A dos de tres
Marisa Pineda
La primavera está aquí. Se siente. Disfrutémosla porque la primavera culichi dura, en términos reales, lo que dura la Semana Santa y la de Pascua, al siguiente lunes comienza el calor.
En la víspera me topé en diversos puntos de la ciudad con preescolares convertidos en mariposas y flores, de todo aquel colorido lo que más me llamó la atención fue un niño árbol. Que su mamá lo haya disfrazado de árbol era de por sí ingenioso, pero que le haya puesto frutas, eso ya es otro nivel. El niño árbol era un naranjo, supongo, por el color de aquellas esferas de unicel forradas en papel crepé anaranjado. La mamá se la rifó con ese traje y el niño con ponérselo. Se veían hermosos caminando de la mano, sonrientes, sabiéndose acaparadores de las miradas.
Sin embargo, este A dos de tres no se tratará de las peripecias que hay detrás de cada plebe disfrazado para el desfile o festival de la Primavera de su escuela. No, no, no. Este A dos de tres tratará de lucha libre, de un segmento de la lucha que en los cuadriláteros es vistoso y alegre cual primavera, de ese grupo de luchadores para quienes la categoría de rudos y técnicos no es suficiente al referirse a ellos: Los exóticos.
Cuenta la historia que el primer luchador exótico en presentarse en México fue Dizzy Davis, quien llegaba al ring acompañado de un chambelán y obsequiaba gardenias al público; al tiempo cambió su nombre por el de las flores que repartía, Gardenia Davis. Corrían en ese entonces los años 40, llegar al ring con amaneramientos que sugerían homosexualidad requirió de mucho valor, otro tanto de coraje y otro tanto más de audacia. Gardenia Davis abrió el camino que luego tomarían Sergio el Hermoso, el Bello Greco, Casandro, Corazón de Barrio, Tiffany, May Flowers, Polvo de Estrellas, Máximo y la Pimpinela Escarlata, por mencionar apenas algunos.
Hoy en día la lucha por las audiencias ha llevado a impulsar grupos que permitan sumar a los seguidores de cada uno de los integrantes; así, están los Guerreros de la Atlántida, los Perros del Mal, la Real Fuerza Aérea, la Secta del Mesías y un muy largo etcétera. En ese etcétera está el grupo de Los Apestosos, cuya antítesis sería el de Los Perfumados, que tuviera su apogeo allá por los años 60 y 70, con Sergio el Hermoso y El Bello Greco como sus máximos exponentes.
El de los Perfumados fue una especie de grupo de transición entre aquellos luchadores que apenas insinuaban su homosexualidad y quienes hicieron de la ostentación un estilo. Los Perfumados llegaban al ring con hermosos frascos de perfume que se aplicaban frente al público que celebraba el rito. Parte de su equipo era también un espejo y un peine, al igual que el perfume eran piezas opulentas, muy al estilo de la dinastía de los Luises de Francia. Visto con la perspectiva del tiempo, los Perfumados serían como los metrosexuales de hoy.
En 1988, el periodista Juan Cervera, de la revista “Espectacular, el mundo de la lucha libre”, entrevistó a El Bello Greco. En esa plática quien se autocalificara como “La aristocracia de la lucha libre”, define: “La lucha, contra lo que creen algunas personas, no es una profesión para gente insignificante y vulgar, sino para seres muy especiales, como Sergio El Hermoso y yo”, y puntualiza “A nuestro pueblo, que es señorial como nosotros, le gusta que sus ídolos huelan bien”. Cuando Cervera le preguntó “-Pero ustedes son rudos, ¿cierto?”. La respuesta fue contundente: “Rudos, pero elegantes”.
Pocos años después, Los Éxóticos, como se les había denominado en similitud con las vedettes y desnudistas de la época, sacaron la chaquira, la lentejuela y el canutillo y recamaron sus atuendos convirtiéndose en La Ola Lila, precursora de la hoy Ola Rosa.
Si de por sí hay quienes consideran que la lucha libre es puro espectáculo, imagínese cuando ven llegar a la Ola Rosa. Nada más equivocado que creer que el mayor capital profesional de un exótico son sus finas maneras. Nombres como el de la Pimpinela Escarlata, la Pimpi como cariñosamente le llama el respetable, se destaca por sus cejas cuidadosamente delineadas, su rostro perfectamente maquillado, sus atuendos, particularmente sus capas, que más parecen parte de un negligé, pero Pimpinela Escarlata se destaca también porque tiene en su haber más de dos máscaras, una decena de cabelleras y el Campeonato Nacional Medio.
Máximo llega al ring con su traje de romano en rosa mexicano con ribetes plateados. El mohawk rosa que lo distingue se ha convertido en una de las cabelleras más codiciadas entre sus oponentes. Reparte besos a diestra y siniestra, es un imán para el público que no sabe cuando tomará impulso para lanzarse sobre la tercera cuerda o cuando será para lanzarse a los brazos de su contrincante, a darle de besos.
