A dos de tres
Marisa Pineda
Anda circulando en internet una presentación en pauer point titulada "Puro Sinaloa". Comienza con la de vergüenzas que pasamos en otros sitios, cuando decimos que somos de por acá. Continúa con el reconocimiento al problema del narcotráfico y enseguida extiende la invitación a que la entidad libre de tal pecado tire la primera piedra.
¡Ah, verdad!, ya empiezan a hacerse esos silencios incómodos en los que se voltea mal disimuladamente para todos lados. La presentación hace luego un recuento de la riqueza natural de Sinaloa y ofrece una muestra de los sinaloenses que han brillado en las artes, las ciencias, el deporte y la cultura, todos ellos reconocidos por propios y ajenos.
En la lista figuran, entre muchos otros, Juan de Dios Bátiz, Jesús Kumate Rodríguez, Inés Arredondo, Teodoro Higuera, Jared Borguetti, Pedro Infante, Lola Beltrán, la Banda de El Recodo y ¡épale!, falta doña Chayito Valdez.
Que quiere, el escucharla en cuanta rocola había por los rumbos donde se crió la de la letra, convirtió a Chayito en entrañable. Sí, porque antes de Paquita, de Jenny y de la D'Alessio estuvo Chayito Valdez cantando aquello de "paloma de dónde vienes, vengo de San Juan del Rio, cobíjame con tus alas porque me muero de frío". Chayito confesando, sin culpa o arrepentimiento: "tres veces te engañé, tres veces te engañé, tres veces te engañé..." , Chayito sumando éxito tras éxito.
Dentro de los archivos en la memoria de esta su amiga, están las incontables ocasiones en que vió llegar la ambulancia a alguno de los pomposos restaurantes-bares (más bares que restaurantes) o a las francas cantinas, en busca de un parroquiano malherido que había osado exigir, de muy mala manera, que quitaran a Chayito de la rocola, y por respuesta había recibido el botellazo certero de la Señorita Cantinera, que era fan de la Valdez.
De aquella época del despegue de Chayito Valdez, data también el recuerdo del personaje que le dio a la de la letra su primera lección de comprensión hacia las personas con capacidades diferentes: El Paya Paya.
Deje le aclaro que si la comprensión y el respeto que tenemos hoy día es insuficiente, eche el tiempo hartos años atrás e imagínese. Como sucede cuando uno esta frente a algo que no conoce, casi siempre se va por el camino del rechazo, del temor o del más claro miedo. En aquellos tiempos la mayoría de los culichis conocíamos tan poco de las capacidades diferentes.
El Paya Paya era o es (ignoro si ya murió) un mudo. Suficiente para que en muchos hogares de la barriada se dijera que no hablaba porque estaba loco; por ende, la instrucción era que, cuando se le divisara, se huyera de él. Ello dio como resultado que más de una vez, cuando alguien iba perdiendo en la lotería, alertara "ahí viene el Paya Paya". Tras el corredero el juego se decretaba sin ganador y a empezar de nuevo. De tan socorrido, el recurso perdió credulidad. ¿Cruel?. Sí, mucho y, más que cruel, vergonzozo.
Pero, como en todo, nunca falta quien ante lo desconocido reacciona con curiosidad, por malsana que ésta sea. Afuera de la casa materna había un sitio de taxis, no faltó el chofer que se dio a la tarea de investigar cuan loco estaba el mudo. En menos de una hora descubrieron que el Paya era tan poco cuerdo como cualquiera de los normales, que era un hombre trabajador, que tenía familia, que le gustaba escuchar la radio, leer el periódico y las historietas y que era una chucha cuerera en el dominó.
