martes, 27 de mayo de 2008

A dos de tres

Marisa Pineda

¿Sabe que se festejó el viernes?. ¿Ni idea?; el Día del Estudiante. ¿Se acuerda de la primera vez que fue a un baile del Día del Estudiante?. ¡Qué cosas! .¡Ay! moda, cuantos desfiguros cometió uno en tu nombre. Si no fuera por el humor involuntario que provocan, de que buena gana enviaba uno a la hoguera, las fotografías de aquellos tiempos. Y pensar que uno se juraba salido de las páginas de moda, luciendo la greña “a la Farrah”, con su atuendo de chica disco, con el copetón “a lo Flans” o como salido del último episodio de Melrose Place.

La de la letra recuerda su primera fiesta del Día del Estudiante, ¿cómo olvidarla? si terminó en una batalla campal de grandes proporciones, que ameritó la llegada de muchas patrullas, así como el salir por piernas de aquel gran salón de fiestas donde cupieron los dos turnos de la escuela secundaria.

Esa primera fiesta del Día del Estudiante fue en los tiempos en que estar a la moda era vestir pantalones de mezclilla deslavada con camisetas como de equipo de beisbol; el cuerpo de un color y las mangas de otro. También se usaban las playeras tipo batik. Varios intentamos lograr el efecto sumergiendo los trapos en cloro. Créame, no funciona, la ropa se deshace y el deslavado se convierte en deshilachado.

Las camisetas, “ti chirts”, dirían los más “in”, eran como dos tallas más pequeñas a la necesaria, con mensajes que iban del “Have a nice day” al “Son of a gun”. El no tener ni remota idea de que decía el letrero era pecata minuta. Fue también el tiempo en que una película: Tiburón, impuso la mercadotecnia y tener un objeto de la película lo convertía en objeto del deseo.

Hasta entonces, sólo Walt Disney vendía cuanta chunche con la imagen de sus personajes. En Culiacán, Tiburón se estrenó en el cine Reforma (hoy Auditorio Inés Arredondo), ahí le compraron a esta su amiga una camiseta en batik azul y blanco, que reproducía la imagen del cartel de la película: la chica nadando, bajo ella el gran tiburón a punto de engullírsela y en grandes letras Jaws. También me mercaron un collar de gamuza, con un dije de colmillo de tiburón. Acá entre nos, el dichoso dije era de resina y lastimaba, porque las orillas las tenía como dientes de serrucho. La camiseta era un suplicio; todo el impreso era un vulcanizado, más caliente que un mediodía de agosto, y con el sudor se adhería al pecho. Con todo y ello, ¡antes deshidratada que sencilla!.

La moda en el calzado eran los zapatos con plataformas, de lo moderado a lo descomunal. Los suecos, que provocaban tanto ruido como accidentes al caminar. Los tenis Converse o Decatlón, y los zapatos Exorcista. Sí, leyó bien. La entonces cadena de calzado Canada, sacó al mercado un modelo de tenis llamado Decatlón, similar, efectivamente, a los que usaban los atletas. También lanzó los zapatos Exorcista, tomando el nombre de la ya célebre película. Los exorcista eran como choclos (de agujetas o hebilla), con la punta redondeada y la suela pareja. La suela era, precisamente, la que los hacía diferentes, al ser de una sola pieza de goma, que dejaba bien marcada la horma.

En ese tiempo lo unisex era lo máximo. Ver a un hombre con un overol ¡blanco!, ajustado, con un sierre que iba del tiro del pantalón al cuello, con sus suecos o plataformas, era muy “fachion”. En el pelo, la moda, igualmente unisex, era traerlo como príncipe valiente o “de honguito” con las puntas hacia dentro. Seguramente varios han desaparecido esas imágenes de los álbumes familiares, no los culpo, yo habría hecho lo mismo de no ser porque mi greña, entonces lacia baba, se negaba a acomodarse como hongo, condenándome a traer una larga melena recogida en una cola, media cola o dos colas.