Conocido como “El luchador gay de México”, Máximo no sólo ha ganado en las arenas. “Máximo”, dirigido por Raúl Cuesta, es ganador del Rivera Maya Underground Film Festival, de Playa del Carmen, México, en la categoría de documental. La sinopsis asienta: “Máximo, luchador exótico, así se les nombra a los personajes homosexuales en este deporte. En la vida real, es heterosexual. Esta ambivalencia en su vida, se refleja al luchar con el nombre del emperador romano, haciendo una parodia de su virilidad que se contrapone con la supuesta preferencia sexual arriba del cuadrilátero. En la inmensidad de la lucha libre, no sólo se enfrenta a la rudeza de sus contrincantes, también a la crítica de su familia, la inclusión de la comunidad gay y a las mujeres, que no creen que sea un luchador de este tipo”.
Muchas gracias por leer estas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com
Que tenga una semana en que el bienestar florezca, cual primavera.
Marisa Pineda es del mero Sinaloa. Fanática de la lucha libre. Adicta a los chocolates. Le gusta el café, la comida chatarra (y la no chatarra también), las flores, el vino blanco, leer, la música y los viernes. Cree en la reencarnación y en el poder de la fe. Es totalmente neurótica y peligrosamente despistada.
lunes, 22 de marzo de 2010
martes, 16 de marzo de 2010
A dos de tres
Marisa Pineda
“El mundo se va acabar, el mundo se va acabar, si un día me has de querer, te tienes que apresurar” reza la popular canción jarocha (que retomara Molotov, Pepe Arévalo y sus Mulatos y otros tantos grupos más) la cual se ha convertido en la banda sonora de las pláticas con el tema “El mundo se va acabar en el 2012, según la profecía maya”, tema que inicia con el de los terremotos recientes en diversas partes del mundo y el de los desprendimientos de glaciares.
Primero fue el catastrófico sismo en Haití, luego en Chile. Le siguieron terremotos en China y más reciente en Turquía. Con el antecedente de 1985 en el Distrito Federal todo debería apuntar a que estuviéramos preocupados por revisar las normas de seguridad para la construcción de edificios, por extender los simulacros a todo el país (ya ve que hasta en Culiacán tembló ya) pero no, en vez de eso la mayoría estamos más aplicados en divulgar la “Profecía Maya”, la cual advierte que el mundo se acabará en dos años, y contando.
De México para el mundo. Los mayas son conocidos como la civilización más inteligente y exacta. Como carta de presentación basta recordar la invención del cero (la aportación es meramente matemática, pero sus implicaciones van más allá: eres un cero a la izquierda, por ejemplo) y su legado en el estudio de la astronomía.
En ese legado se encuentran siete profecías. La séptima culmina con que el 21 de diciembre del 2012, a las 11:11 horas, el mundo entrará en una era de grandes cambios. Suponemos que por el punto geográfico de la civilización maya se trata de las 11 horas con 11 minutos tiempo del Golfo de México, pero dudo mucho que, con todo y su precisión, los mayas hayan considerado en sus predicciones eso de adelantar y atrasar una hora el reloj en verano y en invierno.
Los del Departamento de Investigaciones de A dos de tres agarraron el fin de semana largo, al son de “El mundo se va acabar” pegaron carrera a colonial destino turístico y el reporte sobre las profecías lo dejaron escueto. No aclararon eso de la hora, lo cual es vital si consideramos que no hay tiempo que no se llegue ni plazo que no se cumpla. Tal parece que se inspiraron más en la canción “La última luna” de Emmanuel, que en los mayas. Nada más les faltó rematar su informe con que “la última luna la vio solo un recién nacido… salió volando por la ventana, era el hombre del mañana”.
Dicen los que dicen saber que la primera profecía inició en 1999. A partir de ahí, correrían trece años de gracia (cabalístico trece) para que nos realineáramos con el universo y evitar así el apocalipsis. La segunda profecía tiene que ver con el eclipse del 11 de agosto de 1999, el cual provocaría que los rayos del Sol alteraran el comportamiento humano. Habría quienes encontrarían la paz en sus emociones y otros empeorarían el carácter. En la tercera profecía, la temperatura de la Tierra subiría, afectando a la naturaleza. La cuarta profecía dice que la Tierra empezará a desprenderse de los hielos para limpiarse. La quinta es una nueva advertencia para que los seres humanos reconsideren, o los sistemas en que se basa la civilización colapsarán. La sexta habla de la aparición de un cometa que vendría derechito a la Tierra, aunque podría desviarse con energía síquica y/o física (que tal con el “armagedon” maya). La séptima profecía habla del inicio de la Era de la Luz. Es, se supone, un mensaje de esperanza.
