A dos de tres
Marisa Pineda
Cuando el respeto a la vida y a la muerte parece ir a la baja y ser una especie de moneda de curso legal, a esta su amiga tres sucesos le ratificaron que no todo está perdido: el exitoso trasplante de un corazón, ver cómo un grupo de desconocidos se organizó en segundos para ayudar a una persona atropellada y conocer de un equipo médico que exponiendo su propia vida salvó la de una mujer extirpándole una granada alojada en una mejilla. Como luego dicen “lo increíble de los milagros es que ocurren”.
A la de la letra le merma el ánimo ver como en la llamada lucha contra el crimen organizado y sus “daños colaterales” (Don Autoridad dixit) la vida y la muerte se reducen a un cotejo de cifras. Un encuentro sin empate, sin indulto, al que no se le ve límite de tiempo. Una lucha en que la muerte impresiona por el alto número de caídos en un solo golpe o por la manera en que fue privada la vida, con métodos cada vez más sangrientos, como sacados de alguna guía de la Inquisición.
En medio de los ejecutados nuestros de cada día, los noticieros presentan la imagen de un helicóptero de la Policía aterrizando en medio de una calle, una persona baja con una hielera y la entrega a otra. En el recipiente iba un corazón que un equipo de médicos logró trasplantar con éxito. Las escenas, como sacadas de un melodrama de emergencias hospitalarias, eran reales, producto de una sincronización perfecta sin margen de error. Cuando terminan de dar la noticia, la de la letra no puede reprimir una sonrisa. Fue verdad y pasó en México. Más sonrisa.
Días después de haber visto aquello, el sonido de un frenazo y un golpe seco llaman la atención. Se asoma una por la ventana y ve en medio de la calle a un señor tirado. En segundos, un par de automovilistas se detienen a auxiliarlo, quien presuntamente lo arrolló se queda a ayudarlo también. Arriesgando su vida, el par de samaritanos se interpone entre el cuerpo y los autos que siguen transitando en ambas direcciones. Un peatón toma las pertenencias del lesionado, las coloca en la banqueta y cuida de ellas como si fueran propias. Otro automovilista se detiene, se identifica como médico, atiende al herido y no se separa de él hasta que lo suben a la ambulancia.
Tal cual dicta la Guía Culichi para el Nuevo Ciudadano Modelo hay un buen número de conductores que ve al señor tirado, al grupo auxiliándolo y ¡claro! pitan para que se muevan. Un concierto de bocinazos hace saber que llevan prisa y ningún atropellado debe osar detenerlos. No obstante esa ausencia de urbanidad, a los de A dos de tres presenciar cómo un grupo de personas se organizó en segundos para auxiliar a un desconocido nos hizo sentir que no todo está perdido.
Pero aún faltaba un hecho más, lo que para nosotros es una de las pruebas máximas del respeto a la vida ajena y al compromiso en preservarla. El domingo 8 de agosto los periódicos de Culiacán informaban: Una mujer, de 32 años, había sido intervenida en el Hospital General de Culiacán para retirarle una granada que tenía alojada en una mejilla.
Se trataba, decían, de una granada calibre 40 milímetros. Para quienes no conocemos estos objetos, ni ganas tenemos de conocerlos, las fotografías en internet los presentan como una especie de balas gordas, de unos cinco centímetros. Se disparan con lanzagranadas o con rifles con aditamentos para tal caso; ello permite arrojarlas a mayor distancia o altura. Su radio de afectación directa es de 15 metros y el de daños secundarios alcanza los 25 metros.
La nota decía que un día antes la señora, madre de familia, estaba trabajando en una marisquería cuando se escuchó un ruido semejante al de una llanta al tronar, tras lo cual la vieron con el rostro ensangrentado. Su familia la trasladó al Hospital General de Culiacán. Ahí la valoraron y descubrieron que tenía incrustado un objeto cilíndrico que reconstruyeron en tercera dimensión.
No sabían de qué se trataba y llamaron al Ministerio Público para conocer si era alguna especie de proyectil de arma de fuego. Los agentes ministeriales lo ratificaron y pidieron el respaldo de elementos de la Secretaría de la Defensa Nacional, quienes orientaron al personal médico sobre el tipo de granada que se trataba y como debía manipularse. Once horas después de su llegada al hospital, la señora entró a quirófano y tras noventa minutos salía exitosamente de él. Personal militar experto en explosivos se llevó la granada y la paciente pasó a restablecerse.
El que a una persona le caiga una granada y viva para contarla creíamos que sólo pasaba en el cine, con piezas de utilería, pero esto fue real. Tan real como el riesgo que corrieron camilleros, enfermeras, internistas, anestesiólogos, los mismos militares que guiaron el proceso, todo el equipo liderado por la doctora Norma Lidia Soto Valle quienes se jugaron la vida en aras de preservar la de su paciente.
La familia de la afectada expresó su malestar por las once horas que transcurrieron antes de que la operaran. Tal disgusto se entiende, se trata de su ser querido, pero ojalá también se entienda que este hecho marca un antes y un después en las emergencias médicas. No es un secreto que la atención de heridas por arma de fuego va a la alza; sin embargo, este caso es un parteaguas que muestra el nuevo tipo de lesiones al cual los médicos podrían enfrentarse.
Para los de A dos de tres la hazaña de la doctora Norma Lidia Soto Valle y su equipo ratifica que todavía hay héroes, están donde uno menos lo espera. Lo alcanzado por el grupo que participó con la doctora Soto Valle queda ya para los anales de la medicina. Ellos confirman que lo increíble de los milagros es que ocurren.
Muchas gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com
Que tenga una semana de prodigios y milagros.
(PD: Señor Don Autoridad aquí hablamos de un caso en que alguien logró salvar su vida ante un hecho violento pero ¿Cuántos inocentes han caído esta semana a manos del crimen organizado? ¿Hubo ya justicia para ellos? más allá de la Justicia Divina. Si apuesta a que el olvido termine de sepultarlos, error: no se nos olvida.)