martes, 22 de mayo de 2012

Love Machine



Marisa Pineda

¡Love Machine! ¡Love Machine no ha muerto! ¡Ups! No es Love Machine, sino el mismísimo mandatario estatal enmascarado. Disculpas, me ganó el júbilo, es que su máscara me recordó a la del desaparecido Love Machine, cuya tapa era blanca con un corazón rojo al frente. Pues ahí tiene a los de A dos de tres peleándose ante el periódico con la foto de un enmascarado inaugurando un gimnasio de box y lucha. “¿¡Love Machine!?” dijo La de la letra. “Ni con ouija, murió hace casi 20 años” respondieron los odiosos sabiondillos de Investigaciones. “Pues la máscara se parece”, apoyaron los de Suscripciones. “¡Nah! Ha de ser un impost … ¡iiiih! es el gober inaugurando un gimnasio” observaron los de Vida y Estilo. Al ver el tamaño de la metida de pata, fin de la discusión. 

A golpe de vista, la máscara que portaba el mandatario nos recordó a la del desaparecido Love Machine, blanca con un corazón rojo al frente, sólo que la del también apodado Gringo Loco, tenía flecos azules y rojos en la parte superior.

The American Love Machine, como se hizo llamar Art Barr (1966-1994)  en México, perdió la tapa con Blue Panther, en 1992. Son muchos los gladiadores que al acabar su anonimato acaba su carrera; sin embargo hay quienes, como el propio Love Machine, Rey Bucanero y el mil por ciento guapo Shocker, han convertido esa derrota en una especie de liberación. La incógnita develada deja salir su verdadera personalidad y emergen personajes renovados.

Aun así, el poder de la máscara es enorme. En “Santo, el enmascarado de plata” Álvaro Fernández Reyes asienta: “la máscara no sólo oculta; la máscara representa y otorga el carácter ritual al espectáculo luchístico. Es sabido que la máscara de luchador no se aparta mucho del concepto de máscara que el hombre ha usado a lo largo de su historia y en ella se encuentra una fértil semilla para la atracción de público fascinado con luchadores tapados”.

Dicen los del Departamento de Investigaciones de A dos de tres que la lucha libre llegó a México con la intervención francesa, pero fue hasta 1910, en plena Revolución, que surgen las primeras empresas. Quince años después las funciones llegaron a teatros y carpas, y se incluyeron como atracción en actos políticos. Para 1934, Luis Núñez debutó como Enmascarado, en alusión a su atuendo, pero su paso fue tan breve que es a Ciclón MacKey, “La maravilla enmascarada”, a quien se le atribuye haber sido el primer luchador enmascarado y se considera al Murciélago Velázquez, en 1938, el primero que supo despertar con su máscara el suspenso del público.

De entonces a la fecha incontables máscaras han surgido y caído haciendo historia. Las más populares, las que sustentan estudios de grado y postgrado en disciplinas como la sociología, la psicología y la estética: la máscara de El Santo y la de Blue Demon. El bien y el mal representado por la técnica y la rudeza.

Cuántos hombres de hoy en día no fueron en su niñez Santo o Blue Demon durante el intermedio de la matiné con películas de luchadores. Cuántos no improvisaron su ring en los pasillos de las salas de cine, ante los vanos regaños de las madres. Que levante la mano el que no dejó atrofiados pantalones y zapatos luego de aquellas luchas a una sola caída, en que el réferi era el cácaro que marcaba el final del cotejo al apagar las luces. O el que no recibió una tunda por convertir una toalla limpia en capa. Que levante la mano cualquiera de esos niños qué cuando le preguntaban qué quería ser de grande, alguna vez respondió: luchador.

Y es que la lucha libre hechiza, lo que ocurre en ese cuadro de seis por seis es tan real como lo vemos. Y no es que la lucha libre no sea seria, es que hay cada personaje.

Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com En Twitter estamos en @MarisaPineda. Que tenga una semana en la cual gane todas sus caídas. No se olvide de comenzar a leer un libro, el que quiera. Si ya se leyó A dos de tres, como quiera se avienta un libro.