Marisa Pineda
El corazón de la lucha libre mide
seis metros por seis metros. En ese espacio de seis por seis, que es el ring,
se encuentran rudos y técnicos encarnando al mal y al bien. La trampa contra la
técnica. Hoy que en el cuadrilátero nacional las cuatro esquinas se acusan
entre sí de rudezas, los de A dos de tres nos acordamos del hombre que
reinventó la rudeza sobre el encordado, dejando la estafeta tan alta que
superarlo está en los linderos de lo imposible: Rodolfo “El cavernario” Galindo.
El cavernario Galindo era rudo,
no retazos. Nada de que tu que yo, que
sí que no, que te voy a dar, que te voy a quitar, como estilan muchos de los
marrulleros de hoy en día. El Cavernario a lo que iba: a terminar con el
oponente en dos caídas al hilo, o en una si así se había pactado el cotejo. Si
para ello era necesario dejar la lona tinta en sangre, tinta en sangre la
dejaba.
Para la historia de la lucha han
quedado las imágenes en las que sus oponentes, rudos o técnicos, aparecen
bañados en sangre, mientras El Cavernario les muerde la cabeza, como si
disfrutara con olor o el sabor de la sangre de sus rivales; o en las que están
con un rictus de dolor en lo que les
destroza a mordidas las botas y la piel de los tobillos.
En los años 40’s Jesús “El
murciélago” Velázquez, uno de los primeros luchadores enmascarados, le dio un
toque de espectáculo a la rudeza cuando al trepar al ring abría su capa y
salían volando murciélagos, mientras soltaba al piso tarántulas, tepocatas,
víboras prietas y cuanto bicho pudiera espantar al contrincante.
Pero si El Murciélago Velázquez
dio espectacularidad a la rudeza, quien rescribió el concepto fue El Cavernario
Galindo. Ello, cuando en una lucha le aventaron con una culebra. El Cavernario
la tomó, mordiéndola hasta destrozarla y
arrojó los pedazos al público. Después de eso, todo quedó escrito y cualesquier
desplante en el cuadrilátero es pura pose.
Sobre el episodio de la víbora
hay por lo menos dos versiones. Una, dice que al bicho lo llevó un aficionado
con el afán de provocar al luchador, que no pocas veces terminó en la
delegación tras liarse a golpes con quienes le gritaban algo que no le parecía.
La otra especie cuenta que Esmeralda, vedette de moda, tenía como mascota una
víbora que usaba en su espectáculo, ese día la artista y su séquito fueron a
las luchas, ella llevó al animalito y a uno de los acompañantes se le hizo
fácil aventársela al Cavernario, quien respondió destrozando la mascota a
mordidas. Provecho.
La leyenda de El Cavernario llegó
a la música en 1952, cuando Pedro Ocadiz compuso La cumbia de los luchadores
para el grupo Los Trincas, en el cual estaba el popular Gaspar Henaine
“Capulina”. La canción no pegó sino hasta la década de los 80 en voz del
conjunto África. De ahí a la fecha hay muchas versiones y cuando se dice lucha
libre invariablemente se asocia a esa letra que dice “la arena estaba de bote
en bote, la gente ruge de la emoción, en
el ring estaban los cuatro rudos ídolos de la afición: El Santo, El Cavernario,
Blue Demon y El Bulldog”.
El Bulldog aparece de chiripa,
para que rimara el párrafo, aun cuando había un rudo con ese nombre. Del Santo
(en su época de rudo) y de Blue Demon poco hay para añadir a sus leyendas, pero
¿y El Cavernario?
La historia cuenta que en Rodolfo
Galindo Ramírez debutó en la lucha libre profesional en 1944 con el nombre de
Ruddy Galindo. Durante un año en los encordados no pasó nada con el. Para 1945,
regresó al ring ataviado con un traje de piel y un mazo emulando a los hombres
de las cavernas. En los carteles desapareció Rodolfo “Ruddy” Galindo, y surgió
El Cavernario Galindo, el hombre cuya vida privada fue celosamente protegida,
pero en los cuadriláteros fue escandalosamente hostil, ganándose golpe a golpe
el odio del respetable. Repudio que con el tiempo se convirtió en el mayor
tributo al personaje que creó y encarnó.
Algunos pasajes citan que hubo
dos cavernarios más; el Cavernario II, Calixto Galindo, y el Cavernario III,
José Galindo, ambos hermanos de Rodolfo, que lucharon también por la esquina ruda.
El Cavernario no escapó a la luz
de los reflectores y protagonizó varias películas del llamado “cine de
luchadores”, dentro de ellas La última lucha, que retrata los sabores y
sinsabores que hay antes y después de que los gladiadores cruzan el pasillo que
los lleva al cuadrilátero. Una película en la cual los luchadores no se imponen
a seres de ultratumba o a extraterrestres, sino al dolor, a la soledad y a sus
propias luces y sombras.
El Cavernario Galindo fue
propietario de una zapatería. En el mundo de la lucha es famosa la fotografía
donde aparece mordiendo un zapato, en referencia a las mordidas que daba a las
botas de sus contrincantes. El 1999 el Cavernario Galindo murió, para ese
entonces mucha gente creía que había dejado este mundo muchos años atrás,
cuando su nombre cedió a su leyenda.
Muchas gracias por leer éstas
líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe, comentarios,
sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en
adosdetres@hotmail.com en Twitter nos encontramos en @MarisaPineda. Que tenga una semana en la que no tenga que
sacar su lado rudo. Y anímese a leer un libro, el que quiera, que “No hay libro
tan malo que no contenga algo bueno”.