Marisa Pineda
Respetable público. A petición de
la afición, por vez primera A dos de tres hará un segundo capítulo (se oye de
más caché que decir segunda parte) sobre un tema. Al correo de este espacio
llegaron puntuales señalamientos: quedaron fuera preciados juguetes de los
chamacos de entonces y faltan los juguetes de niñas. Tratando de cubrir la
omisión, aquí el segundo capítulo de Juguetes.
El balero. Dicen los que dicen
saber que no se sabe con certeza dónde se originó este juguete que consta de
una esfera de madera, con un hoyo en la parte inferior, atada a un palillo cuyo
extremo superior cabe en el hoyo. Unas
historias mencionan que surgió en la tribu de los esquimales; otras que en la
Europa del siglo 16 y otras más refieren que se han encontrado vestigios de que
los mayas lo jugaban, pero en vez de utilizar el cilindro de madera empleaban
cráneos. ¡Gulp! El juego consiste en embocar el palillo en la
esfera y a partir de ahí hacer una serie de suertes que concluyen, invariablemente, con encajar ambas
piezas. Las suertes más populares del juego eran “el capirucho” y “la media
vuelta” (ambas expresiones usadas también en albures). Jugar balero parece
fácil, mas no lo es. El “bilboquet” (como le llaman los franceses) puede llevar
al jugador a insospechados niveles de frustración y enojo a cada fallo.
Yoyo de titanio, es suyo por módicos 550 dólares |
El yoyo. Dicen los del
Departamento de Investigaciones de A dos de tres que el yoyo era un instrumento
de caza popular entre la tribu filipina de los tagalos, y que “yoyo” significa
en esa lengua “volver”. Otros indican que el yoyo se inventó en China. El
asunto es que ese juguete, consistente en dos ruedas unidas con un eje al cual
se amarra una cuerda por la cual sube y baja, tiene museos en su honor,
asociaciones en varios países y torneos internacionales donde se disputan
cuantiosos premios. Yo conocí los yoyos
de madera y de plástico, y en más de una ocasión enfrenté los daños que
provocaba cuando se soltaba la cuerda y el yoyo salía disparado con un tino
para romper vidrios o hacer chipote a otro jugador. Eran yoyos que se compraban
en el abarrote del barrio; hoy, hay yoyos de aluminio y magnesio que se cotizan
en 500 dólares, los de colección superan los diez mil dólares.
El tac-tac. Hay adultos con las
muñecas o el pulgar deformes porque de niños se rompieron esos huesos con un
tac-tac. El tac-tac era un arillo del cual pendía un par de cuerdas, como de 20
centímetros, con una esfera de cristal en el extremo. El juego era golpear una
esfera contra la otra arriba y debajo de la mano. Si se perdía el ritmo la esfera
castigaba los dedos o la muñeca. Si se le daba con enjundia, el riesgo era que
las esferas se estrellaran y volaran esquirlas a la humanidad del jugador o los
mirones. El nombre del juguete partía del sonido que hacían las esferas al
chocar. Era peligroso y lo sigue siendo.
Las cartas a Santa Claus que
hacíamos las niñas incluían juegos de té, muñecas, muebles para la casa (real o
imaginaria) de las muñecas y la reposición de los juguetes de a diario, que
eran: el brincamecate, el brinca-brinca, el hula-hula, el pontenis y la
matatena. El brincamecate era una cuerda de plástico o jarcia con asas en los
extremos, si Santa Claus estaba pobre podía obsequiar una cuerda de tendedero
sin que nadie se sintiera mal. El brinca-brinca era un aro de plástico con un
trozo de cuerda y una pelota al final. El juego era colocarse en el tobillo el
aro, hacerlo girar y brincar hasta el hartazgo. Del hula-hula no hay mucho que
decir, sólo que ese simple aro torneó muchas cinturas y definió caderas.
No vienen en la lista, ni eran
juguetes para niñas, pero las figuras de luchadores (con todo y su pintura con
plomo) siempre estuvieron en mis listas a Santa Claus.
Muchas gracias por leer éstas
líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Comentarios, sugerencias, mentadas
y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com
En Twitter estamos en @MarisaPineda. Anímese a regalarse un libro para esta
Navidad, y a leerlo. Como Santa Claus en todo esta, que tenga una semana de
portarse bien.