjetas navideñas, para de ahí pasar a renegar del inclemente calor que prevalece la mayor parte del año y que históricamente nos ha impedido llevar la moda de trapo sobre trapo, que es el causante de que el maquillaje no dure y de que nos lleguen altísimos cobros por el indispensable consumo de aire acondicionado.

Por eso, en Culiacán, entre mujeres es común que cuando alguien va a viajar a un lugar que hace frío repase los roperos de parientes y amigas en búsqueda de chamarras, capas, abrigos y cuanta prenda cubridora se encuentre, y de la cual se carece, porque “ya ves que aquí con un suetercito la haces”, amén de la disculpa: “El otro día vi un abrigo hermosísimo pero aquí ¿cuándo lo desquitas?”. Por su parte, la prestamista de la prenda excusa “disculparás el aroma a naftalina, pero es que está guardado desde hace ¡uuuh!”

Y es que aquí prácticamente toda prenda de manga larga se compra tomando en cuenta que pasará de generación en generación, pues sólo así desquitará su costo. No es raro, pues, que si las hombreras vuelven a ponerse de moda, un saco ochentero tome su segundo aire, o que uno presuma y subraye que el suéter heredado de la bisabuela no es viejo sino “vintage”.

Con tales referentes no resulta extraño que en más de una ocasión hayamos tenido la fantasía de vivir los paisajes de invierno idílico que conocemos en los escaparates; tampoco, que muchos creamos que el invierno inicia a principios de noviembre, en cuanto enchamarran a los maniquís, y termine recién pasa Año Nuevo, al aparecer los descuentos por cambio de temporada.

Sin embargo, hay que tener mucho cuidado con lo que se desea porque se nos puede cumplir y la semana que recién termina el frente frío número 26 nos hizo realidad el deseo por conocer el frío más de cerca.

Vivir el jueves el día más frío en los últimos 50 años de Sinaloa nos hizo sacar las prendas más abrigadoras, sin importar si los trapos se habían enviado, o no, a la tintorería para espantarles los ácaros. Mucho menos importó si olían a guardado o a naftalina.

Fueron días en que por la calle se veía a gente caminando con las manos cruzadas o protegidas en las bolsas. Días en que el veraniego saludo “que inche calor está haciendo” cedió su lugar como pocas veces a “que frío está haciendo”. Días en que las redes sociales se plagaron de reproches por parte de ecologistas recriminando que el frío era producto del daño que esto y lo otro han hecho al medio ambiente; de los comentarios a favor y en contra a quienes se pronunciaban porque el calor llegue pronto, así como de una larga lista de chistes de todos colores inspirados por el frío.

Pero en menos de 24 horas se congeló la sonrisa y se enfrío el ánimo al saber que casi 200 mil hectáreas de cultivos en pie se siniestraron por las bajas temperaturas. Al momento de teclear estas líneas los servicios de protección civil en Sinaloa no reportaban –afortunadamente- muertes por frío, a la vez que llamaban a extremar precauciones para prevenir enfermedades respiratorias y pedían no encender fogatas dentro de la casa para evitar accidentes.

Desde hace años circula por internet un mensaje que se llama “Carta de un saltillense en Culiacán” (hay otra que es “Carta de un chilango en Culiacán”, el contenido es en esencia el mismo) en la cual se narra cómo mientas en Saltillo están a menos ocho grados centígrados, aquí se puede andar en shorts y camisa de manga corta en plena Navidad o Año Nuevo. El fuereño comenta que aquí no hay reumas en invierno, ni necesidad de chimeneas o calefacción. Refiere, en cambio, su extrañeza porque todo mundo se le queda viendo pues se compró un auto –baratísimo- con quemacocos y vestiduras de piel.

Y así sigue el diario hasta llegar al verano y descubre que a los 46 grados centígrados el quemacocos puede ser justamente eso, un quemacocos, y a las vestiduras hay que ponerles algo encima o causan hemorroides. Al final, regresa a su tierra y dice “la gente aquí (en Culiacán) cuando se muere no se va al infierno, vive en el toda su vida”.

Por eso, porque históricamente los culichis hemos bromeado con que cero grados centígrados significan ni frío ni calor, porque los paisajes más invernales que conocemos nos los dieron la pista de hielo en la explanada del Palacio de Gobierno y la de los circos sobre hielo que nos visitan en esta temporada, por eso es que el frente frío número 26 nos dejó titiritando, clamando por un café caliente o un sorbo de tequila que nos espante lo enteleridos.

Al momento de cerrar este A dos de tres, el Servicio Meteorológico Nacional advierte que este domingo entrará al norte del país el frente frío número 27, con altas posibilidades de que se registren de nuevo cero grados en varios estados, entre ellos Sinaloa, recordándonos que hay que tener mucho cuidado con lo que uno desea porque se le puede cumplir.

Muchas gracias por leer estas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com ¡Ah! Y si le sobra por ahí alguna cobija recuerde que no todos vivimos en casas con paredes de ladrillo y que “cada cual siente el frío según anda vestido”.

Que tenga una semana sin frío en el alma.