martes, 30 de diciembre de 2008

A dos de tres
Marisa Pineda

¿Ya tiene todo listo para recibir al Año Nuevo? ¿Calzones rojos, o amarillos, las doce velas, las uvas, la cena, las maletas y la escoba preparadas? ¿Ya ubicó el lugar más seguro de su casa para resguardarse, en el momento en que las armas que hay en Culiacán se disparen al unísono para darle la bienvenida al nuevo año?

¿Qué le trajo Santa Claus? A esta su amiga le trajo el gusto de saberse presente en más afectos de los que quizás merece. Trajo también muchos regalos, dentro de ellos un rompecabezas que me tiene enajenada y por poco hace que estas líneas no vieran la luz.

Ahora el asunto familiar es: la cena de Año Nuevo. Cuando la de la letra era plebe en el barrio el menú de postín era el pavo, las demás opciones iban del pescado al pozole, pasando por el menudo, los tamales y el mole. ¡Ah! Y el lomo mechado (se escucha reteapantallador: lomo mechado). De postre buñuelos y tan tan. Eso de cena en tres tiempos no existía más que para la aristocracia del barrio, si tomamos como primer tiempo poner la charola con pan a la mesa.

Desde la víspera, una vecina acostumbraba anunciar su agobio porque cocinaría al animalejo. Nuestro papel en el melodrama consistía en hacerle creer que preparar el pavo era como dar un doble mortal hacia atrás desde la tercera cuerda. Una vez cocinada el ave, tenía a bien compartirla con unos cuantos elegidos a quienes, año con año, su sazón nos regalaba un pavo dorado, jugoso, con sabor a jabón.

En casa de la de la letra, Navidad o Año Nuevo eran los días en que la Progenitora hacía lo que ningún otro día del año: entraba a la cocina. Lo hacía para preparar el pavo que alguna alma agradecida le había obsequiado. El relleno que cocina la Progenitora es suculento, pero el ave no. Si no es porque uno ve lo que está masticando, bien le pueden decir que esta mordiendo un pedazo de cartón, la suela de un huarache, un pedazo de alfombra y no lo notará. Por tres generaciones hemos expuesto el caso tanto en tono de súplica como de denuncia, con nulos resultados. La Progenitora sostiene que no sabemos apreciar su sazón. Si a ello le suma que el Día de la Candelaria todavía seguía recalentando el pavo, entenderá porque dejó traumas profundos en toda la descendencia.

Pero más importante que el menú, era ¿cómo íbamos a recibir el Año Nuevo? La Matriarca exigía ir a Misa de Gallo. A ello seguían los abrazos, las doce uvas y las velas a la Divina Providencia. Para algunos cada uva era un deseo, para otros según el sabor era lo bien o mal que iría ese mes.

Desde tiempos inmemoriales el hombre ha buscado conocer qué le depara el futuro. Ello se asocia a la necesidad de seguridad. Para tal fin nos hemos valido de los astros, las runas, el tarot y un largo etcétera. Con la llegada del Nuevo Año llega la legítima aspiración de que las condiciones de bienestar mejoren. Así, se recurre a la prenda roja para que no falte el amor; a la amarilla si lo que se quiere es dinero. Los fabricantes de lencería dejan en claro para que es cada color, al añadir impresiones de corazones y de signo de pesos a los calzones rojos y amarillos, respectivamente.

En mi infancia era divertido ver a las muchachas en edad de merecer treparse al lavadero a bailar, para casarse ese año. Ahí las tenía haciendo malabares y justificando: todo sea por agarrar marido.

También había que comprar una escoba nueva y al terminar las doce campanadas barrer la casa, sacando el polvo a la calle. Eso preparaba el hogar para recibir lo bueno del nuevo año. De paso, había que arrojar algunas monedas a la banqueta para llamar a la buena suerte.

Si lo que se quería era viajar nada como agarrar una maleta y salir con ella. Año tras año ahí veía a la de la letra cargando el veliz por toda la cuadra, que digo la cuadra, la manzana.

