A dos de tres
Marisa Pineda
Las películas y las fotografías de la Revolución Mexicana presentan a las “Adelitas” con sus faldas largas, sus rebozos terciados. Este año, en la antesala del magno festejo de la conmemoración del Centenario de la Revolución, en Culiacán las “Adelitas” del desfile dieron un giro radical al atuendo: el rebozo, en vez de ir en la cabeza o enredado en los brazos, iba anudado en la cintura, los zapatos de piso se volvieron botas de tacón y la amplia falda larga se ciñó al cuerpo, subiéndole el dobladillo arribita de medio muslo. Popular entre la tropa era Adelita.
Durante la Revolución Mexicana, Jerónimo Hernández fotografió a un grupo de mujeres en un vagón del ferrocarril; de ellas, destaca una joven de hermoso rostro adusto. Asida con ambas manos del vagón, su cuerpo está inclinado hacia delante, la mirada ignora al fotógrafo, está fija en alguien -o en algo- a quien parece estar a punto de echar grito. La imagen se publicó en el periódico Nueva Era (destruido en 1913). El negativo lo recuperó Agustín Víctor Casasola y es parte del Archivo Casasola. La que es, quizás, la más famosa foto de mujeres de la Revolución se conoce como La Soldadera.
Si bien La Soldadera de esa fotografía es una muchacha guapa, está lejos del ideal que plantea el cine y los corridos de la Revolución. En las películas las soldaderas andan con sus faldas largas, amplias y floreadas, con blusas de olanes que coquetamente dejan al descubierto los hombros. Andan peinadas con gruesas trenzas y, en algunas escenas, se guapean colocándose una flor en la oreja. Las soldaderas del Archivo Casasola andan todo lo arregladas que el movimiento armado y los constantes desplazamientos permitían.
Pero si la cinematografía ofreció su particular visión de las mujeres de la Revolución, madres de familia y coreógrafos, con la ayuda de casi cien años de distancia, han hecho sus propias versiones.
Para quienes tienen hijas en etapa escolar el 20 de noviembre significa desfile, y desfile representa gasto. Si la criatura está en preescolar es disfraz de rigor. Lo bueno de esa etapa es que el traje de “Adelita” es multipropósito: el 12 de diciembre se le quitan las cananas y la revolucionaria se convierte en “indita” para venerar a la Virgen de Guadalupe. Con una blusa de manga larga y un sombrero con listones de colores se transforma en pastorcita en las posadas, remarcando el maquillaje y añadiendo algunas flores en el pelo sirve para los bailables en los festivales del Día de Madres, del Maestro y de fin de cursos.
En la escuela primaria, si le tocaba que la criatura fuera del montón ya la hacía: con vestirle con el uniforme menos gastado, los zapatos de diario bien lustrados y el pelo bien peinado, era suficiente. La plebe podría achicopalarse por no haber sido incluida en algún cuadro o en la banda de guerra, pero los padres suspiraban aliviados.
Sin embargo, al entrar a la secundaria el asunto cambiaba. En plena adolescencia, cuando uno está a favor de nada y en contra de todo nada más porque si, el que le anunciaran que sería parte de alguna estampa revolucionaria era un martirio, sobre todo para los muchachos. El suplicio comenzaba al salir de sus casas y tener que cruzar las calles rumbo al punto de concentración del contingente, portando unos bigotes de peluche negro.
Ya en el bachillerato, el traje se lo agenciaba uno; al final, triste la María Félix en “La Cucaracha”, “La Valentina” y “La Generala”. El atuendo de “Adelita” parecía más un traje de baile huasteco, que el de la célebre soldadera. El cuadro revolucionario quedaba como estampa de ballet folclórico, pese a las recomendaciones de los maestros de “que el traje sea como dice el papelito que les estamos entregando”.
Este año, el atuendo incorporó la variación que abrió este espacio: vestido blanco ceñido al cuerpo, con largo arribita del medio muslo. Los rebozos en la cintura y nada de gestos adustos, las sonrisas se regalaban por igual a respetuosos que a majaderos, a quienes lanzaban tanto ingeniosos como trillados piropos, que a quienes de plano soltaban alguna guarrada.
“Y si Adelita se fuera con otro” fue la banda sonora que acompañó a ese contingente de Adelitas por donde iba pasando. La canción, por cierto, cuenta la historia que la inspiró Altagracia Martínez a quienes los generales Rodolfo Fierro y Francisco Villa la bautizaron como Adelita. Sin embargo, hay otra historia, con dos versiones, sobre el mismo tema: una, dice que el capitán Elías Cortázar se enamoró de una tampiqueña llamada Adela, componiéndole versos y la famosa canción, que se popularizó de tropa en tropa (popular entre la tropa era Adelita). La otra versión cuenta que en un enfrentamiento entre villistas y constitucionalistas el sargento Antonio del Río Armenta resultó herido, curándolo una enfermera de nombre Adela Velarde Pérez, de la cual se enamoró. La canción, igualmente se popularizó de tropa en tropa.
Con el tiempo, el habla popular unificó a soldaderas, generalas, coronelas y a todas las mujeres que participaron en el movimiento armado, como “Adelitas”. Con los años se volvieron también “sexys”. Tiempos traen tiempos.
Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones, por favor en adosdetres@hotmail.com
Que tenga una semana en que los buenos momentos desfilen por su vida.