miércoles, 15 de agosto de 2012

Confesiones



Marisa Pineda

Haré una confesión. Cuando expreso mi gusto por la lucha libre suele ocurrir una de estas situaciones: Que la afición sea compartida. Que me condenen a la más oscura ignorancia por tal gozo sólo apto, según esas mentes, para gente ínfima, bárbara, criada por los lobos. Que me rebatan con que la lucha “es puro show”.  Cuando sucede alguna de las dos últimas situaciones, en lo que la reprobación y las dudas arremeten -y he aquí la confesión-, mentalmente cavilo sobre un misterio que no he podido desentrañar ¿por qué los trajes de los luchadores no se rompen con la misma facilidad que sus máscaras?

Si  pregunta cuando me aficioné a la lucha libre, no sabré responder. No hay fecha o momento a partir del cual haya dicho “de aquí en adelante lo mío, lo mío, es la lucha”. En cambio sí logro recordar la de ocasiones que trataron de disuadirme de esa afición, por aquel entonces no bien vista en una niña. Recuerdo también las miradas, mitad curiosas mitad reprobatorias, de los vecinos de grada en las funciones en el Parque Revolución.

A medida que la niñez se alejó, la crítica de las mentes forjadas en el medioevo se volvió cada vez más ruda hasta llegar a la contundente descalificación que anula todo argumento de defensa. A su vez, la burla enmascarada de falsa curiosidad se sofisticó con preguntas socarronas ¿A poco los golpes son de verdad? ¿En serio les duele? Dicen que es puro “show”. Ante ello, mi afición hizo lo suyo y desarrolló un peculiar mecanismo de defensa para cuando le toca enfrentar a alguno de esos técnicos con alma ruda; mientras se sucede el alud de preguntas, cual cuestionario para solicitar tarjeta de crédito, vuelvo al que es, para mi, uno de los máximos misterios de la lucha libre ¿por qué los trajes de los luchadores no se rompen con la misma facilidad que sus máscaras?

Allá por los años 30’s, don Antonio Martínez creó las primeras máscaras que se emplearon en la lucha libre, utilizando cuero para la manufactura. Además de las marcas en el cuerpo, producto del combate, los enmascarados de entonces terminaban con la cara raspada,  y calvos por la fricción del material de la tapa.  Fue entonces que don Antonio comenzó a emplear raso, tela que  permitía a la piel respirar y resultaba más elástica. Luego aparecieron en el mercado nuevas fibras sintéticas, como el acetato, el nylon y la lycra, que ampliaron las posibilidades de diseños en las máscaras.

Pero desde que eran de cuero y agujetas, hasta hoy que son enteramente de materiales sintéticos, al fragor de la batalla las máscaras se desgastan o se rompen, mientras que mallas, calzones y botargas se mantienen intactos. A lo sumo lo que se rompe son las camisetas y los tirantes de las botargas, luego de que el contrario las jala cual elástico de tirador.

En la lucha podrá ver episodios en que azoten a un gladiador contra la butaca y lo arrastraren hasta quedar tinto en sangre, pero no lo verá quedar en cueros porque el equipo se le hizo jirones en tal ajetreo. Podrá ver como se lesiona un cuerpo castigado por complicadas y dolorosas llaves, pero no verá que el calzón se le descosa al estirarse con tal castigo. Podrá ver al luchador arrastrarse de dolor porque le aplicaron un faul artero, como el “calzón chino”, pero jamás verá que en tal práctica se suelte un hilo o se descosan, ni  tantito, sus mallas.

Podrá ver a un luchador pegar carrera al vestidor cubriéndose el rostro con las manos para salvar su identidad porque le rompieron la máscara, pero no lo verá correr en busca de hilo y aguja para remendar la botarga. Podrá verlo acomodando los residuos de una máscara que apenas tapan medio cachete del rostro, pero no lo verá acomodando las piezas del calzón para proteger salva sea la parte.

Y mientras unos se preguntan ¿Cómo puede gustarme la lucha libre? El misterio para mí sigue siendo ¿Por qué los trajes de los luchadores no se rompen con la misma facilidad que sus máscaras?

Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. En Twitter nos encontramos en @MarisaPineda. Ahí y en adosdetres@hotmail.com recibimos oficialmente sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones. Que tenga una semana en que no se rompan ni los sueños ni las ilusiones, de paso regálese un tiempito para leer, si ya leyó A dos de tres como sea lee otra cosa.