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Marisa Pineda
La edición 2008 de “Infierno en el ring” puso en juego las que son, hoy por hoy, diez de las más preciadas cabelleras de la lucha libre. La batalla fue en
La lucha libre es, después del futbol, el deporte más popular en México. A diferencia del balompié, en el arte del pancracio sí somos potencia. La lucha es también parte de nuestra identidad. Basta decir que la patente de la máscara la tiene una empresa mexicana; Deportes Martínez, cuyo fundador don Antonio Martínez, oriundo de Guanajuato, y de oficio zapatero, fue quien elaboró la primera tapa en la historia de la lucha, fue para el Ciclón McKey, gladiador estadounidense. Años después, manufacturó las máscaras de El Santo, Blue Demon, el Huracán Ramírez y El Solitario. El negocio sigue funcionando, lo maneja uno de sus hijos, está por la calle Río de
La lucha libre es catarsis. Nadie en una lucha, así sea villamelón o entendido, permanece incólume. Todos terminan dejando salir sus emociones, y es que la lucha tiene la particularidad de romper la voluntad de quien la presencia, obligándolo a adoptar una actitud. Rudo, técnico o todo lo contrario, la lucha pone al espectador contra las cuerdas y lo hace tomar partido.
Esta edición de Infierno en el Ring reunió, por el bando de los técnicos, a Shocker, el Negro Casas, Heavy Metal, Marco Corleone y Alex Koslov, todos ellos agrupados bajo el nombre de Estrellas del Consejo Mundial de Lucha Libre (CMLL). Los rudos, estuvieron representados por la camarilla de los Perros del Mal; con Damian 666, el Tejano Jr., el Terrible y Mister Águila, comandados por el Hijo del Perro Aguayo.
El poder de la máscara es incuestionable. El luchador enmascarado está dispuesto a renunciar a sí mismo, para transformarse en el personaje elegido. Por ello, cuando el enmascarado pierde la tapa, lo pierde todo. Son muchas las carreras que se han derrumbado al caer la máscara; sin embargo, hay otros, unos cuantos, que al entregar la tapa han dejado salir personalidades avasallantes, renaciendo cual fénix. Rey Bucanero y Shocker son claros ejemplos.
A diferencia de los enmascarados, el poder de los luchadores sin máscara radica en ir por la vida asumiendo su condición. El luchador sin máscara no deja guardado en el vestidor al personaje, le da vida cada que alguien lo reconoce. Lo acepta y lo asume.
Cualquier máscara de luchador requiere, por fea que sea, un depurado trabajo artesanal. Hay algunas que implican una labor de filigrana, por lo complicado del diseño, como la de Canek, Solar, Máscara Sagrada, Mephisto, Averno o el Místico. Hay otras, cuya sencillez exige precisión milimétrica en la manufactura, como la de El Santo y la de Blue Demon. Otras, logran proyectar fuerza y estética al mismo tiempo, como la de El Rayo de Jalisco, y hay otras que tienen ese no se qué, que qué se yo, que logran dar un nuevo sentido a aquello de lo cual parten, como es el caso de la de Coco Rojo, Coco Amarillo y Coco Azul; tres máscaras de payaso que, sin más nada, infunden miedo.
El luchador que no usa máscara no tiene más respaldo que su personalidad y su carisma para ganarse al público y, así como para el encapuchado perder la tapa es perderlo todo, para él perder la cabellera es escarnio público, es señalamiento, exhibición y constante recordatorio de la derrota.
Si Sansón no fue el mismo luego de que Dalila lo rapara, en la lucha es igual. Nada de que “total es pelo y crece”. El que gana la cabellera gana la fuerza del contrario. Gana la supremacía.
Cuando se prefabrica a una estrella de la farándula, el corte de pelo es fundamental. Las estilistas no me dejarán mentir. Farrah Fawcett fue el más claro ejemplo de ello en la década de los 70. Todo mundo quería tener la greña igual y hasta salió un champú con su nombre que uno usaba mañana, tarde y noche, con la remota esperanza (¡ja!) de tener el pelo como ella. En los 80, fue todo un acontecimiento cuando Ricky Martin se cortó la greña, y ni se diga cuando Luis Miguel sorprendió en su video
En Culiacán, el operativo de seguridad Culiacán-Navolato, al margen de los resultados en números, ha dado lugar a muchas historias. Una de ellas, es la de una señora que estaba en un salón de belleza de la colonia Guadalupe. De esto hará cosa de un mes, acababa de comenzar el operativo y era el tema de conversación de los culichis (ya ve que somos retelurios y cuando hay algo nuevo, trátese de lo que se trate, allá vamos. Al mes se nos olvida). Pues ahí tiene que estaba la doña esa de la “jai” haciendo cera y pabilo de la delincuencia, más precisamente de los narcos (apócope de narcotraficante).
Cuenta la historia que a la doña la enjundia le alcanzó para despotricar ininterrumpidamente lo que tardan en retocarle los rayitos y en hacerle pedicure, algo así como tres horas por aquello de que, ya sea con papel aluminio o gorra, se lleva un buen sacar los mechoncitos. Ahí tiene que en eso, otra señora que también estaba guapeándose, se levanta, abre la bolsa y saca de ella una pistola con cacha enjoyada y, con toda calma, le pide al resto de la clientela abandone el lugar. El arma, pistola al fin, hizo que no hubiera necesidad de repetir la orden y allá van todas a como estaban. No importó si se pasaba el tiempo del peróxido o si la pintura de las uñas no se había secado, todas salieron. La dama del arma solicitó a la peluquera, propietaria del salón, que se quedara y, ya las tres solas, le pidió rapara a la mujer que había puesto fonda con los presuntos narcos.
Dicen que antes de que la señora clamara clemencia, ya la máquina recorría su cabeza con más rapidez que la del fígaro de
En
Hoy domingo se celebra en México el Día del Padre, ni crea que a la de la letra se le olvidó. Va desde aquí un abrazo y la felicitación a todos aquellos que son padres o tienen la dicha de contar con él.
Ya sabe, comentarios, sugerencias, mentadas, invitaciones y hasta felicitaciones en adosdetres@hotmail.com Muchas gracias por leer estas líneas y con ello hacer que esto valga la pena.