Marisa Pineda
Como en la canción “ya no cierro los bares ni hago tanto
excesos”, de ahí que un reciente y breve asomo por la vida nocturna de Culiacán
me llevó a descubrir que, al igual que las vaquitas marinas, las pistas de
baile están en plena extinción.
Con ojos de asombro reparé que en
los antros la plebada ya sólo se mueve en sus asientos en una especie de baile
virtual, zarandeando las extremidades superiores mientras ponen carita feliz o fruncen
los labios como a punto de lanzar un beso (duckface que le llaman). Eso último,
por cierto, parece ser la pose sexy por excelencia hoy en día.
A mi pregunta de si ese es todo
el baile, miembros de las nuevas generaciones, muy al tanto del vivir de noche,
me ilustraron que si la música y el ambiente son extremadamente buenos uno
puede levantarse y bailar alrededor de la mesa, cual bruja en aquelarre. Los
antros con pista, explicaron, se cuentan con los dedos de una mano y son de concepto
retro o de ritmos latinos. Es oficial: estoy obsoleta.
Escena de la película Danzón |
Las de la era pre-digital
atestiguamos la transformación de las discos en antros, y en ambos casos
vivimos la emoción de esperar a que nos sacaran a bailar antes de que terminara
la canción de moda, o aquella cuyos pasos dominábamos. El valor y seguridad en
sí misma que exigía ser la primera pareja sobre la pista, sintiendo las miradas
inquisitivas de la concurrencia. Uno hacía válido aquello de “qué me importa el
mar si perla soy” y con estudiada naturalidad empezaba a reproducir las rutinas
ensayadas en casa con la complicidad de los espejos. Porque deje le cuento que
no el chiste no era entrar a la pista y empezar a moverse sin ton ni son, se
trataba de impresionar, sin caer en el ridículo, y para ello uno se preparaba
repasando los pasos vistos al artista de moda o en el programa sabatino de
baile. Si uno no descendía en línea directa de Terpsícore la solución era
copiar flagrantemente los pasos que hacía el vecino de pista.
Eso de estar desparpajándose en
el asiento se reservaba para cuando el sexo opuesto prefería quedarse cerca de
las hieleras, en vez de invitarle a una a sacarle brillo a la pista. La rutina
consistía en clavar la vista en el grupito de plebes y mover discretamente los
hombros o la cabeza. Esa discreción desaparecía a medida que la canción
avanzaba y los chamacos se hacían los desentendidos. Si el meneo aquel no daba
buenos resultados y una se quedaba aplastadota, la revancha venía cuando ponían
“las calmadas. Era entonces cuando una mano extendida invitándola a bailar
recibía por respuesta, con falso desdén:
“no, gracias”.
Reeespetaablee puuúblico, su
columna consentida A dos de tres le agradece seguir con nosotros y le desea
salud, bienestar y prosperidad y que, cuando la vida se ponga ruda, no falte a su lado un second que le brinde
apoyo y ánimo para seguir adelante. Y ya sabe, comentarios, sugerencias,
invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com En Twitter
estamos en @MarisaPineda. Antes de irme
le reitero la invitación a leer un libro, el que Usted quiera y mientras, que
tenga una semana en que no se lo lleven al baile.