Mientras, en casa, se prendían las velas a la Divina Providencia. Había quienes, además, encendían una vela dorada, otra plateada, una más verde y otra azul para los Arcángeles. Existía también la costumbre de velar el huevo (toma un huevo cualquiera, lo sumerge en agua, en un vaso de cristal. A las doce lo rompe, echa en el agua del vaso, a la viscosidad le encuentra forma y la interpreta como mejor le convenga). Lo hice una vez y se formó una cruz si necesidad de imaginación. Ese año la Matriarca empacó lo vivido y se fue a rendir cuentas al Creador. Debut y despedida, coincidencia o lo que sea me marcó. Suficiente para entender que no hay que tocar puertas cuando no se está preparado para lo que hay atrás de ellas.

En aquellos tiempos los cohetes todavía no estaban prohibidos y Navidad y Año Nuevo eran los días en que uno tenía permiso para tronarlos a placer: trikis, barrilitos, chifladores, luces de bengala, palomitas y pedos de bruja que dejaban la cuadra oliendo a pólvora. Casi un mes estuve escuchando un pitido agudo, causa de que al tronar una palomita no alcancé a aventarla y estalló cerca de mi oído. No medía uno peligro ni consecuencias, pese a que cada año no faltaba quien visitara la Cruz Roja por las quemaduras de algún cohete traicionero de mecha corta, o por el exceso de confianza al maniobrar la pólvora.

Sobre el peculiar sonido de los cohetes, en algunos rumbos se alcanzaba a escuchar el de una pistola que dejaba en claro dos cosas: que Fulanito tenía arma y que estaba ebrio, porque sólo así se atrevería a dispararla sabiendo que las balas perdidas podían darle a un chamaco. La cruda moral del empistolado duraba todo un año, la familia y los amigos se encargaban de que así fuera desterrándolo de las fiestas, “porque ya borracho le da por tirar”.

Un día, esta su amiga sintió como si alguien le rozara el pelo, agarrado en una cola, a la vez que escuchó un siseo, seguido de un “clac”. En lo que me llevé la mano a la cabeza voltee a ver como un ropero se rompía. Asustada ante el inminente regaño empecé a tratar de explicar lo sucedido, con igual desconcierto que vehemencia. Más desconcertada quedé cuando, lejos de regañarme por la extraña avería, la Matriarca me abrazó llorando: una bala perdida había sido la causa. La vi cerca.

Con los años uno fue escuchando como a una pistola le respondía otra, y a esas otras una metralleta, y a esa otra metralleta otra más. Así se fue la cadena año con año, hasta imponerse sobre la sirena del cuartel de bomberos y las campanas de las iglesias que eran las que anunciaban las doce.

Para recibir este 2009, por todos los medios se implora cambiar las balas por abrazos y que, por piedad, no disparen. En los noticieros locales recomiendan resguardarse en el lugar más seguro de la casa. De paso, avisan que la misa de gallo será a las seis de la tarde.

A dos de tres cierra el 2008 dando gracias por el favor de su atención, porque el que Usted lea éstas líneas hace que esto valga la pena. Cierra recordándole que los comentarios, las invitaciones, las mentadas y hasta las felicitaciones se reciben en adosdetres@hotmail.com

La de la letra cierra asumiendo su incompetencia para establecer qué año los culichis decidimos derogar la ley de gravedad, olvidándonos que todo lo que sube tiene que bajar, incluyendo las balas; cuándo el salir a dar el abrazo de Año Nuevo se convirtió en práctica de alto riesgo y el disparar al aire dejó de ser motivo de destierro para pasar a la alabanza.

Que tenga un feliz Año Nuevo, con todo lo bueno que pueda caber en un abrazo.

