martes, 16 de marzo de 2010

A dos de tres

Marisa Pineda

“El mundo se va acabar, el mundo se va acabar, si un día me has de querer, te tienes que apresurar” reza la popular canción jarocha (que retomara Molotov, Pepe Arévalo y sus Mulatos y otros tantos grupos más) la cual se ha convertido en la banda sonora de las pláticas con el tema “El mundo se va acabar en el 2012, según la profecía maya”, tema que inicia con el de los terremotos recientes en diversas partes del mundo y el de los desprendimientos de glaciares.

Primero fue el catastrófico sismo en Haití, luego en Chile. Le siguieron terremotos en China y más reciente en Turquía. Con el antecedente de 1985 en el Distrito Federal todo debería apuntar a que estuviéramos preocupados por revisar las normas de seguridad para la construcción de edificios, por extender los simulacros a todo el país (ya ve que hasta en Culiacán tembló ya) pero no, en vez de eso la mayoría estamos más aplicados en divulgar la “Profecía Maya”, la cual advierte que el mundo se acabará en dos años, y contando.

De México para el mundo. Los mayas son conocidos como la civilización más inteligente y exacta. Como carta de presentación basta recordar la invención del cero (la aportación es meramente matemática, pero sus implicaciones van más allá: eres un cero a la izquierda, por ejemplo) y su legado en el estudio de la astronomía.

En ese legado se encuentran siete profecías. La séptima culmina con que el 21 de diciembre del 2012, a las 11:11 horas, el mundo entrará en una era de grandes cambios. Suponemos que por el punto geográfico de la civilización maya se trata de las 11 horas con 11 minutos tiempo del Golfo de México, pero dudo mucho que, con todo y su precisión, los mayas hayan considerado en sus predicciones eso de adelantar y atrasar una hora el reloj en verano y en invierno.

Los del Departamento de Investigaciones de A dos de tres agarraron el fin de semana largo, al son de “El mundo se va acabar” pegaron carrera a colonial destino turístico y el reporte sobre las profecías lo dejaron escueto. No aclararon eso de la hora, lo cual es vital si consideramos que no hay tiempo que no se llegue ni plazo que no se cumpla. Tal parece que se inspiraron más en la canción “La última luna” de Emmanuel, que en los mayas. Nada más les faltó rematar su informe con que “la última luna la vio solo un recién nacido… salió volando por la ventana, era el hombre del mañana”.

Dicen los que dicen saber que la primera profecía inició en 1999. A partir de ahí, correrían trece años de gracia (cabalístico trece) para que nos realineáramos con el universo y evitar así el apocalipsis. La segunda profecía tiene que ver con el eclipse del 11 de agosto de 1999, el cual provocaría que los rayos del Sol alteraran el comportamiento humano. Habría quienes encontrarían la paz en sus emociones y otros empeorarían el carácter. En la tercera profecía, la temperatura de la Tierra subiría, afectando a la naturaleza. La cuarta profecía dice que la Tierra empezará a desprenderse de los hielos para limpiarse. La quinta es una nueva advertencia para que los seres humanos reconsideren, o los sistemas en que se basa la civilización colapsarán. La sexta habla de la aparición de un cometa que vendría derechito a la Tierra, aunque podría desviarse con energía síquica y/o física (que tal con el “armagedon” maya). La séptima profecía habla del inicio de la Era de la Luz. Es, se supone, un mensaje de esperanza.

Esa séptima profecía iniciaría el 21 de diciembre del 2012, así que ni se preocupe por qué hará de cena para esa Navidad. Del Año Nuevo ya ni hablamos.

Esto del fin del mundo no es nuevo. Cuando la de la letra estaba plebe conoció de múltiples avisos de que el fin del mundo estaba cerca. Una ocasión, aún en la primaria, la histeria colectiva fue tal que hasta misa en Catedral se ofició. Se llamó a la calma y, por aquello del no te entumas, a la resignación. Había un gentío. En casa, la Matriarca era más bien escéptica hacia esos temas; sin embargo la Progenitora, que es harto sugestionable, decretó que ese día yo no iría a la escuela. Culiacán, aquel día, estaba raro. No tenía el tráfico de costumbre. Mucha gente se había quedado en su casa, otros habían optado por visitar algún templo y otros más habían subido la familia al vehículo para “ir a ver cómo está Culiacán”, como si los automóviles fueran una nueva Arca de Noé, en los que se salvarían los pioneros de la nueva civilización.

En casa, Progenitora estimó que el fin del mundo tendría que iniciar por la tarde, una vez que ella checara la tarjeta de salida de su empleo, o bien por la noche. Ahí nos tenía guardadas en casa. Progenitora no quería que encendiéramos el televisor para esperar de forma amena el fin de los tiempos. A cambio, aceptó encender la radio para estar al pendiente de los avisos, antes muertas que desinformadas. Ahí estábamos cual sectarias esperando que llegara la nave a inducirnos. Parecía que vivíamos nuestro luto anticipado. Así pasó el tiempo, hasta que llegó la hora de la telenovela que seguía la Matriarca. Su metro y medio de estatura brincó de la silla, se sacudió el vestido (se había puesto bien guapa, para que la muerte no la sorprendiera chancluda) y dirigiéndose a la Progenitora pronunció enérgica la célebre sentencia: “ya estuvo bueno. Ya basta. Ya fue mucho de darte por el lado. ¡Qué se va a acabar el mundo ni que nada! El mundo se va acabando para el que se lo va llevando la chingada”. Acto seguido fue a la cocina a preparar la cena, encendió el televisor y fin del episodio.

Muchas gracias por leer estas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com

Que tenga una semana en que la dicha no se acabe.