Esa séptima profecía iniciaría el 21 de diciembre del 2012, así que ni se preocupe por qué hará de cena para esa Navidad. Del Año Nuevo ya ni hablamos.
Esto del fin del mundo no es nuevo. Cuando la de la letra estaba plebe conoció de múltiples avisos de que el fin del mundo estaba cerca. Una ocasión, aún en la primaria, la histeria colectiva fue tal que hasta misa en Catedral se ofició. Se llamó a la calma y, por aquello del no te entumas, a la resignación. Había un gentío. En casa, la Matriarca era más bien escéptica hacia esos temas; sin embargo la Progenitora, que es harto sugestionable, decretó que ese día yo no iría a la escuela. Culiacán, aquel día, estaba raro. No tenía el tráfico de costumbre. Mucha gente se había quedado en su casa, otros habían optado por visitar algún templo y otros más habían subido la familia al vehículo para “ir a ver cómo está Culiacán”, como si los automóviles fueran una nueva Arca de Noé, en los que se salvarían los pioneros de la nueva civilización.
En casa, Progenitora estimó que el fin del mundo tendría que iniciar por la tarde, una vez que ella checara la tarjeta de salida de su empleo, o bien por la noche. Ahí nos tenía guardadas en casa. Progenitora no quería que encendiéramos el televisor para esperar de forma amena el fin de los tiempos. A cambio, aceptó encender la radio para estar al pendiente de los avisos, antes muertas que desinformadas. Ahí estábamos cual sectarias esperando que llegara la nave a inducirnos. Parecía que vivíamos nuestro luto anticipado. Así pasó el tiempo, hasta que llegó la hora de la telenovela que seguía la Matriarca. Su metro y medio de estatura brincó de la silla, se sacudió el vestido (se había puesto bien guapa, para que la muerte no la sorprendiera chancluda) y dirigiéndose a la Progenitora pronunció enérgica la célebre sentencia: “ya estuvo bueno. Ya basta. Ya fue mucho de darte por el lado. ¡Qué se va a acabar el mundo ni que nada! El mundo se va acabando para el que se lo va llevando la chingada”. Acto seguido fue a la cocina a preparar la cena, encendió el televisor y fin del episodio.
Muchas gracias por leer estas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com
Que tenga una semana en que la dicha no se acabe.
Marisa Pineda
“El mundo se va acabar, el mundo se va acabar, si un día me has de querer, te tienes que apresurar” reza la popular canción jarocha (que retomara Molotov, Pepe Arévalo y sus Mulatos y otros tantos grupos más) la cual se ha convertido en la banda sonora de las pláticas con el tema “El mundo se va acabar en el 2012, según la profecía maya”, tema que inicia con el de los terremotos recientes en diversas partes del mundo y el de los desprendimientos de glaciares.
Primero fue el catastrófico sismo en Haití, luego en Chile. Le siguieron terremotos en China y más reciente en Turquía. Con el antecedente de 1985 en el Distrito Federal todo debería apuntar a que estuviéramos preocupados por revisar las normas de seguridad para la construcción de edificios, por extender los simulacros a todo el país (ya ve que hasta en Culiacán tembló ya) pero no, en vez de eso la mayoría estamos más aplicados en divulgar la “Profecía Maya”, la cual advierte que el mundo se acabará en dos años, y contando.
De México para el mundo. Los mayas son conocidos como la civilización más inteligente y exacta. Como carta de presentación basta recordar la invención del cero (la aportación es meramente matemática, pero sus implicaciones van más allá: eres un cero a la izquierda, por ejemplo) y su legado en el estudio de la astronomía.
En ese legado se encuentran siete profecías. La séptima culmina con que el 21 de diciembre del 2012, a las 11:11 horas, el mundo entrará en una era de grandes cambios. Suponemos que por el punto geográfico de la civilización maya se trata de las 11 horas con 11 minutos tiempo del Golfo de México, pero dudo mucho que, con todo y su precisión, los mayas hayan considerado en sus predicciones eso de adelantar y atrasar una hora el reloj en verano y en invierno.
Los del Departamento de Investigaciones de A dos de tres agarraron el fin de semana largo, al son de “El mundo se va acabar” pegaron carrera a colonial destino turístico y el reporte sobre las profecías lo dejaron escueto. No aclararon eso de la hora, lo cual es vital si consideramos que no hay tiempo que no se llegue ni plazo que no se cumpla. Tal parece que se inspiraron más en la canción “La última luna” de Emmanuel, que en los mayas. Nada más les faltó rematar su informe con que “la última luna la vio solo un recién nacido… salió volando por la ventana, era el hombre del mañana”.