Con ese panorama en el vestir y una vez conseguido el permiso para ir a la Gran Tardeada del Día del Estudiante, la de la letra se pasó varias noches cavilando ¿qué me pongo?. Y me puse un pantalón de mezclilla, una camiseta que tenía una mona cabezona -de esas que ahora se hacen llamar Precious Moments- y unos guaraches. Llevaba una media cola, brillo incoloro en los labios y nada más. Un vecino (hoy compadre) que iba en el turno vespertino, pasaría por mí y de ahí llegaríamos por cuanto nos quedara en el trayecto al salón de fiestas. Fue entonces cuando reparé en algo importante ¿debería llevar bolsa?, ¡no tenía!, sólo usaba monederos, ¿y si agarraba una de mi amá?. ¡Caramba! Cuan complicado era pasar de la fiesta del Día del Niño a la del Día del Estudiante. Finalmente, opté por echar el pase en una bolsa del pantalón y los dineros en la otra.

Ahí nos tiene que agarramos camino, en el trayecto la bola fue creciendo y el tema de conversación era la fiesta, que si qué piezas íbamos a bailar, que si nos sacaba a bailar fulanito ni de loca porque era bien fachoso y cuando tocaban “Kung Fu fighting” se soltaba tirando golpes como de karate, que si todavía estaba de moda bailar caderazo, que si caderazo no íbamos a bailar porque quedaba un morete bien feo, que si a la salida nos veíamos en la esquina de tal y cual calle para regresar juntos, que si cómo irá a ir vestida perenganita, que si irán a dar comida como en la escuela (primaria), que si ¡mira, ya llegamos!.

Entramos y de las bocinas más grandes que habíamos visto en nuestra vida salían los ritmos de moda, también se veían unos instrumentos musicales y corría la voz que iría a tocar un conjunto sorpresa. Todavía no se animaba nadie a abrir la pista. Los de tercero nos veían con una cara de desprecio, y los de segundo también. El ser nosotros aún pubertos y ellos adolescentes nos dejaba en clara desventaja. Nada que no se pudiera solucionar con el curso natural del tiempo, pero en vía de mientras nos tenía abriéndonos paso, buscando, entre las peores mesas, donde sentarnos. Fuimos a quedar en una esquina, a un lado de una pila de bocinas, que en un minuto nos dejaron oyendo un pitido que duró hasta el siguiente día.

Fue por eso, y por toda la gente que estaba frente a nosotros, que no alcanzamos a ver cómo empezó el pleito. Tampoco logramos escuchar los primeros gritos. Fue hasta que se suspendió la música y en su lugar salió la voz del director cuando reparamos en que algo andaba mal. “Por favor muchachos contrólense, si no se calman se va a suspender la fiesta y no vamos a volver a hacer otra” ordenaba por el micrófono. Uno de los tambores de la batería pasó rozando su humanidad como respuesta. A como pudimos salimos corriendo. Afuera las patrullas empezaban a rodear el salón y algunas calles de la periferia, uno de los grandes vidrios se vino abajo sin que, afortunadamente, hiriera a alguien.

Terminamos en una refresquería, celebrando el Día del Estudiante con raspados, comentando de cómo iba vestido este, ese y aquel; de todo lo que no bailamos, de que nadie conocíamos a los que se llevaron detenidos o descalabrados y que la de la letra brincó bien chilo desde una jardinera, como a tres metros del suelo, para poder alcanzar la salida.

Hasta la fecha, la secundaria –que aún funciona- no ha vuelto a hacer una fiesta del Día del Estudiante en un salón. A la fecha, no se sabe por qué empezó el pleito aquel, como tampoco se sabe cuál era el grupo sorpresa.

Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Que tenga una excelente semana.

Comentarios, sugerencias, mentadas, invitaciones y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com

martes, 20 de mayo de 2008

A dos de tres

Marisa Pineda

Esta vez fui yo. Esto de las revisiones en los aeropuertos se ha convertido en una excelente fuente para las anécdotas. Deje le cuento.

Resulta que hubo una reunión nacional de trabajo que involucraba a la de la letra. Primero se informó sería en La Paz, Baja California, cambios de último momento, de esos que suelen no faltar, llevaron a desplazar el encuentro a Tijuana. De acuerdo, a Tijuana iremos.

Canturreando y bailoteando eso de “A Tijuana, a Tijuana me voy, a Tijuana…”, esta su amiga echó a su ya traqueteada maleta trapos y cacles suficientes para cuatro días. En bolsa aparte la laptop. El recordar que en la última revisión los guardias advertían “saquen los equipos de cómputo de sus estuches” obligó a optar por una solución bien simple: aventar el aparato a una bolsa grandotota, nada de estuches con sierres por aquí y por allá. Listo.

