lunes, 10 de diciembre de 2012

Juguetes (Capítulo Uno)



Marisa Pineda

Ahorita, cuando muchos plebes que se portaron mal en el año están haciendo méritos para que Santa Claus se haga de la vista gorda y les traiga al menos parte de lo que le pidieron, de la caja de los recuerdos saltan los juguetes que protagonizaron las cartas de la infancia. Algunos han agarrado un segundo aire, otros sólo figuran ya en colecciones que se ofrecen a precios exorbitantes. Hoy A dos de tres se pone juguetón y se dedica a los juguetes… vintage, digamos, para que viejo se escuche de más caché.

El original era marca Globalón.
Ignoro si a esta marca le quitaron lo tóxico
para continuar en el mercado
Y la lista de juguetes de A dos de tres inicia con el globalón. En la era predigital, con la llegada de diciembre se levantaba la veda de globalón, una sustancia  gelatinosa, contenida en unos tubitos acompañados de un popote delgado. Una pequeña porción se colocaba en un extremo del popote y se soplaba hasta lograr una bomba. Por si olor a solvente no fuera suficiente, el envase advertía que el producto no se debía masticar, cosa que todos ignorábamos pues, una vez reventado el globo, la diversión consistía en convertirlo en goma de mascar y ponernos chimuelos en los dientes. Hoy en día, hay por ahí algunos puestos que ofrecen el cada vez más escaso globalón.
 El rompecabezas de cuadrito. No sé cual era el nombre oficial del juguete pero todos lo conocíamos con ese apodo. Era, como su sobrenombre lo indica, un cuadro del tamaño de un post-it dividido en 16 espacios; 15 de ellos ocupados por cuadritos numerados progresivamente y el espacio restante vacío. 
Las piezas se podían desplazar horizontal o verticalmente. Al reverso venían impresos diferentes órdenes para los números. Esa era la gracia del juguete: acomodar las piezas en las suertes indicadas. Había una llamada “El imposible”. Niños de entonces que se convirtieron en ingenieros platican que se trata de un algoritmo imposible de ordenar en forma aleatoria. Hay quienes aseguran haberlo logrado de chiripa; otros sostienen que con perseverancia sí se puede; otros confesamos que lo hicimos con la ayuda de un desarmador, cuchillo o cualquier otro objeto que permitiera sacar los cuadritos y acomodarlos en el orden de El imposible.

Las canicas. Esas esferitas de vidrio fueron causa de célebres trifulcas y los más enraizados enconos. Las canicas permitían una serie de suertes que daban patente de corso para arrastrarse por la tierra y llegar a casa en calidad de estopa de mecánico. También daban pauta para trampas que culminaban en peleas campales. Muchas cicatrices tuvieron su origen en un pleito por unas canicas. Luego, las canicas se volvieron objeto de decoración.

El trompo. El trompo era para iniciados. Esa figura de madera y un trozo de piola ponían a prueba el ego y la vanidad ajena, con altas posibilidades de destruirla. Quien tenía la habilidad de bailar el trompo se convertía en personaje de culto y admiración. Ver como de un solo movimiento el trompo empieza girar en la tierra, en un baile que parece no terminar puede llegar a ser hipnótico; ver al trompo regresar de la tierra a la piola girando sin perder la gracia, deslizándose como equilibrista, es mágico; pero sentirlo brincar de la tierra a la palma de la mano, en un cosquilleo imborrable, es quedarse para siempre con un instante de la niñez.

Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Si quiere prestarnos los recuerdos de sus juguetes se reciben en adosdetres@hotmail.com igual que las sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones. En Twitter nos seguimos en @MarisaPineda. Anímese a leer un libro, mire que pueden dar tanto gozo como los juguetes. Que tenga una semana juguetona.

Las imágenes se presentan sin afán de lucro.