Dicen los que dicen saber que la primera profecía inició en 1999. A partir de ahí, correrían trece años de gracia (cabalístico trece) para que nos realineáramos con el universo y evitar así el apocalipsis. La segunda profecía tiene que ver con el eclipse del 11 de agosto de 1999, el cual provocaría que los rayos del Sol alteraran el comportamiento humano. Habría quienes encontrarían la paz en sus emociones y otros empeorarían el carácter. En la tercera profecía, la temperatura de la Tierra subiría, afectando a la naturaleza. La cuarta profecía dice que la Tierra empezará a desprenderse de los hielos para limpiarse. La quinta es una nueva advertencia para que los seres humanos reconsideren, o los sistemas en que se basa la civilización colapsarán. La sexta habla de la aparición de un cometa que vendría derechito a la Tierra, aunque podría desviarse con energía síquica y/o física (que tal con el “armagedon” maya). La séptima profecía habla del inicio de la Era de la Luz. Es, se supone, un mensaje de esperanza.
Esa séptima profecía iniciaría el 21 de diciembre del 2012, así que ni se preocupe por qué hará de cena para esa Navidad. Del Año Nuevo ya ni hablamos.
Esto del fin del mundo no es nuevo. Cuando la de la letra estaba plebe conoció de múltiples avisos de que el fin del mundo estaba cerca. Una ocasión, aún en la primaria, la histeria colectiva fue tal que hasta misa en Catedral se ofició. Se llamó a la calma y, por aquello del no te entumas, a la resignación. Había un gentío. En casa, la Matriarca era más bien escéptica hacia esos temas; sin embargo la Progenitora, que es harto sugestionable, decretó que ese día yo no iría a la escuela. Culiacán, aquel día, estaba raro. No tenía el tráfico de costumbre. Mucha gente se había quedado en su casa, otros habían optado por visitar algún templo y otros más habían subido la familia al vehículo para “ir a ver cómo está Culiacán”, como si los automóviles fueran una nueva Arca de Noé, en los que se salvarían los pioneros de la nueva civilización.
En casa, Progenitora estimó que el fin del mundo tendría que iniciar por la tarde, una vez que ella checara la tarjeta de salida de su empleo, o bien por la noche. Ahí nos tenía guardadas en casa. Progenitora no quería que encendiéramos el televisor para esperar de forma amena el fin de los tiempos. A cambio, aceptó encender la radio para estar al pendiente de los avisos, antes muertas que desinformadas. Ahí estábamos cual sectarias esperando que llegara la nave a inducirnos. Parecía que vivíamos nuestro luto anticipado. Así pasó el tiempo, hasta que llegó la hora de la telenovela que seguía la Matriarca. Su metro y medio de estatura brincó de la silla, se sacudió el vestido (se había puesto bien guapa, para que la muerte no la sorprendiera chancluda) y dirigiéndose a la Progenitora pronunció enérgica la célebre sentencia: “ya estuvo bueno. Ya basta. Ya fue mucho de darte por el lado. ¡Qué se va a acabar el mundo ni que nada! El mundo se va acabando para el que se lo va llevando la chingada”. Acto seguido fue a la cocina a preparar la cena, encendió el televisor y fin del episodio.
Muchas gracias por leer estas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com
Que tenga una semana en que la dicha no se acabe.
lunes, 8 de marzo de 2010
A dos de tres
Marisa Pineda
“Antes o después, llega siempre un momento en el cual estás obligado a elegir,
y a partir de ese instante sabrás para el resto de la vida quien eres verdaderamente”
Roberto Scarpinato
(Magistrado italiano, miembro de la lucha contra la mafia)
Llevo una semana y no atino cómo escribir este texto. Creí que una semana sería suficiente para superar los sentimientos encontrados y lograr unas líneas medianamente coherentes, no lo logro. El crimen de Genoveva Rogers Lozoya, la socorrista de Cruz Roja Culiacán asesinada en el cumplimiento de su deber fue piedra de toque para mí. Al momento de escribir esto todavía la impotencia, el coraje, la vergüenza y la admiración se anudan en mi estómago.
No alcanzo a imaginar el dolor de la familia, los compañeros y amigos de Genoveva. Les admiro su fuerza de espíritu. Esa fuerza necesaria para seguir adelante, para volver a un hogar que quedó incompleto. Esa fuerza para imponer el Deber (así, con mayúsculas) al instinto de conservación y regresar al puesto de socorros en donde el cristal roto y las manchas de sangre, por más que se reemplacen y se limpien, no se borrarán de las mentes de quienes vivieron ese momento.
Quienes nos criamos en las inmediaciones de las estaciones de Bomberos y de la Cruz Roja alguna vez deseamos ser parte de ellos. Cuando salía la convocatoria para el curso propedeútico allá íbamos, toda disposición. Ya nos veíamos en las ambulancias o en la delegación. La exigencia de estar presente los fines de semana, por las tardes o en la noche era la primera criba. El tener contacto directo con el dolor era siguiente filtro. Recibir como sueldo la mera satisfacción de haber servido, era el punto final. Aquello sólo era para elegidos.
