A dos de tres
Marisa Pineda
No hace mucho (el domingo pasado, para precisar) comentamos aquí que octubre es el mes de los apartados de juguetes para Navidad. Recordamos el fiasco en que puede convertirse la Noche Buena o la mañana de Navidad cuando el plebe acaba con el ánimo en la basura porque el juguete que recibió no es como creía. Eso, sin contar los dramas que se arman porque el aparato requiere pilas y, por supuesto, no las trae. O porque en las prisas, al Santa Claus se le olvidó echarle aire a las llantas de la bicicleta y, si no hay una gasolinera o vulcanizadora cerca, el chamaco está condenado a pasar la Navidad viendo como los demás juegan, mientras el sólo contempla el vehículo.
La imaginación suele jugar malas pasadas. Cuando se es niño, esos reveses van desde hacer que recurramos a la protección de una sábana porque se escuchó un ruido y uno estuvo hablando de fantasmas, hasta el pensar que los juguetes son, y funcionan, como en los comerciales o en los programas de televisión.
Decíamos aquí de las desilusiones que dejó descubrir que la archifamosa muñeca Comiditas fuera de la pantalla del televisor no era más grande que la palma de la mano (y mire que hablamos de la mano de un niño); que la máquina de raspados multisabores estaba bien lejos de raspar hielo con la velocidad que la temperatura exige, para que el agua no pase de estado sólido a líquido; y que el horno mágico dejaba los pasteles crudos.
Pero esos no eran los únicos juguetes que podían dejar marcas en la memoria. No, había otros, llamémosles unisex. En ellos figuraban el estuche de química Mi Alegría y las bicicletas, ambos vigentes hasta la fecha.
El estuche de química venía en varios tamaños. De a como era el sapo era la pedrada. Dependiendo de la capacidad adquisitiva del Santa Claus, era el tamaño de la caja; sin embargo, los fabricantes, en un ejemplo de igualdad, incluían en todas las presentaciones (hasta la más económica) el máximo experimento, el que hacía que el estuche de química valiera la pena: el volcán. (Si está riendo es porque le amaneció uno)
Además de tubos de ensayo, goteros, tapones de corcho y demás, cada estuche contenía un volcán de plástico, dentro del cual se debían colocar las sustancias indicadas en las cantidades subrayadas con rojo en la guía. El resultado era un volcán que empezaba a humear, su interior comenzaba a burbujear hasta desbordarse por las laderas un líquido rojo que se vuelve pastoso (la lava). El éxito del experimento era celebrado con gritos y aplausos, así como por la curiosidad de investigar cómo se vería si se ponía el doble de las cantidades indicadas o, de una vez, todo el contenido del paquete.
Fueron muchas las casas cuyos techos manchados dieron fe, durante años, de que por algo en la guía decía en letras rojas, grandotas, que no se debían alterar las cantidades, ni suplirse por otras sustancias. El juguete terminaba guardado en algún ropero, bajo siete candados y doble llave. “Y ¡ay! De ti que lo saques porque te va mal, te tundo. No vas a descansar hasta que quemes la casa o nos envenenes a todos”. La regañiza indicaba que había llegado el fin de la Navidad antes del mediodía.
Diciembre 25 de un año cualquiera, 6 de la mañana, la casa en silencio, los grandes están dormidos. De algo sirvió hacer caso, no pelearse, bañarse y lavarse los dientes antes de dormir, hacer la tarea y los mandados. Ahí, a un ladito del árbol, una bici espera. Allá va uno a treparse en el vehículo. Al tercer pedaleo se percata que avanza trabajosa y lentamente, voltea hacia abajo y descubre las llantas como gelatina mal cuajada. Al Santa se le olvidó echarles aire. Es Navidad, y muy temprano, todo está cerrado. Las manecillas del reloj marcan ya la una de la tarde, los padres siguen dormidos. De la calle llegan sonidos de aquellos a quienes les amanecieron autos patrulla, ambulancias, carros de bomberos, el bbbrrrr fussh fussh de las pistolas cósmica. Con la crueldad que sólo la infancia puede dar, un par de embicicletados se presentan a la puerta de la casa para invitar a dar la vuelta, dan la media vuelta y se marchan, restregándole en la cara que las bicis de ellos sí ruedan.
Pero estaba también el drama de los juguetes de pilas. Carros, aviones, trenes, pistas de carrera, pistolas, que requerían de baterías para poder soltar las luces y los sonidos que se veían en televisión. O se encontraba algún electrodoméstico del cual tomar la energía, o se estaba condenado a pasar la Navidad moviendo manualmente el juguete, con los efectos sonoros también a cargo del feliz propietario.
Aquellos que crean que quienes pedían un mono ya la habían hecho, salvándose de experimentos fallidos o de baterías, están muy equivocados. No, no, no. Uno de los muñecos más populares durante generaciones fue El Hombre Elástico. Según la marca, variaba el color y tamaño del muñeco, así como el calzón que vestía (negro, blanco o camuflage). En el comercial salían unos niños jugando con el monigote, estirándolo hasta alcanzar casi el triple de su tamaño. También se podía aventar contra la pared y quedaba adherido por un buen momento.
Eso en la pantalla, la realidad era otra. El dichoso hombre elástico se podía estirar sí, pero con la ayuda de familia y amigos, cada uno jalándole una pata, un brazo y la cabeza. Era de un plástico de dureza tal que si le aventaban con él hacía chipote. Mismo chipote que surgía si en el estiramiento a alguien se le soltaba y salía disparado. En cuanto a pegarse en la pared, la caja no advertía que una vez adherido podía quedarse ahí por tiempo indefinido. Cuando se despegaba dejaba su huella en paredes y techos, igual que el volcán. Otra regañiza para completar Navidad.
Octubre es el mes en que inician los apartados de los juguetes que traerá Santa Claus en Navidad a los que nos portamos bien. No olvide revisar las cajas y, si se puede, los instructivos, para tener listas las baterías, el enchufe o lo que amerite. Mire que los desencantos que dejan las navidades o noche buenas fallidas, dejan secuelas que ni el tiempo ayuda a olvidar.
Y no se olvide que sugerencias, comentarios, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones, son, por favor, en adosdetres@hotmail.com Que tenga una semana que deje huella.