lunes, 8 de noviembre de 2010

A dos de tres

Marisa Pineda

No te desconectes, no te desconectes, no te desco… ¡AAAghh! Se desconectó y faltaba bien poquito para que pasara la canción. ¿Se acuerda? Si se acuerda, es que le tocó la primera era de la transferencia de archivos de música en el otrora popularísimo napster.

En los últimos diez años, la tecnología para reproducir música ha registrado un desarrollo vertiginoso. La carrera pareciera ser por lograr acomodar cada vez más minutos de música en aparatos cada vez más pequeños y, por supuesto, con mejor fidelidad.

A la par, se libra otra competencia igual de rápida: la de conseguir más música de manera gratuita… a través de la internet, no vaya a pensar que tal logro tiene que ver con encontrar un disco de colección y pedir “¿me lo grabas?”.

Pero para llegar al intercambio de música a través de las computadoras hubo que recorrerse un camino que inició por allá en 1877, cuando Thomas Alva Edison inventó el primer fonógrafo. De ahí, Emile Berliner dio el siguiente paso con la invención del gramófono. El resto es historia: aparecieron el tocadiscos de alta fidelidad, las radioconsolas, las sinfonolas, el casete, el disco compacto, el walkman, el mp3 y lo que se acumule.

Quienes venimos de generaciones prehistóricas conocimos la música grabada en discos de vinilo y en casetes. Los abuelos de los abuelos referían que en sus tiempos los discos eran de 78 revoluciones por minuto (RPM). A la de la letra le tocaron ya en formatos de 45 y de 33 RPM; los primeros contenían apenas un tema de cada lado, los segundos registraban de seis a ocho temas por lado. Además, sus carátulas eran, frecuentemente, verdaderas obras de arte, muchas de ellas hoy de colección.

Para entonces los tocadiscos habían evolucionado a las radioconsolas. Eran como baúles de pequeños (como de un metro) a inmensos, dentro del cual estaba el tocadiscos. Cerrados servían también como mesa auxiliar. A la fecha las radioconsolas se cotizan bien entre quienes gustan de lo retro.

Hoy que tanto se habla de que la “piratería” y el intercambio gratuito de música por la internet ha golpeado inclemente a la industria discográfica, uno recuerda que aquellos discos de vinilo eran imposibles de piratear. Lo más que podía hacerse era lambisconear, amenazar o suplicar al propietario del acetato inconseguible hiciera el favor de grabarlo en un casete. Los únicos mecanismos de copiado eran de disco a casete y de casete a casete, no había de otra.

Además de la música, los vinilos aquellos obsequiaron momentos divertidísimos cuando se rallaban y el ídolo en turno se quedaba trabado cantando el mismo pedazo “sufro… sufro.. sufro..”, o cuando el alcapone (alcapone el disco) de la fiesta se le olvidaba cambiar las revoluciones y ni el mismísimo Pavarotti se salvaba de escucharse como ardillita.

Como para todo hay maña, la sabiduría popular recomendaba que en un disco rayado se salvaba el escollo colocando una moneda (o varias) sobre el brazo del tocadiscos. La cuestión era dar con la moneda del peso adecuado y colocarla en equilibrio. Si la moneda caía, su caída podía derrumbar también el ánimo en una pachanga, así que aquel con el don de equilibrar el peso era invitado imprescindible en toda fiesta en que hubiera discos rayados.

Años después los vinilos fueron reemplazados por los discos compactos, y con la masificación del internet por los nuevos formatos de archivo, como el mp3.
Es ahí cuando incluso las generaciones recientes envejecen al iniciar sus pláticas con “te acuerdas cuando…” Y se acuerda uno cuando descubrió que existía napster, aquel programa en que ponía el nombre de la canción deseada, daba click y ¡voilá! a “bajarla” a la computadora de donde podía pasarla a discos compactos y disfrutarla.
Era maravilloso tomar canciones de aquí y de allá hasta conseguir el repertorio soñado. ¡Y gratis! El problema era que no podía interrumpir la transferencia.

Tomando en cuenta que el internet no tenía entonces la velocidad de ahora conseguir cada canción podía equivaler a estar adherido a la computadora por horas, cruzando los dedos porque Fulanito10 no se desconectara.
Horas viendo como el bloque vacío se teñía de azul marcando el avance de la transferencia del archivo. De pronto, al llegar al 97 por ciento, ¡cuaz! el fatídico aviso de que la transferencia había sido cancelada, arrancando el sentido grito:
¡AAAghh! NOO, se cortóoo.

¿Se acuerda cuando...?

Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Por favor, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com

Que tenga una semana en lo que bueno no se interrumpa.