Llegó el día. Primero al aeropuerto de Culiacán. Revisión de rutina. La señorita que auscultó la maleta dijo comprensiva, “voy a procurar no revolverle mucho sus cosas”. Metió sus enguantadas manos entre los trapitos y cumplió, el contenido quedó casi igual a como estaba acomodado, en un descuido hasta mejor.

Segunda revisión, segunda. Fila para pasar a la sala B. “Cintos, carteras, plumas y demás objetos colóquenlos en las cajas de plástico”. “Los equipos de cómputo sáquenlos de sus maletines y colóquenlos aparte”. La de la letra decía para sí misma: ¡Éjele! Esa ya me la sabía por eso lo puse en una bolsa fácil de abrir y cerrar. Además, esta vez ni cinto llevo. Terminado el diálogo interno, a cruzar por el arco detector de metales….silencio, no pitó. No pude evitar una sonrisita, en lo que recogía mis efectos personales.

Al llegar a Tijuana vino lo bueno. Una vez recuperado el equipaje, a comprar boleto para el taxi. Que quiero cruzar rumbo a la salida y ¡Booong! (sonido de concursante aplastando el botón equivocado). Dos elementos de No-me-fijé que corporación policiaca solicitaron “pase para allá, para revisión”. ¿Para revisión?, ¿también se revisa el equipaje a la salida?. “Sí, también”. ¡Ah!, Bueno. Adelante, respondió cooperativa la de la letra.

En ese instante todo el contenido de la maleta empezó a ser lanzado de un lado a otro, con más pericia que una compradora compulsiva en una barata nocturna. Como en letanía escuchaba: “¿trae frutas?, ¿vegetales?, ¿de dónde viene?, ¿Cuánto tiempo va a estar aquí?, ¿a qué viene?, ¿me permite una identificación?. La neurona solitaria estaba a todo lo que daba para tratar de contestar a la misma velocidad: no, no, de Culiacán, tres, no cuatro … “¿Tres no qué?”. Que voy a estar cuatro días, no tres. Vengo de trabajo y si me regresa mi bolsa le muestro la identificación. “¿Qué no la trae en la mano?”. No, es el boleto del taxi. Una vez concluido el proceso. Un “Bienvenida a Tijuana” me arrancó una sonrisa y un muchas gracias, dicho con toda sinceridad.

Al llegar a la puerta de salida, un señor con uniforme preguntaba “¿Quién viene de Sinaloa?”. Apenas escuché aquello, me estiré a todo lo que doy y alcé lo más que pude el brazo que llevaba libre. ¡Yo!, ¡yo!, ¡yo vengo de Sinaloa!, exclamé en lo que decía para mis adentros: mira que atentos, vinieron por mí. ¡Iiih, ¿Qué hago con el taxi. Igual se lo paso a otra persona, ni modo que me lo reembolsen. Caray, son 250 pesos. Eso me saco por adelantada, a ver si así aprendo.

“¿Usted viene de Sinaloa?”. Si, de Culiacán, respondió la de la letra con su mejor sonrisa y harto orgullo. “Venga para acá”. Y fui para allá. Para allá era justo en el camellón rumbo a los taxis. ¿Ya tiene taxi?”. Si, pero no importa, muchas gracias por venir. Inocente pobre amiga.

“Abra su maleta”. ¡¿QUÉ?!. Cómo que abra la maleta, otra vez, que no viene por mi?. “Por qué habría de venir por Usted, acaso debo venir por Usted. Dice que le revisaron la maleta, quien fue”. Los señores que están allá adentro, los que revisan las maletas antes de que salga uno de la sala de arribos. Enseguida, vi como el oficial aquel abría la bolsa y sobre el pavimento quedaban expuestas, una sobre otra, todas y cada una de las prendas que llevaba para los cuatro días de estancia. Algunos viajeros me veían con curiosidad, otros me recorrían de arriba abajo. Otro guardia se acercó a prudente distancia de la de la letra, y no le quitaba la vista de encima. Yo que no tengo aspecto ni de Reyna de la Primavera, para entonces recordaba al señor ese que en una revisión, en otro aeropuerto, quedó con su dedito bichi porque llevaba un hoyo en el calcetin y le pidieron se quitara los zapatos. Seguro él se había sentido entonces, como me sentía en ese momento.

