jueves, 18 de octubre de 2012

Vendedores ambulantes




Marisa Pineda

Hubo una vez en el Culiacán del bulbo y el transistor unos vendedores ambulantes imborrables para quienes tuvimos la suerte de conocerlos. Con el ruidito que producía el movimiento de sus mercancías anunciaban su paso. Iban vestidos impecablemente, cual gerentes, recorriendo las calles cargando al hombro, con más maña que fuerza, lo que en los hechos era toda una tienda departamental. Le platico.

A las generaciones del Culiacán pre-digital (para que no se oiga tan feo)  nos tocó conocer una forma de comercio que ya se extinguió: la de los vendedores que cargaban con su centro comercial al hombro. La tienda era un bastidor de madera forrado con paño, con hilos que lo cruzaban horizontalmente de lado a lado y algunas bolsas, de la misma tela, en las cuales se acomodaban los artículos que necesitaban más espacio. La parte posterior del bastidor hacía las veces de bodega, con bolsas en las que se guardaban inventarios suficientes para reponer la pieza que se iba vendiendo.

Así como la identidad corporativa incluye los uniformes del personal, así aquellos vendedores se agenciaban su uniforme de diario;  pantalón oscuro, negro o azul marino, camisa de manga larga en colores claros, blanca, azul o beige, y zapatos bien lustrados. Nada de botas o tenis, zapatos de agujetas bien boleados, aunque acabara de llover.

Por muy ambulantes que fueran, cada tienda tenía su identidad comercial, dada por la manera en que el vendedor acomodaba  la mercancía. También había promociones del tipo dos por uno, y rebajas que dependían de esa ley de la economía conocida como regateo.

En el departamento de caballeros se ofrecían  lentes de sol y graduados, peines chiquitos para la bolsa del pantalón, glostora para que el pelo quedara brilloso, grasoso y oliendo a petróleo por más que el envase dijera aroma a maderas, a lavanda o a vetiver, así como broches para asegurar documentos. Los señores de ese entonces cargaban en la bolsa de la camisa cuanto papel se imagine, los que aseguraban con esos broches que evitaban que al agacharse el archivo se desparramara por el suelo.


En el área de damas la vendimia incluía carteras, espejitos, lentes para sol, bisutería, polvo angel face, bolsitas de champú que parecían almohadillas (y provocaban unas tremendas ganas de aplastarlas), así como lociones Maja y Tabú “El cómplice de sus triunfos amorosos”.
El mercado infantil no quedaba excluido de la vendimia. Para la plebada se ofrecían yoyos, pontenis, rompecabezas (unos cuadritos con números que había de reacomodar) y los delatores peines quita piojos.  El pontenis era para las niñas uno de los más populares juguetes. Se trataba de una raquetita de madera con un mono irreconocible impreso a una tinta, con un hilo elástico que del otro extremo tenía una pelotita. La gracia consistía en estar tap-tap-tap dale y dale a la pelotita hasta que esta caía fuera de la tabla o el hilo se reventaba. Visto a la distancia resulta un juego bobo. A su favor podemos abonar que no necesitaba pilas y repararlo era sumamente sencillo, bastaba con anudar el hilo roto o remplazar la pelota y a seguir jugando.

Dicen los que dicen saber que el comercio nació ambulante, que la expresión tienda  inicialmente se refería  a la tela tendida para proteger el puesto, y luego cambió para designar el espacio construido en el cual se comercializaban las mercancías. Pero con el tiempo no sólo cambió el comercio establecido, el tiempo también se llevó aquellas tiendas departamentales de fácil transportación.

Muchas gracias por leer estas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Que tenga una semana de buenos trueques. Invitaciones, comentarios, sugerencias, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com En Twitter estamos en @MarisaPineda. Si ya leyó A dos de tres como sea se lee un libro. Anímese, yo sé lo que le digo.