jueves, 17 de julio de 2008

A dos de tres

Marisa Pineda

Por el Malecón Niños Héroes, al oriente, abrieron no hace mucho una gasolinera, que sería una más, de las ya muchas que hay en la ciudad, de no ser por el Señor Letrero.

Este no es igual a los letreros que la de la letra colecciona, a los cuales, por cierto, se acaba de sumar el gastronómico “favor de no meter los pepinos y los rábanos al guacamole”. No, este es un letrero vivo.

Me explico: Le contaba que por el malecón, al oriente, no hace mucho abrieron una gasolinera. A diferencia de las demás de su especie, esta estación no se localiza en esquina, sino a media cuadra. Su ubicación, aunada a que por ahí los vehículos pasan hechos la raya, haría pensar que surgió destinada al fracaso. Sin embargo, el ingenio no tiene límites y llevó a colocar al Señor Letrero para alertar a los automovilistas que ahí podían cargar combustible.

A la entrada a la estación, desde las seis de la mañana hasta que se mete el sol, se coloca un hombre con una cartulina que dice Gasolinera, bajo la palabra una flecha. Él es el Señor Letrero.

En su libro “Trabajos bizarros”, Nancy Schiff reseña empleos que considera de lo más extraños. Figuran: Directora de Colegio de Niños que Desean ser Niñas, Doctor de Muñecas, Pulidor de Monedas, Inseminador Artificial (de reses, es prudente precisar) y así por el estilo hasta completar 65 labores. Su lista no incluye Letrero.

Ser Letrero no ha de ser tarea fácil. En una ciudad donde el sol cae a plomo (y el plomo cae como sol) durante la primavera, el verano, el otoño y parte del inverno; donde de junio a septiembre la temperatura diaria oscila de los 34 grados, cuando amanece fresco, a los 45 cuando hace calor, estar a orilla de banqueta, sentado bajo un arbolito enclenque se ve como una labor de resistencia y valor.

La de la letra (ociosa que es) muchas veces se ha preguntado ¿Alguien le habrá dado alguna vez las gracias al Señor Letrero por el servicio que brinda? Quedarse tirado en el malecón viejo por falta de gasolina califica como pesadilla. Si ello ocurre, uno va a necesitar tanto gasolina como árbol genealógico para que se lo recuerden. Un vehículo varado en el viejo malecón equivale a una fila de varios kilómetros de autos pitando y mentándosela a uno al unísono. De ahí la importancia del trabajo del Señor Letrero.

Esta su amiga también se ha preguntado ¿Qué quería ser de grande el Señor Letrero? Cuando la de la letra estaba chica, esa cuestión se planteaba cuando de plano estábamos aburridos. Eran los tiempos en que era más importante saber quien tenía churpias la cartita que nos faltaba para completar el álbum que llenábamos en ese momento. Aún así, sabíamos que el futuro algún día nos iba a alcanzar y, aún cuando todavía faltaba mucho “para hacernos viejos”, especulábamos. Las opciones no eran muchas, oscilaban desde el impositivo “mi papá dice que voy a ser maestro para pasarme su lugar” hasta el voy a ser doctor, ingeniero, arquitecto o licenciado, entonces sinónimo de abogado. Las mujeres teníamos opciones más limitadas aún: enfermera, maestra, secretaria o empleada de algún establecimiento comercial.

Pero había también otros oficios que eran inalcanzables para aquella plebada. Oficios que se mencionaban con respeto y admiración mayúscula: Bombero, Socorrista de la Cruz Roja, Músico, Cirquero y Policía.

En ese Culiacán el Policía de Barrio era la máxima figura de respeto rumbo por rumbo. El policía de barrio gozaba del respeto y hasta el cariño de las familias. Respeto y aprecio ganados a pulso. Si uno emprendía la huída para no tomarse la emulsión escot (¡guácala!, dos veces ¡guácala!), si uno no quería hacer los mandados o se rebelaba contra la tarea, la advertencia familiar era “te voy a acusar con el policía”. Por la tarde, en cuanto caía el sol, y el sonido del silbato anunciaba que el guardia había llegado, el temor invadía, “Le van a decir al policía” y, créame, le decían. Y ahí venía el poli a recordarle a uno que debía obedecer a los padres, respetar a las personas mayores y hacer la tarea “para no quedarse burro”.

Un día, el policía llegó y casa por casa fue anunciando que esa era una despedida. Una decisión, ajena a él, daba por concluido su trabajo en aquel barrio y lo concentraba en su estación para dar vida a nuevas estrategias de seguridad, que sin duda serían más efectivas. Culiacán crecía, se modernizaba y había que estar a la altura de los nuevos tiempos.

Hubo más de una lágrima entre aquellos que veíamos al policía como parte nuestra, como un miembro más de la barriada. En su honor se ofrecieron comelitonas a las que se le pidió invitara a su familia. No había manera de agradecerle todo lo que había hecho por nosotros, desde ayudarnos a abrir un frasco de mayonesa que ni metiéndolo en agua caliente cedía, hasta atrapar a un fulano que le había enseñado sus partes pudendas a las muchachas en edad de merecer. Tampoco había explicación que valiera para justificar su ausencia. Ya no iba a estar con nosotros, esa era la realidad y lo demás sólo eran palabras.

No faltó quien ejerciera su derecho de pataleo y propusiera: y si vamos a pedir que lo dejen, a decir que aquí es útil, que es un seguro para todos nosotros, para los niños, para las casas, para los negocios. La iniciativa prosperó y allá vamos. En la estación de policía nos encontramos un grupo similar proveniente de otros rumbos. A ellos, a nosotros, y a los que siguieron detrás de nosotros nos explicaron que eran las nuevas medidas, que en vez de tener un policía en el barrio a partir de entonces tendríamos una patrulla con más elementos que estaría vigilante.

Efectivamente, todos los días, a las mismas horas pasaba la perica, como le llamaban antes a las patrullas. El recorrido anunciado se cumplía con puntualidad tal, que era sinónimo de una hora determinada. “Regresa a la hora en que pasa la perica”. “Llegaste bien tarde, ya pasó la perica” o “Llegaste temprano, no ha pasado la perica”. Sin embargo, aún con aquella puntualidad, algo había cambiado.

Ya han pasado lunas y lunas de eso que le cuento; sin embargo, a últimas fechas me he acordado mucho de ese tiempo, de que cuando regresamos de la estación de policía a nuestras casas, la banqueta estuvo sola. No salimos, nadie lo hizo. De súbito descubrimos lo que es sentirnos vulnerables, indefensos.

Que tenga una excelente semana. Comentarios, saludos, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com. Muchas gracias por leer estas líneas y con ello hacer que esto valga la pena.