Al final, el uniformado ordenó. “Guarde todo, apúrese”. En lo que metía todo lo oí justificar: “Es para verificar que no haya cambiado de maleta”. Pero a qué horas, si viene hilvanado a mí desde que salí de la sala, respondí y enseguida corregí: entiendo amigo, el que es mandado no es culpado. Usted hace su trabajo. No hay problema.

Todavía hoy sigo preguntándome de donde saqué ese ápice de comprensión, cuando me sentía tan incómoda, cuando todavía estaban tan presentes las miradas a la ropa interior, el cepillo, los zapatos sobre el pavimento. Las miradas sobre mí, metiendo todo a la maleta con menos cuidado que los desperdicios al bote de basura.

El taxista, que había presenciado todo, me sacó plática. Inició con el protocolario “¿de dónde nos visita güerita?”. La güerita, viendo las cruces de los indocumentados a lo largo del muro, respondió como autómata: de Culiacán, de Sinaloa. En el resto del trayecto reímos de mi despiste al confundir al oficial de revisión con comité de bienvenida. “Bienvenida a Tijuana”, dijo al despedirse.

Comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones en adosdetres@hotmail.com. Muchas gracias por leernos y hacer que esto valga la pena. Que tenga una excelente semana. Un abrazo.

sábado, 17 de mayo de 2008

A dos de tres

Marisa Pineda

Acaba de pasar el Día de Madres, ¿Qué le regalaron? Algo para Usted, para la casa o para hacerle la vida más fácil, manera eufemística de llamarle a los electrodomésticos y línea blanca.

Por de pronto, esta su amiga agradece infinito ya no tener que escuchar en cada corte comercial: “a ti que me diste tu vida, tu ser y tu espacio…”. Canción que no por bella dejó de hartar, luego de oírla como fondo musical de cuanto producto, bien o servicio se ofrecía como El Mejor Regalo para su Madrecita. Ya se tratara de una casa, un aparato de aire acondicionado o un vestido, el fondo musical era Señora Señora en versión balada, banda y hasta pasito duranguense.

El culto a la fertilidad es milenario y está presente, me atrevo a decir, en todas las culturas. En México data de los tiempos de Tonanzin y Xochipilli; sin embargo, el Día de Madres, tal como lo practicamos actualmente viene del 10 de mayo de 1922, cuando Rafael Alducin, director del diario Excélsior, apoyado por la Secretaría de Educación Pública y la iglesia católica, lanzó en las páginas del periódico la iniciativa para celebrar al pilar de la familia. Ni quien se aventara el boleto de ser el hijo desobediente, que se opusiera a que las santas jefecitas tuvieran su día.

Cuando la de la voz era plebe, como un mes después de iniciado el ciclo escolar, la maestra se plantaba al frente de la clase y con voz entre tierna e imperativa, nos hablaba de cuanto debíamos querer y respetar a nuestra madre, de todo lo que ella hacía por nosotros, etcétera. Al llegar a casa, uno sintetizaba el discurso: “amá, la profe nos dijo que cada lunes hay que llevar dinero para ahorrar y me pidieron una libretita para ir apuntando lo que demos, el dinero lo van a entregar el Día de Madres”. Quien sabe por qué motivo, todas las libretitas de ahorro tenían pasta azul marino. Se compraran donde se compraran eran igualitas.

Lunes a lunes apoquinábamos lo que la santa madre le rasguñaba al gasto, para destinarlo al dichoso ahorro. Cuando faltaba como un mes para el 10 de mayo, empezaba la mortificación. ¿Qué le vas a regalar a tu mamá?, la respuesta conchuda era “los ahorros”, legítimo reembolso del capital materno. Pero eso que suelen llamar conciencia susurraba: “eso no es regalo, cómprale algo tu” y en un ejercicio desesperado dejaba uno de gastar en la escuela, juntaba sus domingos y enredando las monedas en un papel emprendía camino a buscar algo para lo que alcanzara. Las opciones se limitaban a: un mantel de plástico con unas flores en colores chillones, un ramo de flores de plástico o una pieza de cerámica envuelto en papel celofán rojo, amarillo, azul o verde, con un moñote. Hasta la fecha, a mi me fascinan los regalos envueltos en ese papel.

Dígame en que casa no sobrevive, como testimonio de aquellos tiempos, una taza, plato, cafetera o azucarera marca ánfora, color blanco con una pareja como del siglo quince impresa al medio; o un plato o taza anaranjado tornasol “que me regalaste un Día de Madres, cuando estabas chiquito”.

