Marisa Pineda
A las llamadas del tipo “Usted acaba
de ganarse una camioneta último modelo, sólo que para enviársela
tiene que depositar (anote aquì la cantidad) a la cuenta que le
damos a continuación” ya puede añadirle otra forma de estafa,
esta para que no le falte tiempo aire en el celular.
“Nada cuesta más
trabajo que vivir sin trabajar” la frase se atribuye al personaje
de Don Ramón, que interpretó Ramón Valdéz en el popular programa
“El Chavo del Ocho” (Ustedes disculparán pero una toma el
conocimiento donde lo encuentra), la cual aplica a aquellas personas
que hacen del engaño un modo de vida. La más perversa expresión de
ese engaño es, quizás, el secuestro virtual, aunque hay otras de
menor dolo, como la de lograr que al teléfono celular no le falte
saldo gracias a las aportaciones de incautos. Le platico.
Hará cuestión de unos
días, a un muy escuchado programa radiofónico de complacencias
llamó un radioescucha hecho un basilisco para alertar que
ni-se-les-ocurriera considerar como prospecto de amiga a la muchacha
que minutos atrás había llamado para pedir una canción y decir que
estaba interesada en hacer amigos, para lo cual daba al aire su
número de teléfono celular. Llame ya.
Pudo más el coraje que
la vergüenza y el radioescucha aquel confesó que días atrás
escuchó ese mismo mensaje y atraído por la velada promesa “llámame,
quiero hacer amigos, no te arrepentirás” envió un mensaje al
número que la prometedora voz dio al aire. Luego del consabido “cómo
se llama, en dónde vive, estudia o trabaja yo quisiera saber”
(como dice la canción “Busco una novia” del grupo culichi Los
Potros) la plática se volvió más íntima y comenzó a subir de
tono, hasta llegar al preámbulo en que la chica del otro lado de la
línea anticipaba sentirse tan identificada ya con el muchacho que
ofrecía enviarle una foto.
La imaginación suele
jugar malas pasadas y vaya Usted a saber cómo imaginó el chamaco
que aparecía la chica aquella en la ya anhelada fotografía, que
cuando ella le advirtió: “pero tengo un problema, me estoy
quedando sin saldo, si me “prestas” saldo ahorita te la mando”,
el aspirante a galán no reparó en nada y presuroso fue a depositar
100 pesos de tiempo aire para la dama en apuros. Se trataba de dar
buena impresión y con 20 ó 50 pesos imposible quedar bien. Además,
sólo era un préstamo, una muestra de la confianza que ya se estaban
tomando.
Los minutos se hicieron
horas y las horas se hicieron días y la fotografía nada más no
llegó y el objeto de su imaginación dejó de responder a los
mensajes. Sin pudor el radioescucha reveló al aire que en más de
una ocasión llegó a pensar que no había dado bien el número al
solicitar el tiempo aire, o que la chica había tenido algún
problema. Jamás por su mente, dijo, se cruzó la idea de que había
sido víctima de una estafa... hasta que en otro programa, en otra
radiodifusora escuchó la misma voz y el mismo mensaje que él
respondió, y con el cual había iniciado todo.
Ahí no terminó el caso.
El delincuente vuelve al lugar del crimen, y la muchacha acababa de
llamar al mismo programa donde atrapó al incauto que estaba ahora
alertando. Más tardó en colgar cuando al aire entró otra llamada,
era otro joven que cayó en el ardid de esa misma persona. Este otro
no fue tan moderado como el otro y de bribona no bajó a la chamaca,
que se manejaba con varios nombres pero con el mismo número.
Este otro patrocinador de
tiempo aire estaba más encendido que el primero en llamar, a grado
tal que el locutor, precavido, cerró el micrófono y dejó correr la
canción, antes de que el recordatorio a la rama materna de la
estafadora se escuchara en frecuencia modulada.
Ese episodio me hizo
recordar lo ocurrido semanas atrás, cuando al teléfono celular de
un compañero llegó un mensaje: “loco, un paro, deposítame 20
pesos de saldo”. Íbamos en carretera y ni manera de hacer la buena
acción del día, además de que según el receptor del mensaje el
número no aparecía en su lista de contactos ni le era conocido. En
lo que el repasaba de quién se podía tratar, los malos pensamientos
nos atacaron a todos y sacamos cuentas de que con cinco serviciales
que respondieran, quien estaba del otro lado de la línea ya había
captado 100 pesos, suficientes para pasarla bien un buen rato.
Además, 20 pesos no despertaba mayores sospechas, tan baja cantidad
permitía aprovechar la ventaja de la sorpresa. Si bien no se
identificaba el número, el lenguaje familiar del mensaje sembraba la
duda.
El oir a esos dos
radioescuchas alertando sobre el fraude del cual habían sido
víctimas, hizo cabilar sobre las innovadoras formas para estafar
hasta en el tiempo aire para el teléfono celular. Ya lo advertía
Don Ramón: “nada cuesta más trabajo que vivir sin trabajar”.
Muchas gracias por leer
éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Comentarios,
sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor
en adosdetres@hotmail.com
En Twitter en @MarisaPineda. Anímese a leer un libro, a propósito
de pícaros qué tal El lazarillo de Tormes o La Celestina, y
mientras que tenga una semana libre de engaños.