martes, 20 de mayo de 2008

A dos de tres

Marisa Pineda

Esta vez fui yo. Esto de las revisiones en los aeropuertos se ha convertido en una excelente fuente para las anécdotas. Deje le cuento.

Resulta que hubo una reunión nacional de trabajo que involucraba a la de la letra. Primero se informó sería en La Paz, Baja California, cambios de último momento, de esos que suelen no faltar, llevaron a desplazar el encuentro a Tijuana. De acuerdo, a Tijuana iremos.

Canturreando y bailoteando eso de “A Tijuana, a Tijuana me voy, a Tijuana…”, esta su amiga echó a su ya traqueteada maleta trapos y cacles suficientes para cuatro días. En bolsa aparte la laptop. El recordar que en la última revisión los guardias advertían “saquen los equipos de cómputo de sus estuches” obligó a optar por una solución bien simple: aventar el aparato a una bolsa grandotota, nada de estuches con sierres por aquí y por allá. Listo.

Llegó el día. Primero al aeropuerto de Culiacán. Revisión de rutina. La señorita que auscultó la maleta dijo comprensiva, “voy a procurar no revolverle mucho sus cosas”. Metió sus enguantadas manos entre los trapitos y cumplió, el contenido quedó casi igual a como estaba acomodado, en un descuido hasta mejor.

Segunda revisión, segunda. Fila para pasar a la sala B. “Cintos, carteras, plumas y demás objetos colóquenlos en las cajas de plástico”. “Los equipos de cómputo sáquenlos de sus maletines y colóquenlos aparte”. La de la letra decía para sí misma: ¡Éjele! Esa ya me la sabía por eso lo puse en una bolsa fácil de abrir y cerrar. Además, esta vez ni cinto llevo. Terminado el diálogo interno, a cruzar por el arco detector de metales….silencio, no pitó. No pude evitar una sonrisita, en lo que recogía mis efectos personales.

Al llegar a Tijuana vino lo bueno. Una vez recuperado el equipaje, a comprar boleto para el taxi. Que quiero cruzar rumbo a la salida y ¡Booong! (sonido de concursante aplastando el botón equivocado). Dos elementos de No-me-fijé que corporación policiaca solicitaron “pase para allá, para revisión”. ¿Para revisión?, ¿también se revisa el equipaje a la salida?. “Sí, también”. ¡Ah!, Bueno. Adelante, respondió cooperativa la de la letra.

En ese instante todo el contenido de la maleta empezó a ser lanzado de un lado a otro, con más pericia que una compradora compulsiva en una barata nocturna. Como en letanía escuchaba: “¿trae frutas?, ¿vegetales?, ¿de dónde viene?, ¿Cuánto tiempo va a estar aquí?, ¿a qué viene?, ¿me permite una identificación?. La neurona solitaria estaba a todo lo que daba para tratar de contestar a la misma velocidad: no, no, de Culiacán, tres, no cuatro … “¿Tres no qué?”. Que voy a estar cuatro días, no tres. Vengo de trabajo y si me regresa mi bolsa le muestro la identificación. “¿Qué no la trae en la mano?”. No, es el boleto del taxi. Una vez concluido el proceso. Un “Bienvenida a Tijuana” me arrancó una sonrisa y un muchas gracias, dicho con toda sinceridad.

Al llegar a la puerta de salida, un señor con uniforme preguntaba “¿Quién viene de Sinaloa?”. Apenas escuché aquello, me estiré a todo lo que doy y alcé lo más que pude el brazo que llevaba libre. ¡Yo!, ¡yo!, ¡yo vengo de Sinaloa!, exclamé en lo que decía para mis adentros: mira que atentos, vinieron por mí. ¡Iiih, ¿Qué hago con el taxi. Igual se lo paso a otra persona, ni modo que me lo reembolsen. Caray, son 250 pesos. Eso me saco por adelantada, a ver si así aprendo.

“¿Usted viene de Sinaloa?”. Si, de Culiacán, respondió la de la letra con su mejor sonrisa y harto orgullo. “Venga para acá”. Y fui para allá. Para allá era justo en el camellón rumbo a los taxis. ¿Ya tiene taxi?”. Si, pero no importa, muchas gracias por venir. Inocente pobre amiga.

“Abra su maleta”. ¡¿QUÉ?!. Cómo que abra la maleta, otra vez, que no viene por mi?. “Por qué habría de venir por Usted, acaso debo venir por Usted. Dice que le revisaron la maleta, quien fue”. Los señores que están allá adentro, los que revisan las maletas antes de que salga uno de la sala de arribos. Enseguida, vi como el oficial aquel abría la bolsa y sobre el pavimento quedaban expuestas, una sobre otra, todas y cada una de las prendas que llevaba para los cuatro días de estancia. Algunos viajeros me veían con curiosidad, otros me recorrían de arriba abajo. Otro guardia se acercó a prudente distancia de la de la letra, y no le quitaba la vista de encima. Yo que no tengo aspecto ni de Reyna de la Primavera, para entonces recordaba al señor ese que en una revisión, en otro aeropuerto, quedó con su dedito bichi porque llevaba un hoyo en el calcetin y le pidieron se quitara los zapatos. Seguro él se había sentido entonces, como me sentía en ese momento.

Al final, el uniformado ordenó. “Guarde todo, apúrese”. En lo que metía todo lo oí justificar: “Es para verificar que no haya cambiado de maleta”. Pero a qué horas, si viene hilvanado a mí desde que salí de la sala, respondí y enseguida corregí: entiendo amigo, el que es mandado no es culpado. Usted hace su trabajo. No hay problema.

Todavía hoy sigo preguntándome de donde saqué ese ápice de comprensión, cuando me sentía tan incómoda, cuando todavía estaban tan presentes las miradas a la ropa interior, el cepillo, los zapatos sobre el pavimento. Las miradas sobre mí, metiendo todo a la maleta con menos cuidado que los desperdicios al bote de basura.

El taxista, que había presenciado todo, me sacó plática. Inició con el protocolario “¿de dónde nos visita güerita?”. La güerita, viendo las cruces de los indocumentados a lo largo del muro, respondió como autómata: de Culiacán, de Sinaloa. En el resto del trayecto reímos de mi despiste al confundir al oficial de revisión con comité de bienvenida. “Bienvenida a Tijuana”, dijo al despedirse.

Comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones en adosdetres@hotmail.com. Muchas gracias por leernos y hacer que esto valga la pena. Que tenga una excelente semana. Un abrazo.