Genoveva Rogers Lozoya tenía apenas 20 años de edad. La mataron un fin de semana. Un fin de semana que es cuando la inmensa mayoría de las chamacas de 20 años están planeando a dónde saldrán. A qué cine irán, qué película verán. A dónde irán a cenar. A dónde irán a bailar, qué se pondrán, quienes irán. Pero Genoveva no, ella estaba como radio operadora, canalizando la ayuda a aquellos que con apenas escuchar del otro lado de la bocina “Cruz Roja” saben que el auxilio va en camino.
Ahí, a su lugar de servicio llegó la muerte. Una muerte que desde hace muchos meses se veía venir. No se sabía quién caería, pero todos quienes ahí sirven saben que desde hacía tiempo la muerte rondaba la delegación. Lo sabían los paramédicos y choferes de ambulancia a quienes habían interceptado gente armada para rematar al herido que trasladaban. Lo sabían los médicos, enfermeras y socorristas que estaban en la base cuando llegaban a, literalmente, aventarles heridos -más muertos que vivos- e instantes después llegaban otros a terminarlos.
Tenían meses advirtiéndolo, clamando por apoyo. Sabían que iba pasar, que cada vez faltaba menos tiempo para que alguien cayera en servicio. Y pasó, la de los socorristas no era llamada en falso.
Y ahora sí clamaremos por frenar la violencia. Y eso me anuda más la tripa, porque si bien el propósito es noble, no falta el oportunista que ha hecho de ese llamado un modo de vida. Porque muchos que reniegan del narcotráfico, sus protagonistas y su modo de vida para nada le hacen el feo al consumo de uno o varios de sus productos.
Porque durante muchos años “que se maten entre ellos” ha sido premisa de buena parte de la sociedad. Pero resulta que ya no contratan sicarios de aquellos que se mataban entre ellos, de los que una bala era suficiente para hacer el trabajo (o muchas balas, pero un solo muerto, el que habían encargado). No, ahora son matones que sueltan tiros a diestra y siniestra con la esperanza que al menos uno de ellos pegue en el blanco, sin importar los demás muertos que dejan.
Se me enreda la tripa porque no falta mucho para que empiece el Mundial de Fútbol y el asesinato de Genoveva se nos olvide, como se nos ha olvidado el de la niña Brennie (por cierto, ¿ya está pagando quien la asesinó por la espalda para quitarle cien pesos?), el de la bebé Idania (con su sonrisa de muñeca), muerta por una bala perdida en Año Nuevo del 2007, el de aquel padre de familia que asaba carne cuando otra bala perdida lo mató, también en Año Nuevo, el de un vendedor de elotes y su hijo que quedaron en un fuego cruzado frente a un antro que estaba por el viejo Malecón, el de… todos aquellos cuyos nombres se pierden en el recuerdo y sus historias en legajos en cajas de archivo muerto.
Se me anuda el estómago porque no alcanzo a imaginar a cuántos muertos estamos de volver a vivir tranquilos. A cuántos muertos estamos de recuperar aquel endeble equilibrio entre criminales y civiles. A cuanto estamos de volver a decir que un día estuvo calmado por algo más que por el número de personas asesinadas. Cuánto nos falta para que las muertes de todos los ajenos al crimen organizado no sean en vano.
Muchas gracias por leer éstas líneas. Abusando de su paciencia me permitiré pedirle algo: mientras pueda no pierda la memoria. No permita que le arrebaten la capacidad de asombro y de indignación, que al menos eso nos quede. Ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com
Que tenga una semana plena de fortaleza de espíritu.
Marisa Pineda
“Antes o después, llega siempre un momento en el cual estás obligado a elegir,
y a partir de ese instante sabrás para el resto de la vida quien eres verdaderamente”
Roberto Scarpinato
(Magistrado italiano, miembro de la lucha contra la mafia)
Llevo una semana y no atino cómo escribir este texto. Creí que una semana sería suficiente para superar los sentimientos encontrados y lograr unas líneas medianamente coherentes, no lo logro. El crimen de Genoveva Rogers Lozoya, la socorrista de Cruz Roja Culiacán asesinada en el cumplimiento de su deber fue piedra de toque para mí. Al momento de escribir esto todavía la impotencia, el coraje, la vergüenza y la admiración se anudan en mi estómago.
No alcanzo a imaginar el dolor de la familia, los compañeros y amigos de Genoveva. Les admiro su fuerza de espíritu. Esa fuerza necesaria para seguir adelante, para volver a un hogar que quedó incompleto. Esa fuerza para imponer el Deber (así, con mayúsculas) al instinto de conservación y regresar al puesto de socorros en donde el cristal roto y las manchas de sangre, por más que se reemplacen y se limpien, no se borrarán de las mentes de quienes vivieron ese momento.
