martes, 15 de enero de 2013

Sin pistas de baile



Marisa Pineda

Como en la canción “ya no cierro los bares ni hago tanto excesos”, de ahí que un reciente y breve asomo por la vida nocturna de Culiacán me llevó a descubrir que, al igual que las vaquitas marinas, las pistas de baile están en plena extinción.

Con ojos de asombro reparé que en los antros la plebada ya sólo se mueve en sus asientos en una especie de baile virtual, zarandeando las extremidades superiores mientras ponen carita feliz o fruncen los labios como a punto de lanzar un beso (duckface que le llaman). Eso último, por cierto, parece ser la pose sexy por excelencia hoy en día.

A mi pregunta de si ese es todo el baile, miembros de las nuevas generaciones, muy al tanto del vivir de noche, me ilustraron que si la música y el ambiente son extremadamente buenos uno puede levantarse y bailar alrededor de la mesa, cual bruja en aquelarre. Los antros con pista, explicaron, se cuentan con los dedos de una mano y son de concepto retro o de ritmos latinos. Es oficial: estoy obsoleta.

Escena de la película Danzón
Las de la era pre-digital atestiguamos la transformación de las discos en antros, y en ambos casos vivimos la emoción de esperar a que nos sacaran a bailar antes de que terminara la canción de moda, o aquella cuyos pasos dominábamos. El valor y seguridad en sí misma que exigía ser la primera pareja sobre la pista, sintiendo las miradas inquisitivas de la concurrencia. Uno hacía válido aquello de “qué me importa el mar si perla soy” y con estudiada naturalidad empezaba a reproducir las rutinas ensayadas en casa con la complicidad de los espejos. Porque deje le cuento que no el chiste no era entrar a la pista y empezar a moverse sin ton ni son, se trataba de impresionar, sin caer en el ridículo, y para ello uno se preparaba repasando los pasos vistos al artista de moda o en el programa sabatino de baile. Si uno no descendía en línea directa de Terpsícore la solución era copiar flagrantemente los pasos que hacía el vecino de pista.

Eso de estar desparpajándose en el asiento se reservaba para cuando el sexo opuesto prefería quedarse cerca de las hieleras, en vez de invitarle a una a sacarle brillo a la pista. La rutina consistía en clavar la vista en el grupito de plebes y mover discretamente los hombros o la cabeza. Esa discreción desaparecía a medida que la canción avanzaba y los chamacos se hacían los desentendidos. Si el meneo aquel no daba buenos resultados y una se quedaba aplastadota, la revancha venía cuando ponían “las calmadas. Era entonces cuando una mano extendida invitándola a bailar recibía por respuesta,  con falso desdén: “no, gracias”.

Reeespetaablee puuúblico, su columna consentida A dos de tres le agradece seguir con nosotros y le desea salud, bienestar y prosperidad y que, cuando la vida se ponga ruda,  no falte a su lado un second que le brinde apoyo y ánimo para seguir adelante. Y ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com En Twitter estamos en @MarisaPineda.  Antes de irme le reitero la invitación a leer un libro, el que Usted quiera y mientras, que tenga una semana en que no se lo lleven al baile.