lunes, 15 de diciembre de 2008

A dos de tres

Marisa Pineda

“En el portal de Belén rin rin, yo me remendaba, yo me remendé, yo me eché un remiendo, yo me lo quité”. La Navidad está a la vuelta de la esquina, los villancicos en español y en inglés se escuchan por todos lados. A dos de tres no iba a ser la excepción y empezó con villancico. Es tiempo de dar y recibir; de que la ansiedad ande con nosotros como piedra en el zapato; de sentir como el desasosiego invade el pensamiento, poco a poco, día a día, hasta ponernos contra la pared. Es tiempo de responder ¿qué le doy al que me tocó en el intercambio?
El ritual empieza con el nombramiento de un encargado de coordinar el intercambio de regalos. La candidatura recaerá en quien se lleve mejor con la mayoría o esté menos empleitado con los demás.
Luego viene el cuestionamiento ¿vas a entrar al intercambio? Si se topa con alguien cuyas secuelas de intercambios anteriores son muy graves la inmediata respuesta será un rotundo “no”, seguido de la narración de la frustrante experiencia de recibir una utilísima gorra de baño como regalo. Exceptuando esos casos, antes de dar un sí o un no la respuesta general será otra pregunta: ¿de a cuánto va a ser?
En esa etapa se da la primera criba. El número de participantes que queden definirá el replanteamiento del monto del regalo, con el correspondiente cabildeo, hasta encontrar el número que permita alcanzar una mayoría y un presunto buen obsequio para todos. La democracia tiene sus buenos momentos.
Enseguida vendrá una fase que exige toda la concentración, capacidad, esmero y cuidado del coordinador del intercambio: la hechura de los papelitos. Esos cachitos de papel son parte fundamental, en ellos el pecado de omisión o repetición de nombres es garantía de malos momentos y resabios que no se borrarán jamás. Es más fácil olvidar con quien bailó la posada del año pasado, a la vez que se quedó con las manos vacías porque a nadie le tocó.
Anotados los nombres de los participantes y depositados los papelitos en la improvisada urna, toca el turno al azar. Se escudriñan las bolitas de papel en busca de alguna pista, una letra que se alcance a ver, algo que indique que no es el nombre del Fulanito que nos cae gordo. Si por mal fario nos tocara y de algo valen las súplicas, puede que el coordinador se haga de la vista gorda permitiendo regresar el papel a la urna y tomar otro, no sin antes advertir “si te vuelve a salir ni modo, ya te tocaba”.
Después, viene un arduo trabajo de inteligencia para averiguar qué quiere el destinatario y de paso deslizar en el conocimiento general lo que uno desea de regalo. Aquí empiezan las mandas pidiendo al Santo Patrono de los Intercambios que no le hayamos tocado a Perenganito, quien es tacaño hasta con él mismo.
Así se van los días y cuando menos se piensa, el coordinador aparece con sonrisa de duende de la Navidad: “no se te olvide, mañana es el intercambio, a las dos”. ¡En la merry kristmas! aún no se ha comprado el regalo, córrele porque cierran el centro comercial. Una vez ahí, empezarán las llamadas de auxilio “hey, qué dijo Sutanito que quería de regalo”, la confidencialidad del destinatario, tan celosamente guardada, pasa a la historia en aras del desespero. Al día siguiente el saludo habitual se convierte en un pase de lista, ver a alguien sin algo empacado equivale a inasistencia.
“A ver, vamos a empezar, Fulanito le da a Sutanita y Sutanita a quien le tocó y así se va la cadenita” y allá va la cadena de abrazos, de parabienes y de obsequios. Si todos quedan con algo en las manos el Coordinador sentirá como le quitan la loza de la espalda. Cumplió su encomienda y la cumplió bien.
