lunes, 5 de diciembre de 2011

Nostalgias anticipadas


Marisa Pineda
 
El tiempo no se detiene. Ya es diciembre. Hora de sacar la parafernalia navideña, a propósito de eso el Heroico Cuerpo de Bomberos acaba de emitir una serie de recomendaciones para prevenir incendios, entre ellas figura emplear arbolitos artificiales en vez de pinos naturales. Ello significó algo de alivio al ánimo, pues desde siempre a la par del gusto que me produce ver los arbolitos naturales obsequiando felicidad con su aroma y sus adornos, me entristece saber que el futuro que les espera es muy triste, pues están condenados irremediablemente a la hoguera o a esa muerte lenta que es aventarlos al basurón.

Desde que recuerdo padezco una especie de animismo con los arbolitos de Navidad (hasta el momento se reduce a los arbolitos y a ponerle nombre al contestador telefónico, hoy buzón de mensajes, llamado Archibaldo, el mayordomo electrónico) cada que veo como transportan uno lo imagino gozando sus cinco minutos de fama, en un sitio privilegiado donde todos lo admiren y contemplen que bien luce con sus adornos.
Pero enseguida se me abolla el ánimo sabiendo que le pasará como a algunos cachorritos, que al principio todo es ¡Ay! qué bonitos, pero a medida que crecen se les quita. Algo así pasa con los pinos naturales, allá va uno a comprarlo y anda, mira, ese que está más repollón, que tiene las ramas más tupidas y que huele más.

Y sin importar nada, adquiere uno el árbol y si no lleva camioneta viene la primera traba ¿Cómo nos los llevamos? No cabe en la cajuela. Idea: al techo del vehículo. Aprobado. Súbanse todos porque amarrándolo no se va a poder abrir ninguna puerta. Se suben todos, el conductor entra por la ventanilla y allá va el auto con el árbol y varios pares de manos se asoman asegurándolo. Al llegar con él, todos salen por las ventanillas. Sonríen. Bromean. A nadie parece incomodarle la maniobra. Prueba superada. Viva el júbilo de la Navidad.

¿Dónde lo ponemos?  Donde todos lo vean. A tupirlo de luces y adornos y a disfrutar de él hasta que llegue el 2 de enero y se convierta en un estorbo. Para entonces habrá empezado a secarse, las agujas en el piso darán testimonio de que los días no han pasado en balde y el aroma comenzará a hartar. Lo que sigue, confieso, me resulta triste. En lo que se arrastra al pino rumbo a algún solar baldío se escucha “¡Ay! ya estaba bien seco, soltaba mucha basura, era un peligro” como si se tratara de justificar el deshacerse de él.

En algún momento la figura aquella que representó el espíritu navideño pasó a emular la de algún ser maligno al cual hay que destruir en la hoguera. En sus últimos instantes, dará una alegría más, esta vez al pirómano en ciernes que disfrutará ver cómo arde el pino hasta convertirse en una olorosa historia.

Causa de esos vándalos es que se establecieron puntos de recolección de pinos navideños. Va, los deposita y en lo que pasa el camión para llevárselos al tiradero puede verlos formados como veteranos que esperan resignadamente el fin, amparados en el orgullo de saber su misión cumplida. Por eso, ahora que recomendaron optar por pinos artificiales sentí algo de gusto.

En la barriada donde crecí no se estilaban los pinos naturales, se adornaba una rama seca o algún árbol común de los que había en las casas. Los pudientes tenían de esos arbolitos plateados que volvieron a ponerse de moda, los vestían con esferas de un sólo color, decían que era lo “nice”.

El plástico chino aún no invadía los comercios y las esferas eran de vidrio, bien brillosas. Con cada Navidad no eran pocas las que quedaban hechas añicos en el cumplimiento del deber. El árbol se adornaba con tanto entusiasmo como cuidado de no destruir las piezas. Si había niños pequeños o mascotas había que colocar el árbol en un sitio protegido de las mermas que la curiosidad provocara. Si se organizaba pachanga, lo primero era poner a salvo el arbolito de los bailadores y de los malacopa.

Al tiempo, la importación masiva de pinos canadienses alentó el empleo de arbolitos naturales. Los productores nacionales emprendieron una exhaustiva campaña publicitaria para alentar la compra de arbolitos mexicanos. Al final, visitantes y locales fueron desplazados por los pinos artificiales chinos.

Es precisamente uno de esos pinos chinos el que le dio a la de la letra una de las experiencias inolvidables de la Navidad. Ocurrió un día en que al hermano que la vida me regaló le llegó el espíritu navideño y se enamoró de un arbolito que divisó en una tienda. “A poco no está hermoso” decía y sí, se veía lindo. ¿Nos lo llevamos? Preguntaba en lo que unía la acción a la palabra, desembolsando la cantidad solicitada por un asombrado vendedor que no dejaba de insistir “¿Se lo va a llevar… ¡¿Así?!” Sí, respondía él con la seguridad que le caracteriza y así se lo llevó, más bien así nos lo llevamos.

Y allá vamos, acaparando las miradas,  cargando con un árbol navideño ricamente adornado. En lo que mi hermano abría paso entre el gentío que abarrota el centro de Culiacán en esas fechas, a la vez guiaba a quien cargaba el arbolito, pues las ramas impedían la visibilidad; otro recogía los adornos que caían al piso o se los arrebataba a los acomedidos que pretendían quedárselos como souvenir y uno más cargaba los cables de las extensiones, cuidando que nadie los pisara, porque el árbol se compró con todo y foquitos.

Al llegar al vehículo el espectáculo continúo. El dichoso árbol no cupo, no pregunte cómo, pero logramos acomodarlo como un pasajero más. La puerta, corrediza, permitía a los demás ver al árbol en calidad de copiloto y fotografiarlo. Botados de la risa accedimos a que el trayecto se hiciera casi a vuelta de rueda para que todo el que pudiera disfrutara el numerito. Al llegar a su lugar, la grandeza del arbolito aquel se vio disminuida por la altura del techo. El asunto se salvó subiendo el árbol a una mesa lateral. Adiós lámpara, bienvenido pino.

De entonces a la fecha ya han pasado algunos años y en cada reunión que sale el tema Navidad, ese árbol está presente. Al tiempo, hemos llegado a la conclusión que no era tan bonito como en ese momento nos pareció, es más, hay quien asegura que era más bien feo y que estaba sobrevalorado en precio, pero las carcajadas que provocó y sigue provocando lo valieron.

Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Por favor, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones en adosdetres@hotmail.com En Twitter estamos en @MarisaPineda

Que tenga una semana que deje divertidos recuerdos.

(PD: Don Autoridad, ya diciembre. ¿Cuántos inocentes cayeron a manos de la delincuencia? Hubo justicia siquiera para uno de ellos, más allá de la Justicia Divina. Si le apuesta a que el olvido termine de sepultarlos, error: no se nos olvida)