Pero además de esa sorpresa, había un regalo mayor: participar en el festival de Día de Madres. No’mbre, mi amá y mi abuela hasta guardaban las hojitas mimeografiadas donde aparecía el nombre de esta su amiga, quien en los seis años de la primaria no dejó pasar cuanta oportunidad había de hacer el ridículo.

A diferencia de otras fechas, el programa artístico del 10 de mayo daba bandazos de la alegría a la cursilería más ramplona y prefabricada. El coro abría y cerraba el espectáculo. Iniciaba con Las Mañanitas y culminaba con las Mañanitas a mi madre. En lo que entonaba ¡oh! Madre querida, ¡oh! Madre adorada, que Dios te bendiga aquí en tu morada… tras las cortinas que separaban el escenario de los “camerinos”, los demás recomponíamos la letra: “¡oh madre querida!, ¡oh madre adorada! Vamos al cine y tu pagas la entrada”.

Para los números de baile se elegían Las Alazanas, El Tilingo Lingo, El Sinaloense y Amor de Madre. Ignorando totalmente su carácter de lamento, esa última pieza se me hacía de lo más alegre y ahí me veía dando de taconazos al ritmo de: “tú que estás en la mansión de ese reino celestial, mándale a mi corazón un suspiro maternal…” De las bocinas en forma de cucurucho salía el canto de Los Alegres de Terán: “mira madre que en el mundo nadie te ama como yo, se acabó el amor de madre que era mi única ilusión…” y yo con mi imitación de cuera tamaulipeca hecha de panilla café con barbitas blancas, seguía tupiéndole al taconazo, con una enjundia tal que los moños que remataban mis trenzas terminaban en el piso.

Esos festivales fueron marco para cuanto papelón se le ocurra. Esta su amiga contribuyó con varios cuando al perder el ritmo, daba un paso adelante y se instalaba en solista. Al final venían los reclamos “profe, la Pineda otra vez se puso a mero adelante y nos dejó como coro”, “y qué querían profe, que me quedara parada llorando”, respondía la aludida. Sin embargo, dos de los desfiguros imborrables los aportaron otros. Ahí tiene que salió el plebe al escenario (uniforme limpiecito y bien planchado, zapatos relucientes y pelo controlado con un tambo de brillantina joquei club), se plantó en el puro medio, se estiró hasta alcanzar el micrófono, levantó la mano derecha y con voz de líder colono dijo “¡Oh! Madre”, bajó la mano, subió la otra y repitió “¡Oh! Madre”, subió de nuevo la derecha y “¡Oh!” Madre”. Dio un paso atrás, hizo una reverencia de agradecimiento al respetable y se fue por donde vino. ¡Oh madre!.

El otro episodio también estuvo a cargo de un declamador. El programa decía “El brindis del bohemio” por el alumno Fulanito, de sexto grado. Caravana de respeto y admiración, El brindis del bohemio era otra cosa, estaba reservado para los de sexto, y no para todos, sólo para los consagrados. Lo anunciaron, se hizo el murmullo “¿va a declamar El brindis del bohemio”?. ¡Ahh!”. Salió el valiente, empezó a declamar que haga de cuenta Paco Stanley. Todo el público calladito, cuando de pronto “olvidaba decir que aquella noche….olvidaba decir que aquella noche….olvidaba decir que aquella noche”… un maestro, poema en mano, trataba de recordarle lo que seguía para que se destrabara, pero no alcanzaba a oírlo. Fue entonces cuando el declamador optó por completar: “olvidaba decir cuánto quiero a la que me enseña a jugar, la que me enseña a reír, la que en las noches me levanta cuando quiero hacer chís”. La letra del vate Guillermo Aguirre Fiero cedió su lugar a la de “Esa es mi mamita linda”, canción muy de moda en ese tiempo, interpretada por Topo Gigio.

Y pensar que aún así nos aplaudían. Madres al fin.

Antes de decir hasta luego. Permítanme agradecer al personal de urgencias del Hospital Regional del IMSS en Culiacán (creo que es el uno), así como a quienes están en el piso cuatro, en el área de ginecología, por el profesionalismo y el humanismo con que trataron a Doña Carmen, la mamá de la de la letra (sí, tengo Madre). A la doctora Quintero, al doctor Martínez Carvajal, al doctor Armenta, a enfermeras, internos, trabajadoras sociales, camilleros, guardias. A cada uno de ellos, muchas gracias por su dedicación, su paciencia y su ánimo.