Es entonces cuando empieza el proceso que definirá si esa fue la despedida en los intercambios. En esta parte cada uno de los cuatro lectores tiene su propia lista de los diez regalos más recordados. El Departamento de Estadística de A dos de tres propone que los comparta a través del correo adosdetres@hotmail.com (a los de ese departamento a veces les aflora una curiosidad morbosa).
La de la letra es muy fácil de consentir, esa simpleza ha servido para considera que hasta ahora ha tenido buena suerte en los intercambios, incluso cuando recibió una botella de champú con aroma de fresa, que hacía que las moscas revolotearan sobre su cabeza.
Alguna vez, en la primaria, cuando abrí el obsequio las carcajadas de todo el salón hicieron llorar a quien me dio el regalo. Yo no entendía el llanto de aquel niño y el no entendía mi felicidad por unos calzones bien bonitos, con olanes tupidos y moños; una compañerita acabó con el momento al reclamar al lagrimoso: “por qué lloras, al menos tu mamá compró unos con chinitos, a mi me tocaron unos sin nada”.
La dependencia de esta su amiga al chocolate le ha servido para considerar motivo de júbilo recibir en el intercambio una tablilla mediana de chocolate presidente, o dos paletones corona con seis chiclosos de natilla montes más la explicación “dijo mi mamá que con los chiclosos y lo que le costó el moño se completa la cuota que pusieron”.
En otro intercambio me regalaron un par de muñequitos, el que fueran vestidos de novios hacía sospechar que eran recuerdo de un casorio, encontrar bajo la base una tarjetita que decía “recuerdo de nuestra boda” lo confirmaba. Reducto de una mesa de bodas fue también un portarretratos que recibí, un moño blanco que decía “Boda” lo delató.
En el conteo personal es memorable también un libro de autoayuda, pero más memorable aún un audiolibro de autoayuda (ese sí me afectó, lo reconozco); así como un perfume que ni como desodorante de baño se toleraba, la botella denotaba que la dueña original lo usó, no le gustó, lo guardó un buen de tiempo y en el intercambio encontró el momento oportuno para deshacerse de él.
Cuando A dos de tres estaba preparando los papelitos del intercambio, los del Departamento de Investigaciones comentaron que si bien la tradición de dar obsequios el 24 de diciembre tiene como referente los regalos que llevaron los Reyes Magos al niño Jesús, a Belén, la costumbre de intercambiar regalos proviene desde antes del nacimiento de Cristo mismo, allá por el siglo VIII A.C. en Roma. Con la extensión del imperio romano la práctica llegó a otras culturas. La religión católica, en su propósito de cambiar el significado de las celebraciones paganas pasó la práctica a la Navidad. Así, tribus como las germánicas al adoptar el cristianismo y, por ende, la Navidad, incluyeron la costumbre de intercambiar regalos. En América, la evangelización hizo lo propio.
No hay día que no se llegue ni plazo que no se cumpla, ¿Ya tiene lo que va a regalar?
Antes de poner punto final por favor permítame unas líneas de agradecimiento: a Sergio Sánchez, por compartir su sangre; a las trabajadoras sociales del STASAC, luz y guía en los pasillos del Hospital Regional Número 1 del IMSS (en Culiacán); a las enfermeras, trabajadoras sociales, camilleros y médicos del cuarto piso, del área de Ginecología; al doctor Pedro René Armenta y a su equipo. A todos ellos que ofrecieron calidez y atención a Doña Carmen Santos y el apoyo invaluable a la de la letra, mi agradecimiento infinito.
Cerramos como empezamos, con villancicos, por qué no: “Ya se va la rama muy agradecida porque en esta casa fue bien recibida. Ya se va la rama con patas de alambre, porque en esta casa se mueren de hambre”. Comentarios, sugerencias, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com. Que tenga una semana plena de regalos bellos.

