viernes, 29 de junio de 2012

El reinventor de la rudeza



Marisa Pineda

El corazón de la lucha libre mide seis metros por seis metros. En ese espacio de seis por seis, que es el ring, se encuentran rudos y técnicos encarnando al mal y al bien. La trampa contra la técnica. Hoy que en el cuadrilátero nacional las cuatro esquinas se acusan entre sí de rudezas, los de A dos de tres nos acordamos del hombre que reinventó la rudeza sobre el encordado, dejando la estafeta tan alta que superarlo está en los linderos de lo imposible: Rodolfo “El cavernario” Galindo.

El cavernario Galindo era rudo, no retazos.  Nada de que tu que yo, que sí que no, que te voy a dar, que te voy a quitar, como estilan muchos de los marrulleros de hoy en día. El Cavernario a lo que iba: a terminar con el oponente en dos caídas al hilo, o en una si así se había pactado el cotejo. Si para ello era necesario dejar la lona tinta en sangre, tinta en sangre la dejaba.

Para la historia de la lucha han quedado las imágenes en las que sus oponentes, rudos o técnicos, aparecen bañados en sangre, mientras El Cavernario les muerde la cabeza, como si disfrutara con olor o el sabor de la sangre de sus rivales; o en las que están con un rictus de dolor  en lo que les destroza a mordidas las botas y la piel de los tobillos.

En los años 40’s Jesús “El murciélago” Velázquez, uno de los primeros luchadores enmascarados, le dio un toque de espectáculo a la rudeza cuando al trepar al ring abría su capa y salían volando murciélagos, mientras soltaba al piso tarántulas, tepocatas, víboras prietas y cuanto bicho pudiera espantar al contrincante.

Pero si El Murciélago Velázquez dio espectacularidad a la rudeza, quien rescribió el concepto fue El Cavernario Galindo. Ello, cuando en una lucha le aventaron con una culebra. El Cavernario la tomó, mordiéndola hasta destrozarla  y arrojó los pedazos al público. Después de eso, todo quedó escrito y cualesquier desplante en el cuadrilátero es pura pose.

Sobre el episodio de la víbora hay por lo menos dos versiones. Una, dice que al bicho lo llevó un aficionado con el afán de provocar al luchador, que no pocas veces terminó en la delegación tras liarse a golpes con quienes le gritaban algo que no le parecía. La otra especie cuenta que Esmeralda, vedette de moda, tenía como mascota una víbora que usaba en su espectáculo, ese día la artista y su séquito fueron a las luchas, ella llevó al animalito y a uno de los acompañantes se le hizo fácil aventársela al Cavernario, quien respondió destrozando la mascota a mordidas.  Provecho.

La leyenda de El Cavernario llegó a la música en 1952, cuando Pedro Ocadiz compuso La cumbia de los luchadores para el grupo Los Trincas, en el cual estaba el popular Gaspar Henaine “Capulina”. La canción no pegó sino hasta la década de los 80 en voz del conjunto África. De ahí a la fecha hay muchas versiones y cuando se dice lucha libre invariablemente se asocia a esa letra que dice “la arena estaba de bote en  bote, la gente ruge de la emoción, en el ring estaban los cuatro rudos ídolos de la afición: El Santo, El Cavernario, Blue Demon y El Bulldog”.

El Bulldog aparece de chiripa, para que rimara el párrafo, aun cuando había un rudo con ese nombre. Del Santo (en su época de rudo) y de Blue Demon poco hay para añadir a sus leyendas, pero ¿y El Cavernario?

La historia cuenta que en Rodolfo Galindo Ramírez debutó en la lucha libre profesional en 1944 con el nombre de Ruddy Galindo. Durante un año en los encordados no pasó nada con el. Para 1945, regresó al ring ataviado con un traje de piel y un mazo emulando a los hombres de las cavernas. En los carteles desapareció Rodolfo “Ruddy” Galindo, y surgió El Cavernario Galindo, el hombre cuya vida privada fue celosamente protegida, pero en los cuadriláteros fue escandalosamente hostil, ganándose golpe a golpe el odio del respetable. Repudio que con el tiempo se convirtió en el mayor tributo al personaje que creó y encarnó.

Algunos pasajes citan que hubo dos cavernarios más; el Cavernario II, Calixto Galindo, y el Cavernario III, José Galindo, ambos hermanos de Rodolfo, que lucharon también por la esquina ruda.

El Cavernario no escapó a la luz de los reflectores y protagonizó varias películas del llamado “cine de luchadores”, dentro de ellas La última lucha, que retrata los sabores y sinsabores que hay antes y después de que los gladiadores cruzan el pasillo que los lleva al cuadrilátero. Una película en la cual los luchadores no se imponen a seres de ultratumba o a extraterrestres, sino al dolor, a la soledad y a sus propias luces y sombras.

El Cavernario Galindo fue propietario de una zapatería. En el mundo de la lucha es famosa la fotografía donde aparece mordiendo un zapato, en referencia a las mordidas que daba a las botas de sus contrincantes. El 1999 el Cavernario Galindo murió, para ese entonces mucha gente creía que había dejado este mundo muchos años atrás, cuando  su nombre cedió a su leyenda.

Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com en Twitter nos encontramos en @MarisaPineda.  Que tenga una semana en la que no tenga que sacar su lado rudo. Y anímese a leer un libro, el que quiera, que “No hay libro tan malo que no contenga algo bueno”.