Marisa Pineda
En qué carajos estaba pensando
Don Nuño Beltrán de Guzmán cuando se le ocurrió quedarse a fundar la Villa de
San Miguel de Culiacán en pleno tiempo de calor. O por esos días había estado lloviendo a
diario y se sentía fresquito, o ya se había hartado de matar indígenas que dijo
“hasta aquí llegué. Aquí me quedo”.
Supiera Don Nuño cuantas veces le he recordado a sus ilustres ancestros
en cada verano, sobre todo cuando luego de esmerarse una con el arreglo termina
en calidad de sopa.
En qué estaba pensando Don Nuño.
¿Qué no lo hacía sudar lo entrapajado que andaba? En las estampitas lo pintan
con cuello alto, abotonado hasta donde comienza la quijada, con otra camisa
abajo, de la cual se asoma un cuello picudo. No conforme con la moda de trapo
sobre trapo el fundador aparece en los retratos o con su casco metálico, que
así como que muy fresco no ha de haber sido, o bien con una boina con una
plumita tropicalona.
Por éstas fechas tuve un
compromiso de esos de vestido largo obligatorio, de “pipa y guante” dijera mi
abuela. La búsqueda del vestido fue como buscar la olla de monedas de oro al
final del arco iris. El asunto no sólo era encontrar un vestido hermoso, que
hiciera a esta su amiga lucir el cuerpo que fue en el que es ahora, sino que
resultara apto para el inclemente verano culichi.
No hubo aparador en Culiacán que
escapara del ojo avizor. Fueron decenas de tiendas a las que entré y salí con
las manos vacías y el ojo más abierto que una caricatura japonesa. De unas porque
las tallas se han achicado, en lo que yo me he ensanchado, de otras porque el
precio del atuendo equivalía a pagar la renta, los servicios y la despensa de
seis meses con trozos del vestido, cual moneda de curso legal.
Pero quién dijo que todo está perdido,
y así hubo una tienda donde descubrí el vestido de los sueños. El precio si
bien un poco alto era pagable, el color adecuado y el modelo me hacía sentir
cual si la imagen que proyectaba el espejo truqueado de la boutique fuera la
real.
Todo iba muy bien hasta llegar a
casa y volvérmelo a poner para presumirlo. Desde la tienda el cierre dio
algunos problemillas, problemitas que se resolverían con la ayuda de una faja o
de permanecer por cinco días a dieta de agua y lechuga, y si se podía de agua y
agua. Faja fue la opción, pero meterse en una faja en pleno verano culichi no es tarea fácil. Aún dentro
del aire acondicionado, estirar la prenda, extender las piernas, jalar y
brincar hasta que el rebosante cuerpo quepa dentro del minúsculo tubo elástico
provoca que gruesas gotas de sudor perlen frente, cuello, espalda y brazos.
Luego de varios minutos,
paciencia y porfiar una y otra y otra vez, ahí me tiene ¡por fin! dentro de la
faja y dentro del vestido. Todo parecía resuelto, cuando de pronto la pregunta
obvia hizo tambalear el triunfo ¿y si quiero ir al baño, cómo le voy a hacer?
¡Ah! Porque deje le cuento que la
mayoría de los baños de las salas de fiesta (es verdad, que la muestra no es
muy amplia porque tampoco son muchas las salas de fiesta que frecuento) que he
conocido a lo largo de mi vida tienen un detalle en común: las cabinas del baño
son chiquitas, cuando una va vestida “de civil” no hay problema, el asunto se
complica cuando una va con algún atuendo ajustado o cuando lleva faja.
Es entonces, cuando uno siente
que la cabina se achica a cada infructuoso esfuerzo por regresar la prenda a su
lugar original en nuestro cuerpo, el sudor se hace presente complicando todo.
El desespero aumenta hasta que le gana a una la claustrofobia y aplicando
aquello de que finalmente todas las ahí presentes somos mujeres, salimos casi
corriendo al área de los lavamanos y sin ningún pudor empezamos a brincar como
canguros para volver a entrar en la faja.
Descubrimos que no somos las
únicas en ese trance, y revaloramos el significado de la solidaridad de género,
presente en quienes, aún sin conocernos, nos ayudan a subir el cierre del
vestido, sobre todo de aquellos vestidos largos que lo tienen en la espalda, o
llevan corsés con agujetas en el dorso.
Al final del proceso de
revestimiento, hay que resanar el maquillaje y el peinado averiados por el
esfuerzo hecho, pues por más bueno que sea el aire acondicionado del local,
quien sabe que brujos se confabulan para que en los baños no esté tan fresco
como afuera y termine uno en calidad de sopa.
En todo eso pensé cuando tuve que
regresar el vestido a su empaque original y con forzada resignación emprendí el
camino de vuelta a la tienda para pedirles me lo cambiaran por otro, vaporoso,
holgado, apto para el inclemente verano de Culiacán con sus cuarenta y tantos
grados y su sensación térmica de cincuenta.
En el camino recordé a la ilustre
progenitora de Don Nuño Beltrán de Guzmán, y como tantas otras veces me
pregunté ¿En qué estaba pensando Don Nuño cuando decidió fundar aquí la Villa
de San Miguel de Colhuacan? ¿Qué no tendría planeado hacer huesos viejos en
estos rumbos? ¿Qué no sentía el calor?
¿No pensó en las generaciones venideras? ¿En qué carajos estaba pensando
Don Nuño?
Muchas gracias por leer éstas
líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Sugerencias, mentadas,
invitaciones y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com En
Twitter nos encontramos en @MarisaPineda. ¿Cómo va con la lectura? Cuénteme qué
libro le gustó y mientras, que tenga una semana bien fresca y relajada.