martes, 9 de diciembre de 2008

A dos de tres
Marisa Pineda
“Caballero profesionista, con buena posición económica, soltero, alto, castaño, ojos claros, sin vicios, gusta de la vida sana, le gustaría relacionarse con damitas de 19 a 24 años, solteras, para entablar bonita amistad con fines más serios. Espero tu carta.”
Así eran los anuncios que aparecían en Rutas de Pasión, fotonovela italiana que se popularizó en México por allá en la década de los 70. En ese tiempo el internet no figuraba ni en las alucinaciones del común.
En los 60, 70 y aún a principios de los 80 las fotonovelas reinaban en los puestos de revistas. Para las señoras más cercanas al tostón Corín Tellado era la consentida. Las adolescentes se inclinaban por la fotonovela Musical (que tomaba el nombre y letra de una canción de moda y de ahí desarrollaba la trama), mientas que el espectro de las de 20 a 40 años elegía entre Cita, Novelas de Amor, Nocturno, Capricho, Cita de lujo (el lujo consistía en que su tamaño era como tres centímetros más grande que las demás), Amiga y Rutas de Pasión.
En aquellos melodramas, en el bando de los galanes estaban: Carlos Piñar, Rogelio Guerra, Jorge Rivero, Andrés García, Sergio Goyri, Juan Ferrara, Jaime Moreno, Fernando Allende, Roberto Jordán, Ricardo Blume, Guillermo Capetillo, Frank Moro, Juan Antonio Edwards. Las bellas estaban representadas por: Victoria Ruffo, Merle Uribe, Daniela Romo, Verónica Castro, Lucía Méndez, Elizabeth Aguilar, Angélica María, las hermanas Alicia y Carmelina Encinas, Laura Zapata y un largo etcétera.
A diferencia de las telenovelas, donde tenían que pasar años para ver la palabra Fin, las telenovelas tenían principio y final en el mismo número. Ediciones especiales, con repartos de lujo que llegaron a incluir a Sandro de América, extendían la historia en dos y hasta tres números, anunciándose como “Edición de colección”.
La fotonovela como tal surgió en Italia en 1946 con Almas Encadenadas, de ahí pasó a España y luego a América, donde en la década de los 60 y 70 tuvo su mayor apogeo. Por su temática, se dividió en rosa y negra. El bando técnico era el melodrama romántico por excelencia: muchacha conoce a galán, se enamoran, alguien se opone, un villanazo les hace la vida imposible, vencen los obstáculos, triunfa su amor, fin. En el bando rudo la temática ponía los pies en el suelo: mesera intima con cliente, descubre que está casado, se enoja, lo agrede con cuchillo cebollero, la encarcelan, en la cárcel conoce a un abogado de oficio, le reducen la sentencia por buena conducta y porque el amasio (en serio, así llamaban a los amores que no daban la cara al sol) sobrevivió al acuchillamiento, cumple la condena, ya libre inicia un romance con el abogado de oficio -soltero por cierto-, aprovecha esta segunda oportunidad, fin. Pero la fotonovela negra tenía otra opción más negra y real aún: la mesera mata al tipo, va a la cárcel, fin.
Las fotonovelas tenían algo más que la historia: incluían un poster, receta de cocina, consejos de belleza, el rincón sentimental donde se podían llorar las penas y recibir un consejo del tipo “habla con tus padres, si les expones tus inquietudes con respeto y convicción seguramente ellos apoyarán tu decisión de ser azafata del aire. Mucha suerte y ánimo”. Cabe comentar que, hubo una fotonovela, española, que se llamó “Azafata del aire” y puso a ese oficio de moda.
Pero había una sección que era tan importante como la historia misma que se fotonarraba: la sección de Amigos por correspondencia. Rutas de Pasión era la que más páginas dedicaba a esa parte, con anuncios de hispanoparlantes de América y Europa. Esa fotonovela nos permitió a muchas descubrir a los galanes italianos. Por su nombre, en numerosos hogares estaba prohibida. La palabra pasión desataba prejuicios y obligaba a asilarla abajo del colchón, compartiendo lugar con las de monas bichis de los hermanos mayores.
