martes, 1 de abril de 2008

A dos de tres
Marisa Pineda
“El valiente vive hasta que el cobarde quiere”, decía mi abuela y en las últimas semanas los “emos” han hecho válido ese dicho. Hartos de ser agredidos por otras tribus urbanas, se organizaron y al grito de “órale Doña Chonita nosotros somos más” se enfrentaron a “darketos”, “punketos” y demás clanes que ya los tenían hasta el copete.
El pleito, que inició hace como dos semanas en el Distrito Federal, se extendió a ciudades como Querétaro y Puebla, prendiendo los focos rojos en todo el país. A falta de respeto, ya no más se pide tolerancia y que entierren el hacha de guerra, para continuar con la armoniosa convivencia aquí y allá.
Eso de las tribus urbanas es un fenómeno exclusivo de los nuevos tiempos; sólo que los nuevos tiempos datan desde que el mundo es mundo. En Culiacán, allá por la década de los 70, surgieron los “cholos”. Movimiento que llegó del norte, inspirado en la obra teatral (después película) de Luis Valdez, “Zoot suit”.
Cuando los cholos se vestían de gala, haga de cuenta que estaba viendo a Tin-Tán. Para el diario, el atuendo constaba de pantalones con el tiro a las rodillas, color caqui (el negro era para las fiestas o para los muy elegantes). La camiseta iba con o sin mangas, pero siempre blanca. Los zapatos eran como rescatados del baul del abuelo, negros, bien relucientes; la versión deportiva era con unos Converse de lona. Como accesorios se usaban una cadena en el pantalón, que podía rematar en una cartera o un reloj, y un sombrerito de pachuco. El que tenía algún pariente en Tijuana o en “el otro lado” ya la había hecho, porque eso garantizaba el envío de pantalones “Diquis” y camisetas “Fruit of the loom” no sólo originales, sino también comprados allá, lo que daba un estatus de superioridad. Para los carentes de familia en el gabacho no faltaban la fayuca. Por el boulevard Leyva Solano, enfrente del Parque Revolución, enseguida de donde vendían cachitos de lotería, hubo una tienda que era visita obligada para todo aquel que se quisiera decir cholo.
A los cholos siguieron muchas otras tribus urbanas: los hommie o raperos, los skatos, los punkeros, los metaleros, los darketos, los emos y los que practican el cosplay, que no es otra cosa más que ir por el mundo disfrazado como su personaje de ficción favorito. En un encuentro de cosplay es de lo más común ver a la Bellota y al Mohohoho de la mano.
Los miembros de esas etnias padecieron, cada uno en su momento, ser calificados como drogadictos, delincuentes, vagos sin oficio ni beneficio por el mero hecho de seguir una moda. Algunos, es cierto, tomaron por el camino de la delincuencia; pero la mayoría se convirtió en ingenieros, maestros, arquitectos, abogados, médicos, empresarios y un largo etcétera, corroborando que aquello fue una moda que, como casi todas las modas, se recicla.
En el lapso que lleva abierto el Caso Emo, han surgido toda clase de chascarrillos y apodos a expensas del movimiento de estos chamacos que visten pantalones de pitillo, camisetas de niño, tenis tipo converse o vans y, como carácterística principal, un copetote lacio baba, que les cubre medio rostro. ¡Ah! Y otro aspecto muy importante: el pelo debe ser invariablemente negro. Jamás verá a un emo güero, ni castaño. Llevado a sus extremos quienes practican el “emotional hardcore” (de ahí el apócope de “emo”) se autoinflingen heridas y son proclives al suicidio.
En Culiacán, los emos tienen ya por lo menos tres años reuniéndose en la plazuela Obregón, justamente en la esquina de Obregón y Rosales. A lo largo del día hay grupitos, que por las tardes crecen en número. Algunos llegan con una patineta bajo el brazo, como quien cargara un libro. Se juntan, platican, ven a los danzoneros, gruperos y cristianos que a lo largo de la semana se instalan en el kiosco y su periferia. Antes de que salga la última corrida de camiones urbanos se dispersan silenciosos, con los ojos escondidos entre el copetón, arropados por la noche y su actitud de no vale nada la vida, la vida no vale nada. (Bajo ese concepto de emocional extremo ¿sería acaso José Alfredo el primer emo?, ya me quedó la duda).
Al igual que en otras ciudades los emos culichis han sufrido la intolerancia de otras tribus. En los “tokines” (alguna vez conocidas como conciertos) suelen ser la torta de “darketos” (pantalón y camiseta negra, cadenas, seguidores de las fuerzas oscuras. ¡Uuuy!) y “metaleros” (pantalón de mezclilla y playera negra con el logotipo de la banda de preferencia, greña larga y enmarañada, poco afectos al agua y al jabón) quienes no se tientan el corazón para agredirlos, la más de las veces verbalmente, otras tantas a puntapiés.
Pero si diversidad se trata hay otra tribu urbana culichi que es el coco de emos, darketos, metaleros y comunes: los buchones.
Pero como esa última tribu urbana es de Culiacán para el mundo, merece capítulo aparte. Pendiente.
Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Un abrazo, que tenga una feliz semana.
Y recuerde: comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones, por favor, en adosdetres@hotmail.com