Quienes nos criamos en las inmediaciones de las estaciones de Bomberos y de la Cruz Roja alguna vez deseamos ser parte de ellos. Cuando salía la convocatoria para el curso propedeútico allá íbamos, toda disposición. Ya nos veíamos en las ambulancias o en la delegación. La exigencia de estar presente los fines de semana, por las tardes o en la noche era la primera criba. El tener contacto directo con el dolor era siguiente filtro. Recibir como sueldo la mera satisfacción de haber servido, era el punto final. Aquello sólo era para elegidos.
Genoveva Rogers Lozoya tenía apenas 20 años de edad. La mataron un fin de semana. Un fin de semana que es cuando la inmensa mayoría de las chamacas de 20 años están planeando a dónde saldrán. A qué cine irán, qué película verán. A dónde irán a cenar. A dónde irán a bailar, qué se pondrán, quienes irán. Pero Genoveva no, ella estaba como radio operadora, canalizando la ayuda a aquellos que con apenas escuchar del otro lado de la bocina “Cruz Roja” saben que el auxilio va en camino.
Ahí, a su lugar de servicio llegó la muerte. Una muerte que desde hace muchos meses se veía venir. No se sabía quién caería, pero todos quienes ahí sirven saben que desde hacía tiempo la muerte rondaba la delegación. Lo sabían los paramédicos y choferes de ambulancia a quienes habían interceptado gente armada para rematar al herido que trasladaban. Lo sabían los médicos, enfermeras y socorristas que estaban en la base cuando llegaban a, literalmente, aventarles heridos -más muertos que vivos- e instantes después llegaban otros a terminarlos.
Tenían meses advirtiéndolo, clamando por apoyo. Sabían que iba pasar, que cada vez faltaba menos tiempo para que alguien cayera en servicio. Y pasó, la de los socorristas no era llamada en falso.
Y ahora sí clamaremos por frenar la violencia. Y eso me anuda más la tripa, porque si bien el propósito es noble, no falta el oportunista que ha hecho de ese llamado un modo de vida. Porque muchos que reniegan del narcotráfico, sus protagonistas y su modo de vida para nada le hacen el feo al consumo de uno o varios de sus productos.
Porque durante muchos años “que se maten entre ellos” ha sido premisa de buena parte de la sociedad. Pero resulta que ya no contratan sicarios de aquellos que se mataban entre ellos, de los que una bala era suficiente para hacer el trabajo (o muchas balas, pero un solo muerto, el que habían encargado). No, ahora son matones que sueltan tiros a diestra y siniestra con la esperanza que al menos uno de ellos pegue en el blanco, sin importar los demás muertos que dejan.
Se me enreda la tripa porque no falta mucho para que empiece el Mundial de Fútbol y el asesinato de Genoveva se nos olvide, como se nos ha olvidado el de la niña Brennie (por cierto, ¿ya está pagando quien la asesinó por la espalda para quitarle cien pesos?), el de la bebé Idania (con su sonrisa de muñeca), muerta por una bala perdida en Año Nuevo del 2007, el de aquel padre de familia que asaba carne cuando otra bala perdida lo mató, también en Año Nuevo, el de un vendedor de elotes y su hijo que quedaron en un fuego cruzado frente a un antro que estaba por el viejo Malecón, el de… todos aquellos cuyos nombres se pierden en el recuerdo y sus historias en legajos en cajas de archivo muerto.
Se me anuda el estómago porque no alcanzo a imaginar a cuántos muertos estamos de volver a vivir tranquilos. A cuántos muertos estamos de recuperar aquel endeble equilibrio entre criminales y civiles. A cuanto estamos de volver a decir que un día estuvo calmado por algo más que por el número de personas asesinadas. Cuánto nos falta para que las muertes de todos los ajenos al crimen organizado no sean en vano.
Muchas gracias por leer éstas líneas. Abusando de su paciencia me permitiré pedirle algo: mientras pueda no pierda la memoria. No permita que le arrebaten la capacidad de asombro y de indignación, que al menos eso nos quede. Ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com
Que tenga una semana plena de fortaleza de espíritu.
lunes, 1 de marzo de 2010
A dos de tres
Marisa Pineda
Si haces algo hazlo bien o no lo hagas, fue la premisa que nos acompañó a muchos desde que Diosito nos dio licencia. Hazlo bien o no lo hagas nos decían lo mismo cuando nos ponían a ayudar en el aseo de la casa que cuando hacíamos la tarea. De esa frase se acordó la de la letra el jueves que recién pasó, cuando se topó con la mejor demostradora de fragancias que haya visto.
