lunes, 15 de diciembre de 2008

A dos de tres

Marisa Pineda

“En el portal de Belén rin rin, yo me remendaba, yo me remendé, yo me eché un remiendo, yo me lo quité”. La Navidad está a la vuelta de la esquina, los villancicos en español y en inglés se escuchan por todos lados. A dos de tres no iba a ser la excepción y empezó con villancico. Es tiempo de dar y recibir; de que la ansiedad ande con nosotros como piedra en el zapato; de sentir como el desasosiego invade el pensamiento, poco a poco, día a día, hasta ponernos contra la pared. Es tiempo de responder ¿qué le doy al que me tocó en el intercambio?
El ritual empieza con el nombramiento de un encargado de coordinar el intercambio de regalos. La candidatura recaerá en quien se lleve mejor con la mayoría o esté menos empleitado con los demás.
Luego viene el cuestionamiento ¿vas a entrar al intercambio? Si se topa con alguien cuyas secuelas de intercambios anteriores son muy graves la inmediata respuesta será un rotundo “no”, seguido de la narración de la frustrante experiencia de recibir una utilísima gorra de baño como regalo. Exceptuando esos casos, antes de dar un sí o un no la respuesta general será otra pregunta: ¿de a cuánto va a ser?
En esa etapa se da la primera criba. El número de participantes que queden definirá el replanteamiento del monto del regalo, con el correspondiente cabildeo, hasta encontrar el número que permita alcanzar una mayoría y un presunto buen obsequio para todos. La democracia tiene sus buenos momentos.
Enseguida vendrá una fase que exige toda la concentración, capacidad, esmero y cuidado del coordinador del intercambio: la hechura de los papelitos. Esos cachitos de papel son parte fundamental, en ellos el pecado de omisión o repetición de nombres es garantía de malos momentos y resabios que no se borrarán jamás. Es más fácil olvidar con quien bailó la posada del año pasado, a la vez que se quedó con las manos vacías porque a nadie le tocó.
Anotados los nombres de los participantes y depositados los papelitos en la improvisada urna, toca el turno al azar. Se escudriñan las bolitas de papel en busca de alguna pista, una letra que se alcance a ver, algo que indique que no es el nombre del Fulanito que nos cae gordo. Si por mal fario nos tocara y de algo valen las súplicas, puede que el coordinador se haga de la vista gorda permitiendo regresar el papel a la urna y tomar otro, no sin antes advertir “si te vuelve a salir ni modo, ya te tocaba”.
Después, viene un arduo trabajo de inteligencia para averiguar qué quiere el destinatario y de paso deslizar en el conocimiento general lo que uno desea de regalo. Aquí empiezan las mandas pidiendo al Santo Patrono de los Intercambios que no le hayamos tocado a Perenganito, quien es tacaño hasta con él mismo.
Así se van los días y cuando menos se piensa, el coordinador aparece con sonrisa de duende de la Navidad: “no se te olvide, mañana es el intercambio, a las dos”. ¡En la merry kristmas! aún no se ha comprado el regalo, córrele porque cierran el centro comercial. Una vez ahí, empezarán las llamadas de auxilio “hey, qué dijo Sutanito que quería de regalo”, la confidencialidad del destinatario, tan celosamente guardada, pasa a la historia en aras del desespero. Al día siguiente el saludo habitual se convierte en un pase de lista, ver a alguien sin algo empacado equivale a inasistencia.
“A ver, vamos a empezar, Fulanito le da a Sutanita y Sutanita a quien le tocó y así se va la cadenita” y allá va la cadena de abrazos, de parabienes y de obsequios. Si todos quedan con algo en las manos el Coordinador sentirá como le quitan la loza de la espalda. Cumplió su encomienda y la cumplió bien.
Es entonces cuando empieza el proceso que definirá si esa fue la despedida en los intercambios. En esta parte cada uno de los cuatro lectores tiene su propia lista de los diez regalos más recordados. El Departamento de Estadística de A dos de tres propone que los comparta a través del correo adosdetres@hotmail.com (a los de ese departamento a veces les aflora una curiosidad morbosa).
La de la letra es muy fácil de consentir, esa simpleza ha servido para considera que hasta ahora ha tenido buena suerte en los intercambios, incluso cuando recibió una botella de champú con aroma de fresa, que hacía que las moscas revolotearan sobre su cabeza.
Alguna vez, en la primaria, cuando abrí el obsequio las carcajadas de todo el salón hicieron llorar a quien me dio el regalo. Yo no entendía el llanto de aquel niño y el no entendía mi felicidad por unos calzones bien bonitos, con olanes tupidos y moños; una compañerita acabó con el momento al reclamar al lagrimoso: “por qué lloras, al menos tu mamá compró unos con chinitos, a mi me tocaron unos sin nada”.
La dependencia de esta su amiga al chocolate le ha servido para considerar motivo de júbilo recibir en el intercambio una tablilla mediana de chocolate presidente, o dos paletones corona con seis chiclosos de natilla montes más la explicación “dijo mi mamá que con los chiclosos y lo que le costó el moño se completa la cuota que pusieron”.
En otro intercambio me regalaron un par de muñequitos, el que fueran vestidos de novios hacía sospechar que eran recuerdo de un casorio, encontrar bajo la base una tarjetita que decía “recuerdo de nuestra boda” lo confirmaba. Reducto de una mesa de bodas fue también un portarretratos que recibí, un moño blanco que decía “Boda” lo delató.
En el conteo personal es memorable también un libro de autoayuda, pero más memorable aún un audiolibro de autoayuda (ese sí me afectó, lo reconozco); así como un perfume que ni como desodorante de baño se toleraba, la botella denotaba que la dueña original lo usó, no le gustó, lo guardó un buen de tiempo y en el intercambio encontró el momento oportuno para deshacerse de él.
Cuando A dos de tres estaba preparando los papelitos del intercambio, los del Departamento de Investigaciones comentaron que si bien la tradición de dar obsequios el 24 de diciembre tiene como referente los regalos que llevaron los Reyes Magos al niño Jesús, a Belén, la costumbre de intercambiar regalos proviene desde antes del nacimiento de Cristo mismo, allá por el siglo VIII A.C. en Roma. Con la extensión del imperio romano la práctica llegó a otras culturas. La religión católica, en su propósito de cambiar el significado de las celebraciones paganas pasó la práctica a la Navidad. Así, tribus como las germánicas al adoptar el cristianismo y, por ende, la Navidad, incluyeron la costumbre de intercambiar regalos. En América, la evangelización hizo lo propio.
No hay día que no se llegue ni plazo que no se cumpla, ¿Ya tiene lo que va a regalar?
Antes de poner punto final por favor permítame unas líneas de agradecimiento: a Sergio Sánchez, por compartir su sangre; a las trabajadoras sociales del STASAC, luz y guía en los pasillos del Hospital Regional Número 1 del IMSS (en Culiacán); a las enfermeras, trabajadoras sociales, camilleros y médicos del cuarto piso, del área de Ginecología; al doctor Pedro René Armenta y a su equipo. A todos ellos que ofrecieron calidez y atención a Doña Carmen Santos y el apoyo invaluable a la de la letra, mi agradecimiento infinito.
Cerramos como empezamos, con villancicos, por qué no: “Ya se va la rama muy agradecida porque en esta casa fue bien recibida. Ya se va la rama con patas de alambre, porque en esta casa se mueren de hambre”. Comentarios, sugerencias, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com. Que tenga una semana plena de regalos bellos.