lunes, 1 de marzo de 2010

A dos de tres

Marisa Pineda

Si haces algo hazlo bien o no lo hagas, fue la premisa que nos acompañó a muchos desde que Diosito nos dio licencia. Hazlo bien o no lo hagas nos decían lo mismo cuando nos ponían a ayudar en el aseo de la casa que cuando hacíamos la tarea. De esa frase se acordó la de la letra el jueves que recién pasó, cuando se topó con la mejor demostradora de fragancias que haya visto.

Cuando uno estaba plebe y la madre lo conminaba a ayudar en las labores del hogar, allá se ponía uno a barrer y a sacudir por ningún lado, por tal de terminar pronto para irse a jugar. La prisa se notaba en escobazos y trapazos, que dejaban pisos y muebles, más sucios que limpios. Regaño asegurado que tenía siempre el colofón: “cuando hagas algo hazlo bien o no lo hagas”.

Y allá va uno a emprender la tarea de nuevo, mascullando “¡ay! Mi ‘amá”. Dependiendo del talante de la progenitora, esta justificaba “algún día me lo vas a agradecer” o de plano ejercía su autoridad, le sorrajaba a uno una nalgada y en intimidante (y efectivo) tono sentenciaba “ahora lo haces y te quedas castigado, para que aprendas a obedecer y a respetarme”. Caso cerrado.

Al entrar a la primaria, la aplicación de aquella máxima se extendía a las tareas escolares. No fueron pocas las veces que la madre nos obligó a rehacer los deberes, tras romper la hoja del cuaderno de lo que se borró, o bien dejarla de un delator color gris que indicaba que no nos fue fácil llegar al resultado. Anda, pásalo en limpio, recomendaban, no vas a llevar la tarea rota o toda sucia. Hazlo bien o no lo hagas, hazlo bien, qué te cuesta, era el llamado.

Sin duda esa lección la aprendió muy bien la demostradora de fragancias. La mejor que me he topado. Le cuento.

En la semana esta su amiga andaba en conocido centro comercial culichi. Al llegar llamó la atención la presencia de un camión lleno de soldados, apostado en uno de los lados del estacionamiento. Al entrar llamó más la atención encontrar más soldados por las áreas comunes del lugar. No parecían estar de compras pero, a saber, igual habían ido a dar algún abono, a ver alguna mesa de regalos, qué se yo. Ahí estaban.

Cuando uno habita en un país que no está en guerra, pero reporta un promedio de 20 muertes diarias en hechos violentos vinculados al crimen organizado, cada quien toma ciertas precauciones en su día a día.

Así, si uno acude a un lugar cuyo estacionamiento parece sala de exhibición de Hummer, Navigator y Escalade opta por retirarse y regresar en mejor ocasión. Igual ocurre si al entrar a un sitio, descubre a un grupo cuyos integrantes trae, cada uno, por lo menos dos celulares y un radio, hartos kilates en anillos, pulseras, cadenas y relojes, además de muchos cristales swarovski en gorras y playeras. Son ocasiones en las cuales, nada más por no sentirse fuera de lugar, uno emprende la retirada.

Similar ocurre cuando se encuentra en un sitio y de pronto entra un buen número de representantes de la ley. En este caso eran soldados. Llegaron al centro comercial, lo recorrieron, se apostaron afuera de algunos establecimientos, pero de espaldas a los aparadores (uno colude, de “shopping” no están). Sólo recorren el lugar. Y la paranoia empieza a trazar la ruta crítica. ¿Vendrán por alguien? ¿Me voy? ¿Me quedo?

El sonido del trenecito infantil pitándole a un par de soldados, para no atropellarlos, hizo que la paranoia pasara y esta su amiga dijera para sí. ¡A saber! Igual vinieron a abonar. En eso, un par de elementos se apostó afuera de una de las tiendas departamentales, volteó y se quedó viendo unas lociones. La demostradora tomó un juego de tiras perfumadas, se acercó y las ofreció a aquel hombre que no pronunciaba palabra, sólo la escuchaba.

Con amabilidad, ella fue a otro que merodeaba. Los que estaban cerca veían atentos. Toda profesionalismo, fue por más tiras, un frasco y acudió a ellos. Entregó las muestras del producto y perfumó sus muñecas en lo que explicaba que la fragancia venía en diversas presentaciones y estaba con una excelente promoción. Atentos, agradecieron la oferta.

El grupo cruzó por esa área de la tienda rumbo a otra parte del centro comercial, al pasar a un lado de la demostradora inclinaron ligeramente la cabeza, en un gesto educado. Nadie habló. Ella respondió con una sonrisa, les deseó una buena tarde, reiteró que estaba para servirles y que las promociones estarían vigentes unas dos semanas más. Las compañeras que habían seguido la escena la rodearon, una la cuestionó sobre qué andaban haciendo, ella contestó “no sé, no les pregunté, creo que su trabajo”. ¿Y tú, por qué te les acercaste? “Porque yo también estoy haciendo el mío”, dijo.

Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Gracias también a quienes nos escriben a la dirección adosdetres@hotmail.com Ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones ahí se reciben.

Que tenga una semana en que lo que haga le resulte bien.