Marisa Pineda
Cuando estaba plebe uno
de los mayores orgullos que podía dar a sus padres era llevar buenas
calificaciones. En las reuniones familiares se presumían los dieces
que aparecían en la boleta del sabiondillo al cual, en automático,
se le consideraba “muy inteligente”.Ni en las ideas más
peregrinas de los comunes de entonces figuraba que veríamos como el
concepto inteligente llegaría a objetos tales como las placas para
los automóviles que circulan en Sinaloa. ¡Cuanta vanguardia!
Según la Wikipedia, en
1956 el informático John McCarthy acuñó el concepto “inteligencia
artificial”, definifiéndola como “la ciencia e ingenio de hacer
máquinas inteligentes, especialmente programas de cómputo
inteligentes”. Dicha ciencia tiene categorías: los sistemas que
piensan como humanos, los que actúan como humanos, los que piensan
racionalmente y los que actúan racionalmente. Sin embargo, al
concepto “inteligente” le ha pasado lo mismo que al de blindaje:
está de moda y, como tal, se utiliza a la menor provocación.
Hoy en día se ofrecen
shampús y hasta desodorantes inteligentes que liberan el aroma
cuando consideran que el usuario lo necesita. Si Usted tiene un
teléfono celular se quedó en otra era, lo nuevo es tener un
“smartphone” que le resuelva la vida. Los edificios ahora son
inteligentes, las tarjetas de crédito también, y en ese esfuerzo
por dotar de inteligencia a los objetos las placas vehículares no
podían ser la excepción.
Pero con los aparatos
inteligentes pasa lo mismo que con algunos de aquellos niños que
tenían la boleta plagada de dieces: el término no siempre
correspondía a las habilidades. Había chamacos que memorizaban la
lección y terminado el examen esta se borraba instantáneamente de
su mente, y había quienes sin ningún esfuerzo desentrañaban
solitos como pasar una fracción impropia a un número mixto, y hasta
lo encontraban divertido.
Así pasa también con la
inteligencia artificial. En la vida real resulta que el champú no
suelta aroma por más que uno mueva la melena. El desodorante dice en
letras chiquitas que las moléculas inteligentes funcionan a menos de
32 grados centígrados, y para cuando uno descubre eso el termómetro
araña los 40 grados y uno ya huele a perro remojado. El elevador del
edificio inteligente se queda atorado como el de cualquier edificio
tarugo. Un día le llaman del banco para notificarle que su tarjeta
inteligente y blindada fue clonada, y el “smartphone” para que
realmente funcione como tal hay que descargarle una lista de
aplicaciones que, además, deben actualizarse un día sí y otro
también.
Cuando el término
inteligente se extendió a cada vez más objetos, imaginé un ring
inteligente (cada quien su locura). Un ring al que le sonara una
alarma cuando un luchador se apoye en las cuerdas, al que se le
encendiera un foquito cuando realmente hay espaldas planas, o que
midiera con exactitud el tiempo entre palmada y palmada del réferi.
Con un ring así no habría mucho qué reclamar entre rudos y
técnicos, ni habría necesidad de recordar a la rama materna del
réferi, ni habría un largo etcétera que hizo rechazar la idea con
la misma rapidez que llegó.
Imagen tomada del periódico El Debate (Se presenta con fines de información, sin afán de lucro.) |
Resulta que en Sinaloa se
están cambiando las placas de los vehículos: adiós placas tontas,
bienvenidas placas inteligentes. La primera gran innovación de esas
láminas fue que los números brillaran en la oscuridad, luego se
enchularon con un dibujo de tambora, y después con el de un tomate.
Ahora ni tambora, ni tomate: chip inteligente que permitirá
almacenar toda la información del vehículo y contribuirá a reducir
los índices delictivos. Esto último podría resultar útil en el
caso de los llamados “pega y huye”, porque tratándose de robo
del vehículo le botan las placas y allá va el chip inteligente con
todo y su código bidimensional de seguridad (se escucha como invento
del Dr. Chun-Ga).
El millón 500 mil juegos
de placas para el transporte público y privado (¡Casi un vehículo
por cada dos habitantes! considerando a todas las personas de cero a
85 años y más de edad) llegaron directo de China. El tiempo dirá
que tan inteligentes resultan las placas compradas por adjudicación
directa. Para ser inteligentes, o por lo menos ser listos, listas,
digo, por algo se empieza.
Muchas gracias por leer
éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Comentarios,
sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones en
adosdetres@hotmail.com
En Twitter en @MarisaPineda. Anímese a leer un libro, ahí tiene
“Sueñan los androides con ovejas eléctricas” a propósito de
inteligencia artificial. Y mientras, que tenga una semana de
decisiones inteligentes.