Marisa Pineda
No sé si es efecto del
cambio climático, de la globalización, de la suma de ambos o si es
simplemente el signo de los nuevos tiempos, pero en estos días de
sensación térmica superior a los 40 grados centígrados parece
espejismo ver que en algunas tiendas unos muy sonrientes Santa Claus
y demás figuras navideñas, listos para desearle a uno una feliz
Navidad y un próspero Año Nuevo.
Por años, agosto y
septiembre eran los meses en que la vendimia en Culiacán era casi
exclusivamente de mochilas, uniformes, zapatos y útiles escolares;
así como de los trajes para el desfile del 15 de septiembre (desfile
en el que no falta quien confunde las fechas y envía al chamaco con
unos bigotes a lo Emiliano Zapata o recreando a Pancho Villa). En
cuanto se decía ¡Viva México! Los anaqueles cedìan sus espacios a
los pliegos de papel crepé, las hojas enceradas y el alambre para la
elaboración de coronas para el Día de Muertos.
Con la popularización
del Día de Brujas, cerraba septiembre y los estantes se plagaban de
calabazas, calderos, arañas negras y patonas, gorros de bruja y
cantidad de disfraces terroríficos, así como de dulces para
obsequiar al plebero que hizo suyo el “queremos jalogüìn”. Con
las campañas para recuperar la tradición de los altares de Día de
Muertos, a esos productos se añadieron calaveras de azúcar y
banderines de plástico picado (quisiera decir que de papel picado,
pero los que ofrecen son mayormente de plástico y hechos en China).
Pasado el Día de
Muertos, era el banderazo para que la ropa de invierno, los juguetes
y los adornos navideños acapararan los espacios que habían empezado
a ocupar por ahí desde mediados de octubre. A muchos de los
pre-digitales nos tocó ver espectantes como en terrenos frente a la
estación central de Bomberos, a mediados de octubre, se levantaba
una carpa de circo, que entonces nos parecía monumental, y se
convertía en la mayor tienda de juguetes. En cuanto alguien divisaba
que empezaban a descargar los postes de metal se corría la voz y ahí
nos tenía, día tras día constatando los avances y contando los
días para que la carpa abriera sus puertas y pudiéramos entrar a
ver qué le pediríamos al Santa Claus. Pasado el día de Reyes, la
carpa se desmontaba y a esperar la siguiente temporada.
El aniversario de la
Revolución Mexicana era el breve puente entre el Día de Muertos y
la llegada de la temporada navideña. Pasada la fecha patria, y
aprovechando que el verde, blanco y rojo se repiten en la decoración
navideña, no pocos comerciantes reemplazaban el escudo nacional por
una flor de nochebuena, dejando así listos sus exhibidores para el
resto del año.
Tiempos traen tiempos, y
en este siglo 21 ese ciclo del comercio se ha modificado también.
Estamos iniciando el llamado mes de la Patria y en los anaqueles se
ven lo mismo artículos escolares, que pan de muertos, calabazas,
disfraces y toda la parafernalia para el Día de Brujas, al igual que
los Santa Claus, renos, pinos y paisajes nevados que hacen parecer un
espejismo ver a un señor cargando un mono de nieve bajo un sol
inclemente que se siente a más de 40 grados centígrados.
Muchas gracias por leer
éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Comentarios,
sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor
en adosdetres@hotmail.com
En Twitter en @MarisaPineda. Anímese a leer un libro, qué tal
Cuentos de Navidad, digo, aprovechando los signos de los nuevos
tiempos, y mientras que tenga una semana de armoniosa convivencia.