lunes, 30 de julio de 2012

¿En qué pensaba Don Nuño?



Marisa Pineda

En qué carajos estaba pensando Don Nuño Beltrán de Guzmán cuando se le ocurrió quedarse a fundar la Villa de San Miguel de Culiacán en pleno tiempo de calor.  O por esos días había estado lloviendo a diario y se sentía fresquito, o ya se había hartado de matar indígenas que dijo “hasta aquí llegué. Aquí me quedo”.  Supiera Don Nuño cuantas veces le he recordado a sus ilustres ancestros en cada verano, sobre todo cuando luego de esmerarse una con el arreglo termina en calidad de sopa.

En qué estaba pensando Don Nuño. ¿Qué no lo hacía sudar lo entrapajado que andaba? En las estampitas lo pintan con cuello alto, abotonado hasta donde comienza la quijada, con otra camisa abajo, de la cual se asoma un cuello picudo. No conforme con la moda de trapo sobre trapo el fundador aparece en los retratos o con su casco metálico, que así como que muy fresco no ha de haber sido, o bien con una boina con una plumita tropicalona.

Por éstas fechas tuve un compromiso de esos de vestido largo obligatorio, de “pipa y guante” dijera mi abuela. La búsqueda del vestido fue como buscar la olla de monedas de oro al final del arco iris. El asunto no sólo era encontrar un vestido hermoso, que hiciera a esta su amiga lucir el cuerpo que fue en el que es ahora, sino que resultara apto para el inclemente verano culichi.

No hubo aparador en Culiacán que escapara del ojo avizor. Fueron decenas de tiendas a las que entré y salí con las manos vacías y el ojo más abierto que una caricatura japonesa. De unas porque las tallas se han achicado, en lo que yo me he ensanchado, de otras porque el precio del atuendo equivalía a pagar la renta, los servicios y la despensa de seis meses con trozos del vestido, cual moneda de curso legal.

Pero quién dijo que todo está perdido, y así hubo una tienda donde descubrí el vestido de los sueños. El precio si bien un poco alto era pagable, el color adecuado y el modelo me hacía sentir cual si la imagen que proyectaba el espejo truqueado de la boutique fuera la real.

Todo iba muy bien hasta llegar a casa y volvérmelo a poner para presumirlo. Desde la tienda el cierre dio algunos problemillas, problemitas que se resolverían con la ayuda de una faja o de permanecer por cinco días a dieta de agua y lechuga, y si se podía de agua y agua. Faja fue la opción, pero meterse en una faja en pleno  verano culichi no es tarea fácil. Aún dentro del aire acondicionado, estirar la prenda, extender las piernas, jalar y brincar hasta que el rebosante cuerpo quepa dentro del minúsculo tubo elástico provoca que gruesas gotas de sudor perlen frente, cuello, espalda y brazos.

Luego de varios minutos, paciencia y porfiar una y otra y otra vez, ahí me tiene ¡por fin! dentro de la faja y dentro del vestido. Todo parecía resuelto, cuando de pronto la pregunta obvia hizo tambalear el triunfo ¿y si quiero ir al baño, cómo le voy a hacer? ¡Ah! Porque deje le cuento que  la mayoría de los baños de las salas de fiesta (es verdad, que la muestra no es muy amplia porque tampoco son muchas las salas de fiesta que frecuento) que he conocido a lo largo de mi vida tienen un detalle en común: las cabinas del baño son chiquitas, cuando una va vestida “de civil” no hay problema, el asunto se complica cuando una va con algún atuendo ajustado o cuando lleva faja.

Es entonces, cuando uno siente que la cabina se achica a cada infructuoso esfuerzo por regresar la prenda a su lugar original en nuestro cuerpo, el sudor se hace presente complicando todo. El desespero aumenta hasta que le gana a una la claustrofobia y aplicando aquello de que finalmente todas las ahí presentes somos mujeres, salimos casi corriendo al área de los lavamanos y sin ningún pudor empezamos a brincar como canguros para volver a entrar en la faja.

Descubrimos que no somos las únicas en ese trance, y revaloramos el significado de la solidaridad de género, presente en quienes, aún sin conocernos, nos ayudan a subir el cierre del vestido, sobre todo de aquellos vestidos largos que lo tienen en la espalda, o llevan corsés con agujetas en el dorso.

Al final del proceso de revestimiento, hay que resanar el maquillaje y el peinado averiados por el esfuerzo hecho, pues por más bueno que sea el aire acondicionado del local, quien sabe que brujos se confabulan para que en los baños no esté tan fresco como afuera y termine uno en calidad de sopa.

En todo eso pensé cuando tuve que regresar el vestido a su empaque original y con forzada resignación emprendí el camino de vuelta a la tienda para pedirles me lo cambiaran por otro, vaporoso, holgado, apto para el inclemente verano de Culiacán con sus cuarenta y tantos grados y su sensación térmica de cincuenta.

En el camino recordé a la ilustre progenitora de Don Nuño Beltrán de Guzmán, y como tantas otras veces me pregunté ¿En qué estaba pensando Don Nuño cuando decidió fundar aquí la Villa de San Miguel de Colhuacan? ¿Qué no tendría planeado hacer huesos viejos en estos rumbos? ¿Qué no sentía el calor?  ¿No pensó en las generaciones venideras? ¿En qué carajos estaba pensando Don Nuño?

Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Sugerencias, mentadas, invitaciones y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com En Twitter nos encontramos en @MarisaPineda. ¿Cómo va con la lectura? Cuénteme qué libro le gustó y mientras, que tenga una semana bien fresca y relajada.