A dos de tres
Marisa Pineda
“Viene la muerte luciendo mil llamativos colores…” Estamos en la antesala de la celebración del Día de Muertos, tradición que sigue asombrando al mundo por la manera, desde mística hasta jocosa, que vemos los mexicanos a la Muerte.
A la Muerte los mexicanos le cantamos, le dedicamos coplas, la hacemos protagonista de chistes, de refranes. A la Muerte la invitamos a parrandear, la enamoramos, la retamos, le hablamos de Tú. Total, si para morir nacimos.
En todas las culturas, en todos los tiempos, la muerte y el querer saber qué hay después de ella es una constante. En nuestro pueblo la muerte se venera, y esa veneración tiene particularidades. En Pomuch, Campeche, el Día de Muertos se celebra desenterrando, desde la víspera, las osamentas de los antepasados. Los huesos se limpian cuidadosamente, se visten, se colocan en una caja de madera adornada con paños bordados y se exhiben a la entrada a las casas. El ritual incluye presentar las comidas, bebidas y aquello que al difunto le gustaba.
En la isla de Janitzio, en Michoacán, la celebración de Día de Muertos es sombría. En la noche, en cuanto empiezan a sonar las campanas, los deudos salen vestidos de negro, con veladoras, flores y ofrendas rumbo al camposanto. El murmullo de los rezos, el luto que contrasta con el amarillo de la flor de zempasuchitl, la luz de miles de veladoras en medio de la noche dan al panteón una atmósfera lúgubre e inolvidable.
En Culiacán hay panteones con mausoleos más grandes que muchas casas de interés social. Cuentan las historias que hay tumbas vigiladas día y noche, nadie dice el por qué del cuidado y ese silencio se respeta. También dicen que hay tumbas sin cuerpos, que se sabe que la persona murió pero los restos no aparecieron y está la tumba vacía, con el puro recuerdo, una foto y las ofrendas. Las ofrendas, platican, son: botellas de whisky o coñac, Buchanan’s de 18 años y Remy Martin, globos multicolores y armas de grueso calibre con cachas cuajadas en oro y piedras preciosas, recargadas en los angelitos de yeso que velan el alma de los difuntos.
Tumbas con lápidas enormes de mármol de una sola pieza. Tumbas hermoseadas con costosísimos arreglos florales y tradicionales coronas de flores de papel crepé. Tumbas en que cada difunto tiene su corrido.
La música de “chirrines”, como llamamos en Culiacán a los conjuntos musicales norteños, le da un carácter festivo al Día de Muertos. En lo que uno limpia la tumba familiar, no se puede sustraer a la alegría de la petición “que se celebre una fiesta al pie de mi sepultura, que haiga (sic) mariachis y bandas que no se vea la amargura...”
El sonido del acordeón y las tarolas hace que uno voltee a ver a las mujeres que fueron a visitar la tumba vecina. Llama la atención que hay mausoleos, como ese, en que los deudos que van el 2 de Noviembre sólo son mujeres. Mujeres de distintas edades, todas guapas, todas vestidas de luto o medio luto. Todas prevenidas porque llevaron carpa, sillas plegables, hielera, viandas y hasta un pedazo de pasto sintético donde colocar lo necesario para pasar el día en el panteón; no como la familia de uno que se pelea entre sí porque nadie llevó siquiera un balde.
Tras un cuarto de hora de reproches mutuos por ser todo lo inútil que se puede ser en los menesteres funerarios, una de las vecinas –harta, o apiadada, por el pleito familiar ajeno- mueve una mano y de la nada aparece un tipo que se apersona con la instrucción “yo le ayudo”. En lo que dura un suspiro, el hombre aquel ya se encargó de los refuerzos y la tumba empieza a ponerse “al cien”. En tanto, las vecinas invitan agua, un refresco o algún bocado. Como sería una descortesía mayúscula decir que no, allá va uno.
La más de las veces se trata de mujeres amables y discretas. A diferencia de uno, que cuenta cómo eran los muertos en vida, ellas no dicen nada. De pronto, uno repara que el nombre que canta el corrido es el mismo que está en la lápida; tras un imprudente silencio uno trata de superar el traspié contando cómo el tío Fulanito “se fue rápido. Una vez que le detectaron tal enfermedad, se fue bien pronto, pero se fue a gusto”, porque en las charlas de panteón no hay muerto que no se haya ido contento.
Gracias a los buenos oficios del empleado prestado por las vecinas, la tumba de la familia ya está limpia. Uno agradece las finas atenciones y va a lo suyo. Ellas regresan a su plática, parece que no pero se fijan en todo, principalmente en las demás mujeres de luto que, como ellas, no dicen nada de sus muertos. De esas otras mujeres sí comentan entre sí, de ellas y de sus historias que recuerdan la canción “veinte mujeres hermosas al panteón van a llegar, todas vestidas de negro mi cajón van a rodear. Unas lloran de tristeza, otras de dolor sincero, unas si no me equivoco le están llorando al dinero”.
La música sigue. Los corridos de rivales en vida se escuchan aquí a la par. La casualidad, que es la jugada más elaborada del destino, ha puesto a quienes fueron enemigos acérrimos pasillo con pasillo, tumba con tumba.
Con la familia de uno se produce un nuevo conato de pleito porque el encomendado en rezar el rosario no se lo aprendió y se le olvidó el papelito donde dice cómo. Una voz lo resuelve pidiendo un Padre Nuestro y un Ave María. Terminan los rezos y hay que seguir con la vida, reconfortados porque los que se nos adelantaron “ya están en un lugar mejor”. Cada quien sale del panteón dejando instrucciones de cómo quiere su velorio y su sepelio, las recomendaciones coinciden: “que no me anden con lutitos que es purita propaganda”.
Muchas gracias por leer estas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com
Que tenga una semana bien viva.