Marisa Pineda
Ahorita, cuando muchos plebes que
se portaron mal en el año están haciendo méritos para que Santa Claus se haga
de la vista gorda y les traiga al menos parte de lo que le pidieron, de la caja
de los recuerdos saltan los juguetes que protagonizaron las cartas de la
infancia. Algunos han agarrado un segundo aire, otros sólo figuran ya en
colecciones que se ofrecen a precios exorbitantes. Hoy A dos de tres se pone
juguetón y se dedica a los juguetes… vintage, digamos, para que viejo se
escuche de más caché.
El original era marca Globalón. Ignoro si a esta marca le quitaron lo tóxico para continuar en el mercado |
Y la lista de juguetes de A dos
de tres inicia con el globalón. En la era predigital, con la llegada de
diciembre se levantaba la veda de globalón, una sustancia gelatinosa, contenida en unos tubitos
acompañados de un popote delgado. Una pequeña porción se colocaba en un extremo
del popote y se soplaba hasta lograr una bomba. Por si olor a solvente no fuera
suficiente, el envase advertía que el producto no se debía masticar, cosa que
todos ignorábamos pues, una vez reventado el globo, la diversión consistía en convertirlo
en goma de mascar y ponernos chimuelos en los dientes. Hoy en día, hay por ahí
algunos puestos que ofrecen el cada vez más escaso globalón.
El rompecabezas de cuadrito. No
sé cual era el nombre oficial del juguete pero todos lo conocíamos con ese
apodo. Era, como su sobrenombre lo indica, un cuadro del tamaño de un post-it
dividido en 16 espacios; 15 de ellos ocupados por cuadritos numerados progresivamente
y el espacio restante vacío. Las piezas se podían desplazar horizontal o verticalmente. Al reverso venían impresos diferentes órdenes para los números. Esa era la gracia del juguete: acomodar las piezas en las suertes indicadas. Había una llamada “El imposible”. Niños de entonces que se convirtieron en ingenieros platican que se trata de un algoritmo imposible de ordenar en forma aleatoria. Hay quienes aseguran haberlo logrado de chiripa; otros sostienen que con perseverancia sí se puede; otros confesamos que lo hicimos con la ayuda de un desarmador, cuchillo o cualquier otro objeto que permitiera sacar los cuadritos y acomodarlos en el orden de El imposible.
Las canicas. Esas esferitas de
vidrio fueron causa de célebres trifulcas y los más enraizados enconos. Las
canicas permitían una serie de suertes que daban patente de corso para
arrastrarse por la tierra y llegar a casa en calidad de estopa de mecánico.
También daban pauta para trampas que culminaban en peleas campales. Muchas
cicatrices tuvieron su origen en un pleito por unas canicas. Luego, las canicas
se volvieron objeto de decoración.
El trompo. El trompo era para
iniciados. Esa figura de madera y un trozo de piola ponían a prueba el ego y la
vanidad ajena, con altas posibilidades de destruirla. Quien tenía la habilidad
de bailar el trompo se convertía en personaje de culto y admiración. Ver como
de un solo movimiento el trompo empieza girar en la tierra, en un baile que
parece no terminar puede llegar a ser hipnótico; ver al trompo regresar de la
tierra a la piola girando sin perder la gracia, deslizándose como equilibrista,
es mágico; pero sentirlo brincar de la tierra a la palma de la mano, en un
cosquilleo imborrable, es quedarse para siempre con un instante de la niñez.
Muchas gracias por leer éstas
líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Si quiere prestarnos los
recuerdos de sus juguetes se reciben en adosdetres@hotmail.com
igual que las sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones. En
Twitter nos seguimos en @MarisaPineda. Anímese a leer un libro, mire que pueden
dar tanto gozo como los juguetes. Que tenga una semana juguetona.