El porche (de patio, no de auto, no vaya a usted a creer) de la casa de la matriarca se convirtió en el sitio de reunión para los torneos de dominó. En lo que el Paya esperaba a sus oponentes,le contaba a la de la letra sus historias, le cantaba en lengua paya y cuando llegaba llorando porque alguien se la había sonado, le pedía lo llevara hasta donde estaba el agresor. Una vez ahí, haciendo uso de la fama que la ignorancia le había conferido, levantaba los brazos, miraba fijamente y pronunciaba ¡P A A A! ¡Y A A! lo más fuerte que podía. Regresábamos riéndonos de la cara de susto del rijoso.
Es por ello que esta su amiga no es afecta a los espectáculos de mimos: ninguno es como el Paya Paya, quien debía su apodo a que "pa" y "ya" eran los únicos sonidos que podía emitir, suficientes para escribir en los diccionarios de aquel grupo un nuevo significado a las palabras respeto y comprensión.
Viene a colación lo anterior porque en Culiacán esta de visita una exposición que se llama Mil Colores (en la Galería de Arte Moderno, ubicada en el centro, en la esquina de Buelna y Paliza, y no cobran la entrada). Obras con técnicas y temas variados con un común denominador: son producto del talento indiscutible de los alumnos de la Escuela Mexicana de Arte Down.
Dicha escuela es resultado del apoyo de mucha gente; sobretodo, del empeño, la voluntad, la vocación de servicio y el amor hacia los demás, de Sylvia García Escamilla, motor de la Fundación John Langdon Down, A.C.
(¡Nah!. Ni levante la ceja, no es quedadera de bien, es simplemente rendirse y disfrutar esos momentos, en que la vida pone frente a uno a alguien con una grandeza superior de espíritu).
Al recorrer la muestra y encontrar esa otra forma de ver la vida y el mundo, vinieron a la memoria un par de personajes culichis que, sin proponérselo, contribuyeron en mucho al reconocimiento de los derechos y capacidades de las personas con Síndrome de Down: Panchito y Wingo Mongolowsky.
En la década de los 80, en el centro de Culiacán, era estampa común encontrar a un joven ataviado con pantalón y camisa de los mismos colores al del uniforme de los tránsitos. Un silbato y una cachucha como la de los oficiales, completaba su atuendo.
Alguien, quien sabe quien, dijo que se llamaba Panchito, y no tardó mucho en que automovilistas y peatones le confirieran la autoridad que le correspondía. Si usted quería cruzar la calle por donde no debía, o quería estacionarse en doble fila, había que checar primero a ver si no estaba Panchito; pues, si lo cachaba, no se salvaba de la regañada y la multa. En los embotellamientos, al grito de auxilio “Panchito haz algo, pues”, seguía una silbatina que destrababa el nudo gordiano.
El esfuerzo de Panchito dio frutos y un día, en una ceremonia oficial que encabezó el entonces gobernador Antonio Toledo Corro, Panchito fue nombrado Comandante Honorario de la Dirección de Tránsito. Recibió el uniforme oficial, en medio de unos de los aplausos más prolongados y sinceros de que se tenga memoria en esa dependencia.
También en esos tiempos, surgió un artista muy popular en Culiacán: Wingo Mongolowsky.
En su libro "Personajes y anécdotas en extinción", el cronista José Piña González, dedica un capítulo a Álvaro Susano Carrasco, quien al convertirse en la primera voz del grupo musical Mixer Metal tomó el nombre artístico de Wingo Mongolowsky.
Para el público de entonces, el Wingo era no un joven con Síndrome de Down sino un estupendo comediante, con una excepcional facilidad para aprender e improvisar rutinas.
Con el tiempo, ambos personajes (porque llegaron a serlo) desaparecieron de la vida pública. Cuenta la historia que ya no están en este mundo; sin embargo, su paso no fue en vano. Hoy se dice que una de cada cuatro familias sinaloenses, tienen un miembro con alguna capacidad diferente. Quizás ni Wingo, ni Panchito, ni el Paya Paya lo supieron, pero contribuyeron a que cada vez haya más personas que comprendan a esa una de cada cuatro familias.
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Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Que tenga una excelente semana.