Marisa Pineda
Hubo una vez en que los carteros
entregaban cartas y no sólo estados de cuenta. En ese tiempo el día podía
cambiar de color al escuchar el peculiar sonido del silbato del cartero. ¿A qué
viene la nostalgia?, a que en este mundo donde todo es cada vez más rápido, inmediato,
está por celebrarse el Día del Cartero.
Antes de que fueran electrónicas,
las cartas se escribían en papel. En la era predigital los amigos que hoy se
hacen por Facebook o en salas de chat se hacían por la vía epistolar. Las
revistas más populares de la época incluían la sección Amigos por
correspondencia. Los extrovertidos enviaban sus datos y lo que esperaban de la
relación. “Hola, soy Fulanito. Trabajador, honrado, busco amigas de equis parte
del mundo para una relación de amistad que puede convertirse en algo más”.
Para la plebada los puntos a
tomar en cuenta en aquellas descripciones eran las aficiones, gustos musicales
y artistas favoritos. Si el candidato a amigo se decantaba por la música
tropical y uno era de baladas fresas, motivo suficiente para dar vuelta a la
página. Cosas de chamacos. Las muchachas en edad de merecer consideraban la dirección a la cual había que dirigir la correspondencia. Era el primer
filtro para conocer la honestidad y las verdaderas intenciones del prospecto. Si
decía “Domicilio conocido” se trataba de un rancho. Si en vez de calle con
nombre de héroe aparecía “Poste número 15” era una colonia nueva allá bien
lejos y, aunque no se hablara inglés, leer county jail era suficiente para
saber que se trataba de alguien preso en una cárcel de Estados Unidos.
El siguiente paso era enfrentar
la hoja en blanco, pero no cualquiera hoja en blanco. Desde la elección del
papel hasta el color de la tinta tenían un significado que podía decir tanto o
más que las palabras. Igual la ortografía. Una pésima ortografía podía ser causa
suficiente para abandonar la conversación con aquel pionero en el lenguaje hoy
tan popular en las redes sociales “ola estoi muy kontento k me hallas aceptado
komo amigo”. ¿Hola? ¡Adiós!.
Había que seleccionar que si
papel de lino, que si bond, que si liso o amartillado, con raya o sin ella. La
hoja y el sobre eran la carta de presentación. La letra había que pulirla
porque era la primera impresión. Hasta la estampilla postal se procuraba
colocar derechita. Escribir una carta era un asunto al que se le dedicaba
tiempo. Papel blanco mate o beige para dejar entrever la seriedad, tinta azul
para no pasar por demasiado rígida o aburrida. Tinta roja ¡ni de chiste! Muy
vulgar. Emplear papel en colores pasteles a la primera era para las demasiado románticas, o
cursis. Y perfumar las hojas se dejaba para cuando la amistad pasaba a otros
linderos.
Las cartas de la plebada de
entonces eran hojas de libreta, preferentemente de colores. El toque personal
se daba adornándolas con recortes del artista de moda admirado en común, o con
ilustraciones de algún pasatiempo compartido. Los “emoticones” se dibujaban a
mano. La carita feliz es testigo. En ese
tiempo, las palabras ecologista y reciclar no figuraban en el léxico del común.
Escribir en una hoja de árbol, pegarle hojas o flores secas al papel, o quemar
este ligeramente para darle la impresión de antiguo eran prácticas comunes.
Dicen los que dicen saber que el
12 de noviembre de 1931 dos carteros salvaron la correspondencia en un tren
dinamitado por los revolucionarios. De ese episodio se estableció el 12 de
noviembre como Día Nacional del Cartero y del Empleado Postal. Tiempos traen
tiempos y la masificación del correo electrónico permitió descubrir bondades y
malas pasadas en tiempo real. Aun así, nada compara la emoción de escuchar el
sonido del silbato del cartero anunciando la llegada de correspondencia.
Muchas gracias por leer éstas
líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Comentarios, sugerencias,
invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones en adosdetres@hotmail.com En Twitter
estamos en @MarisaPineda. Anímese a leer, hay un buen de libros basados en
cartas. Que tenga una semana de buenas nuevas.