Marisa Pineda
No pocos autores se han referido a Culiacán como un pueblo
de locos gritones, aludiendo al talante del general de la población que se
ostenta como cuerda. No pocos autores se han referido también a Lupita “La
novia”, al Rara, La Monalisa, el Chacho y la Chacha y El Chalán, célebres
orates que han contribuido a condimentar la historia local.
De ellos, de nuestros locos oficiales así como de muchos
sitios destruidos a nombre del progreso y la modernidad se habla en El viejo
Culiacán, un grupo en Facebook en el
cual se comparten fotografías, anécdotas e historias de episodios, lugares y
personajes de ese Culiacán que se nos fue de las manos.
En ese grupo hay fotos de personajes como la inolvidable
Lupita “La novia” de Culiacán, quien con su velo de novia y sus lentes inmensos
deambulaba de Catedral a los comercios del centro de la ciudad y de ahí al Hospital del Carmen, en donde pasó los últimos años de su vida.
El imaginario popular decía que Lupita enloqueció cuando le mataron
al novio en pleno atrio, al salir de la celebrar la misa de su boda. La realidad
era bien distinta. Lupita, oriunda del norteño municipio de El Fuerte, se casó,
tuvo hijos, y presuntamente enloqueció cuando por desastres naturales su
familia perdió el patrimonio. En su delirio decía que tenía que ir a Roma a ver
al Papa para hablarle del tesoro de la Divina Gracia. Buscando hablar con el
Obispo para transmitirle su mensaje y encomienda vino a dar a Culiacán, ciudad
que la acogió y la nombró su Novia, negándose a aceptar que el atuendo de
Lupita, dicho por ella misma, no era de novia sino de Misionera del Tesoro de
la Divina Gracia. Como la historia de la novia viuda es más romántica, no somos
pocos los que preferimos quedarnos con ella e ignorar la realidad.
Cuentan las historias que El Rara fue un orate que
transitaba por las calles del viejo Culiacán conduciendo su automóvil. Los
agentes de tránsito lo contemplaban marcando altos y direccionales para evitar
ser infraccionado al manejar el auto que sólo existía en su mente, y en la de todos aquellos que le aceptaban un
raite, tomándolo por la cintura para recorrer las calles en el inusual
vehículo.
En la década de los 80 apareció en Culiacán la Monalisa,
apodada así por su rostro agraciado. Sus finas facciones y ojos color violeta captaban
la atención por donde pasara. Ajena a su belleza, deambulaba sumida en un
mutismo sin reparar en nadie. Un día desapareció, trascendió que alguien verdaderamente
dañado la había violado. La indignación fue general. La Monalisa no volvió a
ser vista en las calles; alguien dijo haberla visto embarazada, otros aseguraban
que había muerto. Envuelta en el misterio desapareció, quedando en el recuerdo como
la loca más hermosa que haya tenido Culiacán.
En esa misma década, la ciudad fue escenario del loco amor
del Chacho y la Chacha. Sin saberse de dónde llegaron, ni quien les puso esos
apodos, era estampa común ver al par de chiflados tomados de la mano, ya demostrándose plenamente su amor en los más
céntricos cruceros, ya peleándose, ya reconciliándose apasionadamente. Un día
desaparecieron. En los mercados se comentó que la Chacha había parido a un niño
que había quedado a resguardo de la asistencia social. El Chacho y La Chacha no
volvieron a ser vistos ni juntos ni separados. Su historia de amor quedó para
recordar que el amor es cosa de locos.
El viejo Culiacán rescata la anécdota más destacada de “El
chalán”, orate que tenía su territorio por rumbos de “El mercadito”, quien sin hacer
ascos se comió un sapo vivo, para sorpresa de todos los que siguen sin poder
borrar de su mente la escena.
Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que
esto valga la pena. Ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y
hasta felicitaciones en adosdetres@hotmail.com
En Twitter le da seguir a @MarisaPineda y listo, no vamos a componer el mundo
pero nos vamos a divertir intentándolo.
Que tenga una semana de locura.
(PD: Don Autoridad ¿Cuántos inocentes cayeron esta semana a
manos de la delincuencia organizada? ¿Hubo ya justicia para alguno de ellos?
más allá de la Justicia Divina. Si apuesta a que el olvido termine de
sepultarlos, se equivoca: no se nos olvida.)