Luego de ver uno a los protagonistas italianos, como por hechizo traspasaba las imágenes a los anuncios de amistad. Con la mejor letra se emprendía la tarea de escribir al caballero profesionista, alto, castaño, de ojos claros que se imaginaba copia fiel al que aparecía dos páginas atrás.
El enfrentamiento con la hoja en blanco empezaba con la hoja misma: había que elegir el papel adecuado. Las amistades por correspondencia empezaban, pues, en papel blanco o beige; si prosperaban pasaban al azul, amarillo o a decorados alegres con calcomanías y dibujos hechos por uno mismo. Si llegaban a romance, el papel cambiaba a rosa.
De pronto, un día, llegaba una carta más pesada que las anteriores, en ella venía la foto. Prácticamente se destrozaba el sobre de la emoción. La foto consolidaba o acababa con los fines más serios. Descubrir que el galán que se había construido en el imaginario, efectivamente tenía los ojos claros; el pelo castaño, pero muy escaso; era alto, si 1.68 se considera como tal; le gustaba la vida sana, “no tiro mi dinero en refrescos, cuando puedes tomar agua en casa” ; sin vicios “no gasto en licor o tabaco, me reúno tres veces a la semana con un grupo de amigos a jugar cartas y apostar algo de plata, pero no es vicio. No tengo vicios, ni voy a bares, soy muy hogareño”.
El galán epistolar, quien decía ser licenciado de profesión (por licenciado entiéndase abogado), ya había despertado la suspicacia cuando en la primera misiva escribió: “no sabes cuanto gusto me a dado resibir tu carta, eres una mujer muy sentrada y ceria”. El tipo efectivamente era soltero “vivo con mi madre, la mujer que sea mi esposa deberá ser una hija más para ella, amorosa y obediente” y, se le había pasado ponerlo en su anuncio, pero estaba próximo a cumplir los 40 años. Un partidazo.
La llegada de la foto provocaba que la interfecta respondiera en la siguiente carta “espero que pronto encuentres el amor de tu vida porque eres una persona muy valiosa, yo seguiré siendo tu amiga”, o de plano guardara la pluma y el papel y se escondiera en cuanto divisaba al cartero.
Una vez que la foto había definido el destino, casi siempre se regresaba a revisar las páginas de los amigos por correspondencia, secciones que hasta la revista Vanidades y el semanal Libro Vaquero o el Libro Sentimental incluían en sus contenidos.
Con el acceso del televisor a las casas, y el relajamiento de la censura en cada vez más temas, la telenovela le fue ganando terreno a la fotonovela hasta sacarla totalmente de los puestos de periódicos. A diferencia del comic, que ha resurgido, la fotonovela parece haberse extinguido por completo, aunque antes de desaparecer dejó herederos. Muchas de las historias que hoy se ven en la televisión, como los casos de la vida real o aquellos donde la vida es una canción tienen en su árbol genealógico a la fotonovela. La sección de amigos por correspondencia se mudó al internet, cuyos alcances y posibilidades son inmensos e innegables; sin embargo, ni ello puede reemplazar el entusiasmo de elegir un papel, hacer la mejor caligrafía, depositar en el buzón un sobre como quien deposita una botella al mar y escuchar el sonido del cartero con la respuesta del Caballero profesionista, con buena posición económica, soltero, alto, castaño, ojos claros, sin vicios, quien gusta de la vida sana y desea relacionarse con damitas de 19 a 24 años, solteras, para entablar bonita amistad con fines más serios.
Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe, comentarios, sugerencias, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com Que tenga una semana como de fotonovela rosa.