Y ahora sí: comentarios, sugerencias, mentadas y hasta felicitaciones por favor en el correo adosdetres@hotmail.com. Muchas gracias por leer estas líneas y hacer que esto valga la pena.

Un abrazo.

sábado, 10 de mayo de 2008

A dos de tres

Marisa Pineda

“Señor can-ti-nee-ro traígamee dos ceerveezas, quieeero embriagarme por ese amor ingraaato…”¿la ha escuchado?, posiblemente en la radio no, pero qué tal cuando algún amigo le dice “pon en el yu tub Amapolita de Arahuay”. Usted obedece, le da click a la lista y al rato suelta la carcajada. La canción es Amor Ingrato, que junto con Nuevo Amanecer fueron las delicias del humor involuntario masificado gracias al sitio de videos You Tube, el mismo que lanzó a la fama a Édgar, aquel que imploraba “no güey, no güey” cuando sus primos abusones lo tumbaban a un arroyo lodoso; y que ahora tiene como estrella del momento a Wendy Zulca, una niña de ocho años, a quien luego de ver su video La Tetita uno no sabe si la patrocina la liga de la leche, National Geographic o algún productor con tendencias pederastas.

Hubo un canadiense llamado Marshall McLuhan, quien por allá en 1964 publicó un libro llamado “La comprensión de los medios como extensiones del hombre”. En esa obra sostiene que las tecnologías llegan a convertirse en prolongaciones de nuestros sentidos, de tal forma que los medios electrónicos de comunicación se vuelven una extensión del sistema nervioso central, aboliendo tanto el espacio como el tiempo. En su momento McLuhan fue calificado, por unos, como visionario y por otros como vil orate. El tiempo le dio la razón al canadiense y ahí nos tiene que ahora, gracias a esas extensiones de nuestros sentidos podamos conmovernos en tiempo real con lo que pasa en cualquier confín del mundo, o bien podamos disfrutar del talento de las estrellas que yu tub nos trae desde Perú.

Esto de los hoy llamados videos virus, empezó con Édgar, el niño de Monterrey que se volvió famoso, luego de que un primo balcón subió al yu tub un video tomado en vacaciones, donde se veía a Édgar implorando a otro primo gandalla que no lo tumbara de un improvisado puente sobre un arroyo de aguas lodosas. “No güey, no güey, me voy a caer güey” se volvió ringtone, juego de video y expresión común. Édgar sacaba al abusón que todos llevamos dentro y provocaba la risa de cuanto lo veía. El clip remataba con Édgar humillado. El niño fue entrevistado por cuanto periódico y programa de televisión le guste. Su video “Edgar se cae” llegó casi al millón de visitas. Cuentan que firmó contrato para un comercial de una empresa galletera y su video en vez de terminar con el “inche, endejo güey” culminaba con un Édgar imperativo ordeando llevaran al primo “a los leones”. Justicia poética.

“Yo soy Yasuri, Yasuri Yamilet, si te metes conmigo te saco la yilé”. Luego de Édgar, los quince minutos de fama se fueron a Panamá. Tras un extenuante esfuerzo de audición, se logra entender “yo soy Yasuri, Yasuri Yamilet, si te metes conmigo te saco la yilé”. Era ¿adivinó? Yasuri Yamilet, quien a ritmo de reguetón llegaba directo a la internet desde el barrio de El Chorrillo. La muchacha estaba bien lejos de ser una Chica Cosmo, pero el ritmo pegajoso y el video más malo que tomar leche con chamoy, la convirtió en la nueva diva del yu tub. Una vez en la cumbre de la fama, los hacedores de Yasuri Yamilet reclamaron la parte de popularidad que les correspondía. Resultó que Catherine Severino, una locutora y modelo panameña, y el dj Mr. Fox grabaron la rola de pura puntada y engatuzaron a una plebe de clase bien humilde para que bailara, hiciera “pley back” y de paso el ridículo mientras ellos se divertían filmándola y colocando el video. Cuando vieron el éxito que alcanzó, Catherine alzó la voz para decir que ella era la verdadera Yasuri, que era su voz, que todo había empezado como una broma. Muy tarde, para todos quienes han visto el video Yasuri es esa cenicienta de la fama y no la modelo. Nadie sabe para quien trabaja.

