A dos de tres
Marisa Pineda
Diecisiete, dieciocho, die-ci-nue-ve… ¡uf!...veinte. Listo, ya terminó la rutina de ejercicios. ¿Qué? ¿Sigue otra? ¡Ay! no, luego, ahí se ven. Y uniendo la acción a la palabra toma el control remoto y le cambia de canal.
Ya para poder entrar en un atuendo, ya por salud, a lo largo de la vida uno emprende numerosos intentos por hacer ejercicio. En ese camino se encuentra con diferentes grupos: el de los fanáticos que viven por y para el gimnasio, el de los quienes por más que lo intentan no lo logran y el de quienes incursionan buscando obtener la máxima ganancia con el mínimo esfuerzo, incluyendo ver las rutinas por televisión como si su cuerpo fuera a recibir así beneficio alguno.
Los fanáticos son aquellos que no conformes con ir diario al gimnasio, acomodan en su casa un par de aparatos para ejercitarse los días que el local cierra. Tienen en la alacena botes de suplementos vitamínicos cual si fueran frascos de especias y viven predicando las bondades del ejercicio, la dieta balanceada y el rechazo a la comida chatarra.
En otro apartado están aquellos que entran y salen de uno y otro gimnasio. A cada ingreso se motivan adquiriendo mochila, ropa, tenis y hasta una botella nueva para el agua o la bebida rehidratante. Acuden puntuales, siguen la rutina que les indica el instructor, compran el suplemento que les recomienda, cambian sus hábitos alimenticios, pero un día algo los hace faltar. En cuanto pueden reponen la ausencia, pero más pronto que tarde la misma o diferente razón los hace repetir la falta. Y a esa falta sigue otra, no desprovista de cierto sentimiento de culpa, y otra y otra más, cuando menos se espera ya pasó un mes, y tres y seis sin pararse en el gimnasio, hasta el día en que de nuevo se decide y allá va. Y se repite la historia.
Pero hay un grupo más, uno al cual le es difícil tan sólo decidirse a ir al gimnasio. Un grupo que cuando va es porque un amigo (como el del grupo anterior) lo lleva prácticamente a rastras para aprovechar la promoción del dos por uno. Este grupo en vez de correr a comprar la ropa de moda para ejercicios, va con los pants que suele usar de pijama y la camiseta que le dio algún candidato en campaña (total, es para sudarla). Si se motiva cambiará la playera por la de algún equipo deportivo, un grupo artístico o una caricatura. Su botella para gimnasio será un envase vacío de agua purificada (sirven para lo mismo) que llenará en su casa o en el garrafón del local. Los tenis serán los del diario y todo su equipo consistirá en una toalla.
Ese grupo comprará el suplemento vitamínico a instancias del amigo (de nuevo para aprovechar el dos por uno), lo guardará y no volverá a saber de él hasta que haga limpia en la alacena y vea que caducó sin jamás probarlo. Es un grupo al cual, en alguna parte de su cerebro, se le enquistó la vana idea que con ver las rutinas de ejercicios por televisión algo quedaría en su cuerpo. Como si la tonificación muscular fuera a entrar por los ojos. A ese grupo pertenece esta su amiga.
Pero como en otras muchas tantas ocasiones, ahí tiene que me dije: la de la letra es hora de que empieces a hacer ejercicio. Pasando por alto que ya una vez tuve una caminadora que me dio dos grandes alegrías: cuando la armé (sobrándome tres tornillos y un alambrito) y cuando me deshice de ella (en el inter sirvió como perchero). Allá voy en pos del aparato adecuado.
¿Quién diseña los aparatos para hacer ejercicios? ¿Torquemada? Aquello parecía sacado de la guía para la construcción de aparatos para infligir dolor. Para empezar, ni de chiste es tan fácil como se ve en la televisión. En la tele sale un tipo musculoso, con el cuerpo aceitado y más brilloso que una foca, que se trepa y con suma facilidad empieza a moldear sus músculos. En la vida real uno se hinca y con los brazos deberá soportar toda su humanidad… arriba… abajo, y así hincado suplicará porque alguien le ayude a bajar antes de que sus meniscos queden hechos puré.
No sé si será moda, pero hay por lo menos tres aparatos en los que uno debe estar hincado y permanecer así como base de toda la rutina, cual si fuera penitencia para abonar a la expiación por el pecado de gula cometido.
Luego están los aparatos que tiemblan. Se sube, lo enciende y a diferencia de la tele en que el modelo se mantiene estable, uno lo que busca desesperadamente es no perder el equilibrio en medio del sangoloteo. Una vez que el vendedor se apiade, lo apague y lo ayude a bajar, pasará un buen rato antes de dejar de sentir que se le mueve todo, hasta aquellas partes de su ser que creyó imposibles que pudieran moverse.
Si lo que prefiere es algo medianamente económico le van a ofrecer una bola de ligas o poleas que se instala en la puerta. Y allá estará Usted escuchando como cada que estira un brazo o una pierna la puerta cruje y la perilla amenaza con desprenderse.
Pero no todo está perdido. Hay un aparato que parece haber sido hecho a la medida de nosotros los flojos. Consta de un par de ventosas unidas por un cable (parecido al del teléfono), funciona con baterías. Se coloca en el sitio a ejercitar, lo enciende y mediante impulsos eléctricos estimula el músculo. La caja dice que con sólo hacer eso le queda un cuerpo que haga de cuenta estuvo trabajando en el gimnasio por horas. Lo que no le dicen es que al momento de encenderlo sentirá como si hubiera metido los dedos en el tomacorriente. El cuerpo que soñó quizás lo logre si antes consigue vencer la sensación de estar recibiendo una descarga eléctrica y le toma gusto al dolor.
Sigo en busca del aparato adecuado y sigo viendo infomerciales como si ello me ejercitara. Mientras lo encuentro, le doy las gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com
Que tenga una semana estimulante.
(PD: Don Autoridad ¿Cuántos inocentes han caído esta semana a manos del crimen organizado? ¿Hubo ya justicia para ellos? más allá de la Justicia Divina. Si apuestan a que el olvido termine de sepultarlos, error: No se nos olvida.)