lunes, 1 de diciembre de 2008

A dos de tres
Marisa Pineda
“El dinero no es la felicidad. ¡Ah! Pero como se le parece”. Con esa contundencia Manolito apabulla a Susanita, en la tira cómica Mafalda, autoría de Joaquín Salvador Lavado “Quino”. Las tiras llegaron a México en doce libros que fueron, y siguen siendo para muchos, el primer acercamiento con lo que se convertiría en una filosofía de vida.
Mafalda empezó a publicarse el 29 de septiembre de 1964 en el semanario “Primera Plana” (Buenos Aires), de ahí pasó a “El Mundo” (1965 a 1967, en que cerró el diario) y concluyó en “Siete Días Ilustrados” (1968 al 25 de junio de 1973, cuando Quino se despide de los lectores). Las historias presentan a una niña, primogénita de una familia de clase media, y su forma de ver el mundo en una época marcada por el rock, el comunismo, el totalitarismo, la píldora anticonceptiva, la llegada del hombre a la Luna. Una suma de historias que si bien transcurren en la Argentina de aquellos años, se han convertido en lugar común para las generaciones de entonces y, aún, de ahora.
Mafalda llegó a la barriada de la de la letra cuando esta su amiga estaba en la secundaria. Una vecina, algunos años mayor que nosotros, era quien compraba los libros de Quino, ostentándolos como prueba contundente de su autoproclamada mentalidad abierta. A las amistades de su misma edad, en cambio, les presumía su colección de novelas Jazmín, Perla, Pasión y las de Bárbara Cartland. Liberal o conservadora, lo bueno era que compartía con el vecindario sus Mafalda, sin importarle que le regresáramos los libritos con las hojas despegadas y las pastas gastadas tras pasar de mano en mano.
Con cada libro que llegaba el grupo se iba decantando; por un lado quienes declaraban abiertamente que preferían las entregas semanales de Rarotonga o la fotonovela Musical, la Cita o la italiana (traducida, claro) Rutas de Pasión. Por el otro, los que conchuda y descaradamente nos preguntábamos “cuando irá a comprar la nueva (Mafalda) para que nos la preste”.
Si bien la tira toma el nombre de Mafalda, los demás personajes son igual de protagónicos, ingeniosos y entrañables: Manolito (hijo de abarrotero, vedado para las letras, aspirante a multimillonario); Susanita (excelente chismosa, cuya meta es casarse y tener hijitos), Felipe (con fobia a la escuela y fanático del El Llanero Solitario), Miguelito (pésimo músico, admirador de Louis Armstrong en cuyo honor se hace llamar El Famoso Trompetista de Color); Libertad (diminuta… de tamaño, irónica como ella sola), Guille (hermano menor de Mafalda, egoísta, con gran sentido común). De Mafalda, Umberto Eco ha hecho la mejor descripción: “heroína iracunda que rechaza al mundo tal cual es… reivindicando su derecho a seguir siendo una niña que no quiere hacerse cargo de un universo adulterado por los padres”. La de la letra sólo puede agregar: no le gusta la sopa y es admiradora de Los Beatles.
En aquellos tiempos más de un simpatizante de Mafalda adoptó la pose y emprendió una ardua labor de autoconvencimiento para detestar la sopa. Responder a los padres con las ingeniosas frases que Quino ponía en boca de sus personajes costó muchos regaños y castigos. Regaños, sarcasmos y abiertas burlas recibieron también los que intentaron reemplazar en su hablar cotidiano el vos por el tu, el ché por el compa, el pibe por el plebe y el sos por el eres.
Pero si algo lograron hacer los regaños y los años en los fanáticos de Mafalda fue volver más creíbles y entrañables las historias de los personajes. Tiempos traen tiempos, y aún cuando Quino ha sido fiel a su propósito de no repetirse y despidió la serie en 1973; de ahí a la fecha han aparecido las compilaciones “Diez años con Mafalda”, “Mafalda Inédita” (que celebra los primeros 25 años de la historia y contiene 48 “tiras y dibujos nunca publicados en libro” que aparecieron en “Primera Plana”) y “Toda Mafalda” más de 600 páginas con las Mafaldas públicas y privadas, en edición de lujo.
Los albores del nuevo siglo trajeron vía internet un artículo que habla del futuro de los personajes de la historia en su edad adulta. El presunto final estaba bien lejos del que los fanáticos hubiéramos querido. El que Manolito se suicidara tras la quiebra de sus abarrotes en una crisis económica y el que Mafalda muriera atropellada por un camión, no eran desenlaces dignos de los personajes, mucho menos si el vehículo que mató a Mafalda era militar o de una empresa de sopa, imágenes ambas de aquello que la nena más detestaba.
El humor negro tiene límites, y aquel mensaje que tanto circuló por internet cruza las barreras. Una cosa es que la historia hiciera de lo cotidiano un lugar común y otra, muy distinta, que terminara como podría haber sido en la vida misma.
El mensaje aquel quedó como tantas otras historias que nadie sabe cómo surgieron o quien las escribió, pero que fuerza de reenvío llegan a pasar por ciertas.
Así fue hasta esta semana en que Quino vino a México para promover la reedición de “Mafalda Inédita”. La presentación fue marco para que el autor aclarara que Mafalda no murió y, más aún, que le sorprendía la inventiva nacional. Las noticias coinciden: “en medio de risas el caricaturista aseguró que muchos mexicanos le han dicho yo vi la tira dibujada por usted, cuando, reconoce, que jamás se la hubiera imaginado y que, cuando conoció semejante leyenda tan graciosa le provocó un ataque de risa”.
“Esa leyenda del camión de sopa, porque hay varias versiones, una que es un camión de la policía, otra que es un camión de sopa, nació aquí en México”, reiteró Quino.
La de la letra suelta el cuerpo. ¡Uuufff! Menos mal. Algo así me imaginaba, que iba a ser como esa otra historia que las cadenas de internet le atribuyen a Jorge Luis Borges y resulta que es autoría de Johnny Welch y El Mofles. No dudo que el ventrílocuo Welch (también licenciado en Derecho, con maestría en Criminología) tenga buenos textos, pero Borges es Borges.
Con los años, muchos descendientes de Mafaldófilos han adoptado el gusto tras descubrir “esos libros de monitos” en los estantes, cartones o bibliotecas de la familia. Con ello Mafalda ha reafirmado su intemporalidad y Quino ha quedado a la altura de Nostradamus, cada línea de sus tiras ha sido un vaticinio. “El mundo está malo, le duele el Asia”. “Lo peor es que el empeoramiento empieza a empeorar”, arañan hoy la categoría de profecías.
También con los años, aquellos lectores primeros han confirmado su preferencia por tal o cual personaje. Para muchos resultará blasfemia, pero a esta su amiga le encantan Manolito y Susanita. Desde un principio los hice míos, porque al ser tan opuestos abarcan todo el espectro y porque tienen bien claro lo que quieren en la vida y no hay tentación alguna que los haga cambiar de metas.
Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe, comentarios, sugerencias, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com. Que tenga una semana en que, parafraseando a Manolito, los cheques de las burlas no tengan fondos en el banco de su ánimo.