Cuando uno estaba plebe y la madre lo conminaba a ayudar en las labores del hogar, allá se ponía uno a barrer y a sacudir por ningún lado, por tal de terminar pronto para irse a jugar. La prisa se notaba en escobazos y trapazos, que dejaban pisos y muebles, más sucios que limpios. Regaño asegurado que tenía siempre el colofón: “cuando hagas algo hazlo bien o no lo hagas”.
Y allá va uno a emprender la tarea de nuevo, mascullando “¡ay! Mi ‘amá”. Dependiendo del talante de la progenitora, esta justificaba “algún día me lo vas a agradecer” o de plano ejercía su autoridad, le sorrajaba a uno una nalgada y en intimidante (y efectivo) tono sentenciaba “ahora lo haces y te quedas castigado, para que aprendas a obedecer y a respetarme”. Caso cerrado.
Al entrar a la primaria, la aplicación de aquella máxima se extendía a las tareas escolares. No fueron pocas las veces que la madre nos obligó a rehacer los deberes, tras romper la hoja del cuaderno de lo que se borró, o bien dejarla de un delator color gris que indicaba que no nos fue fácil llegar al resultado. Anda, pásalo en limpio, recomendaban, no vas a llevar la tarea rota o toda sucia. Hazlo bien o no lo hagas, hazlo bien, qué te cuesta, era el llamado.
Sin duda esa lección la aprendió muy bien la demostradora de fragancias. La mejor que me he topado. Le cuento.
En la semana esta su amiga andaba en conocido centro comercial culichi. Al llegar llamó la atención la presencia de un camión lleno de soldados, apostado en uno de los lados del estacionamiento. Al entrar llamó más la atención encontrar más soldados por las áreas comunes del lugar. No parecían estar de compras pero, a saber, igual habían ido a dar algún abono, a ver alguna mesa de regalos, qué se yo. Ahí estaban.
Cuando uno habita en un país que no está en guerra, pero reporta un promedio de 20 muertes diarias en hechos violentos vinculados al crimen organizado, cada quien toma ciertas precauciones en su día a día.
Así, si uno acude a un lugar cuyo estacionamiento parece sala de exhibición de Hummer, Navigator y Escalade opta por retirarse y regresar en mejor ocasión. Igual ocurre si al entrar a un sitio, descubre a un grupo cuyos integrantes trae, cada uno, por lo menos dos celulares y un radio, hartos kilates en anillos, pulseras, cadenas y relojes, además de muchos cristales swarovski en gorras y playeras. Son ocasiones en las cuales, nada más por no sentirse fuera de lugar, uno emprende la retirada.
Similar ocurre cuando se encuentra en un sitio y de pronto entra un buen número de representantes de la ley. En este caso eran soldados. Llegaron al centro comercial, lo recorrieron, se apostaron afuera de algunos establecimientos, pero de espaldas a los aparadores (uno colude, de “shopping” no están). Sólo recorren el lugar. Y la paranoia empieza a trazar la ruta crítica. ¿Vendrán por alguien? ¿Me voy? ¿Me quedo?
El sonido del trenecito infantil pitándole a un par de soldados, para no atropellarlos, hizo que la paranoia pasara y esta su amiga dijera para sí. ¡A saber! Igual vinieron a abonar. En eso, un par de elementos se apostó afuera de una de las tiendas departamentales, volteó y se quedó viendo unas lociones. La demostradora tomó un juego de tiras perfumadas, se acercó y las ofreció a aquel hombre que no pronunciaba palabra, sólo la escuchaba.
Con amabilidad, ella fue a otro que merodeaba. Los que estaban cerca veían atentos. Toda profesionalismo, fue por más tiras, un frasco y acudió a ellos. Entregó las muestras del producto y perfumó sus muñecas en lo que explicaba que la fragancia venía en diversas presentaciones y estaba con una excelente promoción. Atentos, agradecieron la oferta.
El grupo cruzó por esa área de la tienda rumbo a otra parte del centro comercial, al pasar a un lado de la demostradora inclinaron ligeramente la cabeza, en un gesto educado. Nadie habló. Ella respondió con una sonrisa, les deseó una buena tarde, reiteró que estaba para servirles y que las promociones estarían vigentes unas dos semanas más. Las compañeras que habían seguido la escena la rodearon, una la cuestionó sobre qué andaban haciendo, ella contestó “no sé, no les pregunté, creo que su trabajo”. ¿Y tú, por qué te les acercaste? “Porque yo también estoy haciendo el mío”, dijo.
Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Gracias también a quienes nos escriben a la dirección adosdetres@hotmail.com Ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones ahí se reciben.
Que tenga una semana en que lo que haga le resulte bien.
Marisa Pineda
Si haces algo hazlo bien o no lo hagas, fue la premisa que nos acompañó a muchos desde que Diosito nos dio licencia. Hazlo bien o no lo hagas nos decían lo mismo cuando nos ponían a ayudar en el aseo de la casa que cuando hacíamos la tarea. De esa frase se acordó la de la letra el jueves que recién pasó, cuando se topó con la mejor demostradora de fragancias que haya visto.