Fue entonces cuando al yu tub llegó la ola peruana. En una batalla campal, sin empate y sin indulto, participaron Amapolita de Arahuay, la Tigresa del Oriente, Flor de Romero, Bayron Caicedo y Los Conquistadores. El bando rudo proclama ganadora indiscutible a Amapolita de Arahuay, el técnico reclama la gloria para La Tigresa del Oriente.

Marilú Quispicondor, aka Amapolita de Arahuay, recibió en el 2007 el premio como la Revelación del Año, por su importante contribución a la difusión del huayno con arpa (el huayno es un género de música y baile de origen prehispánico, el más popular en la región serrana de Perú). Recibió Disco de Oro por las altísimas ventas de su producción musical “Lejos de tu lado”, pero sin duda el premio más sentido es el de “La reyna cantinera”. Bien orgullosa, Amapolita declaró al diario Órbita (Lima, Perú) “me bautizaron como la reina cantinera por las cervezas que se venden en mis shows” y vaya que reune multitudes.

Eso es en vivo. En el yu tub su video “Amor ingrato” es ya un clásico. Ver a Amapolita trastabillándose, botella en mano,carente de todo glamur, confesando rendida “y por más que quie-ro, no pue-do olvidarlo”, llega. Nadie que vea a Amapolita pedirle al señor cantinero le traiga “dos cervezas” (la caminera, ya sabe) puede permancer impasible. Nadie que la escuche explicar, apenada, “a-a-ando borrachita” puede evitar soltar la carcajada. Nadie que la vea cantando frente a una campanota puede dejar de exclamar “¡¿y esa suástica?!, ¡qué hace esa suástica en la campana!”. Cosas de los videoclips.

Judith Bustos nació en un campamento de Perú, igual que sus 15 hermanos. Madre de dos hijas, cosmetóloga de profesión, se volvió famosa cuando su video “Nuevo Amanecer” se colocó el yu tub. La Tigresa del Oriente, nombre artístico de Judith, sale ahí con un leotardo de leopardo (como que no encontraron peluchito de rayas y usaron uno de manchitas, total ni quien se fije). Con una imagen entre Lyn May y Niurka, La Tigresa y sus tigritas (con bikinis también de motitas) propone cumbianchera “si tu sabes dar amor, un nuevo amanecer tendrás”. Con un coro integrado por un par de tipos vestidos como instructores de aeróbicos, la Tigresa pide “rectifica tus errores, no seas egoista, se más amable y un nuevo amanecer tendrás” y un nuevo amanecer tuvo porque pasó de producciones musicales Éxitos del Mundo a Warner Music. ¿Qué tal?.

Pero la más reciente aportación de Perú a yu tub es Wendy Zulca. La chiquilla es estrella de Producciones Danny (cuyo locutor se oye igual al de Éxitos del Mundo). Poseedora de un falsete que no encuentra su lugar en la escala musical, canta “(chillido)de día y de no(chillido) che yo quiero tomar tetita (chillido)” (¿Entendió? Tampoco en el video). En lo que la música transcurre, la imagen presenta a tres mujeres que ya no se cuecen al primer herbor amamantando a sus bebés. Están sentadas en una plazuela, rodeando a Wendy, mientras el pueblo divide las miradas entre la minidiva y las nodrizas. Hasta ahí uno cree que el video lo patrocina la liga de la leche, Usted sabe, hay que promover que las madres amamanten a sus hijos, la leche materna proporciona nutrientes, defensas. De pronto la imagen cambia y se ve a un becerro prendido de una vaca. Bueno, a lo mejor también Nat Geo aportó al patrocinio. La canción sigue y de pronto pasa una plebe como de 15 años, talla D de brasier, y detrás de ella una horda como de 20 fulanos babeando. La imagen cambia a Wendy y el locutor dice “y sólo tiene ocho añitos”, la cámara regresa a la puberta tetona y es cuando uno dice ¡ah! Carajos, pos que rey de la mezclilla financió también, o de plano es el estilo del productor.

A lo mejor es de esos videos conceptuales, échele un vistazo y me explica.

Comentarios, sugerencias, invitaciones y hasta felicitaciones por favor al correo adosdetres@hotmail.com Por cierto, este texto es a sugerencia de un lector (me creo mucho, gracias por hacer que esto valga la pena). Que tenga una excelente semana.