Marisa Pineda
Estaba la muerte un día dibidibidí,
sentada en su escritorio dobodobodó, buscando papel y lápiz
dibidibidí para escribirle al lobo dobodobodó, el lobo le
contestaba dabadá… En estos días vacacionales en que los padres
ya no hallan a qué curso de verano meter el plebero para que no ande
de ocioso, viene a la memoria las vacaciones y los juegos de los
pre-digitales. Juegos que sólo requerían algo de memoria y, eso sí,
bastante coordinación.
Hay cosas que poco o nada cambian de
generación en generación, una de ellas es la emoción que provoca
salir de vacaciones. A los padres de entonces, al igual que a los de
ahora, se les ponían los pelos de punta a medida de que se acercaba
la hora de que sus engendros estuvieran en casa todo el santo día.
La primera semana era de levantarse tarde, jugar, jugar y seguir
jugando. Para la segunda semana el hartazgo hacía de las suyas y se
ponía uno ocioso. Y como el ocio no deja nada bueno ahí andaban los
chamacos viendo qué inventaban, trepando, brincando y desoyendo
consejos hasta terminar en la Cruz Roja, cortado, descalabrado o con
algo roto. ¡Cuantas cicatrices son recuerdo de esos días de ocio!
Sin internet, sin televisión por
cable, sin videojuegos ¿A qué jugábamos los plebes de entonces?
Los niños jugaban a los carritos, a las canicas, al trompo y a un
largo etcétera que sólo exigía perderle el miedo a la mugre,
porque quedaban en calidad de estopa de taller mecánico. Las niñas
jugábamos a otro tanto de cosas, sobresaliendo el “seis-seis”,
ese juego aparentemente simple, que exigía coordinación, destreza,
precisión y una concentración total.
Para quienes no tuvieron el privilegio
de matar el tiempo jugando al “seis-seis” les platico: El juego
consistía en ponerse una niña de cara a otra y hacer una serie de
suertes en base a palmadas y aplausos, al ritmo que marcaban unas
rimas absurdas. Al final uno debía quedar inmóvil el mayor tiempo
posible. Perdía quien equivocaba la secuencia o quien, al final, se
movía primero.
El juego comenzaba tomándose de la
manos diciendo “seis, seis, seis” Esas palabras eran el
equivalente a “en sus marcas, listas, fuera” porque una vez
pronunciadas se soltaba uno canturreando en lo que palmoteaba
haciendo las coreografías correspondientes. Una de las rimas más
populares era: “Estaba la muerte un día dibidibidí, sentada en su
escritorio dobodobodó, buscando papel y lápiz dibidí, para
escribirle al lobo dobodó, el lobo le contestaba dabadá, que sí
bidibidí, que no bodobodó… ¿Qué tenía que hacer el lobo en la
historia?, quién sabe, pero como en tantos otros casos se
sacrificaba la coherencia en aras de la rima.
Pero la incoherencia no terminaba ahí,
de súbito la letra pasaba de la respuesta del lobo dobodó hasta
algún país en guerra, porque continuaba:
“unchinitofuealaguerrayenlaguerrasemuriólellevaronmuchasfloresyasíque-dó”
Así, de corridito, sin agarrar aire, y con la misma rapidez que se
decía se movían las manos procurando no perder la coordinación,
una palmada mal dada la proclamaba como absoluta perdedora. Pero el
juego no terminaba ahí porque una vez acabada la frase había que
permanecer inmóvil el mayor tiempo posible. La primera que se movía
perdía.
Otra
de las más conocidas rimas del “seis-seis” era una que decía:
“A Don Martín, tirirín, tirirín, tirirín, se le murió,
tororón, tororón, un chiquitín tirirín, tirirín, de sarampión,
tororón, tororón (cuando se es niño se es cruel, no hay duda)…”
Y de nuevo un giro que ni al caso: “Allá en Jalisco, hay un viejo
bizco que dice así: si te mueves o te ríes te daré un pellizcón,
una patada, una cachetada y de pilón un coscorrón” y a partir de
entonces a quedarse inmóvil porque la primera que se moviera recibía
lo que la letra anticipaba.
Bobo,
incoherente, cruel, así era el “seis-seis” el juego que amenizó
tantos días de vacaciones en la infancia.
Muchas
gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la
pena. Comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta
felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com
En Twitter en @MarisaPineda. En estos días de asueto, anímese a
leer un libro. En vía de mientras, que tenga una semana en que a los
malos momentos les de un pellizcón, una patada, una cachetada y de
pilón un coscorrón. Y la semana entrante no estaremos en este
espacio porque ¿qué cree? Nos vamos de vacaciones… virtuales,
pero vacaciones al fin.