Cuando uno estaba plebe y la madre lo conminaba a ayudar en las labores del hogar, allá se ponía uno a barrer y a sacudir por ningún lado, por tal de terminar pronto para irse a jugar. La prisa se notaba en escobazos y trapazos, que dejaban pisos y muebles, más sucios que limpios. Regaño asegurado que tenía siempre el colofón: “cuando hagas algo hazlo bien o no lo hagas”.
Y allá va uno a emprender la tarea de nuevo, mascullando “¡ay! Mi ‘amá”. Dependiendo del talante de la progenitora, esta justificaba “algún día me lo vas a agradecer” o de plano ejercía su autoridad, le sorrajaba a uno una nalgada y en intimidante (y efectivo) tono sentenciaba “ahora lo haces y te quedas castigado, para que aprendas a obedecer y a respetarme”. Caso cerrado.
Al entrar a la primaria, la aplicación de aquella máxima se extendía a las tareas escolares. No fueron pocas las veces que la madre nos obligó a rehacer los deberes, tras romper la hoja del cuaderno de lo que se borró, o bien dejarla de un delator color gris que indicaba que no nos fue fácil llegar al resultado. Anda, pásalo en limpio, recomendaban, no vas a llevar la tarea rota o toda sucia. Hazlo bien o no lo hagas, hazlo bien, qué te cuesta, era el llamado.
Sin duda esa lección la aprendió muy bien la demostradora de fragancias. La mejor que me he topado. Le cuento.
En la semana esta su amiga andaba en conocido centro comercial culichi. Al llegar llamó la atención la presencia de un camión lleno de soldados, apostado en uno de los lados del estacionamiento. Al entrar llamó más la atención encontrar más soldados por las áreas comunes del lugar. No parecían estar de compras pero, a saber, igual habían ido a dar algún abono, a ver alguna mesa de regalos, qué se yo. Ahí estaban.
Cuando uno habita en un país que no está en guerra, pero reporta un promedio de 20 muertes diarias en hechos violentos vinculados al crimen organizado, cada quien toma ciertas precauciones en su día a día.
Así, si uno acude a un lugar cuyo estacionamiento parece sala de exhibición de Hummer, Navigator y Escalade opta por retirarse y regresar en mejor ocasión. Igual ocurre si al entrar a un sitio, descubre a un grupo cuyos integrantes trae, cada uno, por lo menos dos celulares y un radio, hartos kilates en anillos, pulseras, cadenas y relojes, además de muchos cristales swarovski en gorras y playeras. Son ocasiones en las cuales, nada más por no sentirse fuera de lugar, uno emprende la retirada.
Similar ocurre cuando se encuentra en un sitio y de pronto entra un buen número de representantes de la ley. En este caso eran soldados. Llegaron al centro comercial, lo recorrieron, se apostaron afuera de algunos establecimientos, pero de espaldas a los aparadores (uno colude, de “shopping” no están). Sólo recorren el lugar. Y la paranoia empieza a trazar la ruta crítica. ¿Vendrán por alguien? ¿Me voy? ¿Me quedo?
El sonido del trenecito infantil pitándole a un par de soldados, para no atropellarlos, hizo que la paranoia pasara y esta su amiga dijera para sí. ¡A saber! Igual vinieron a abonar. En eso, un par de elementos se apostó afuera de una de las tiendas departamentales, volteó y se quedó viendo unas lociones. La demostradora tomó un juego de tiras perfumadas, se acercó y las ofreció a aquel hombre que no pronunciaba palabra, sólo la escuchaba.
Con amabilidad, ella fue a otro que merodeaba. Los que estaban cerca veían atentos. Toda profesionalismo, fue por más tiras, un frasco y acudió a ellos. Entregó las muestras del producto y perfumó sus muñecas en lo que explicaba que la fragancia venía en diversas presentaciones y estaba con una excelente promoción. Atentos, agradecieron la oferta.
El grupo cruzó por esa área de la tienda rumbo a otra parte del centro comercial, al pasar a un lado de la demostradora inclinaron ligeramente la cabeza, en un gesto educado. Nadie habló. Ella respondió con una sonrisa, les deseó una buena tarde, reiteró que estaba para servirles y que las promociones estarían vigentes unas dos semanas más. Las compañeras que habían seguido la escena la rodearon, una la cuestionó sobre qué andaban haciendo, ella contestó “no sé, no les pregunté, creo que su trabajo”. ¿Y tú, por qué te les acercaste? “Porque yo también estoy haciendo el mío”, dijo.
Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Gracias también a quienes nos escriben a la dirección adosdetres@hotmail.com Ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones ahí se reciben.
Que tenga una semana en que lo que haga le resulte bien.
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