lunes, 23 de mayo de 2011

A dos de tres

Marisa Pineda

Que se armó la polémica al prohibirse en Sinaloa tocar narcocorridos en los establecimientos que cuenten con licencia de alcoholes, so pena de que esta les sea cancelada. Ya enrachado el Gobierno anuncia que el veto podría extenderse a camiones urbanos y taxis. Falta que nos precise ¿cómo haremos para que una medida bien intencionada no genere una escalada de extorsiones a los propietarios de licencias de alcoholes o concesiones de transporte, de darse esto último?

¿Se censurarán también las películas, telenovelas y libros estrechamente ligados a ese tema? Películas como El Infierno no sólo llenó las salas de cine sino que ha cosechado premios, telenovelas como La reina del Sur o El Cartel de los Sapos tienen a muchísimos pegados a la televisión y decenas de libros en torno al narcotráfico y sus protagonistas figuran dentro de los más vendidos en el país.

¿La prohibición excluirá otros géneros musicales e idiomas? Porque la apología al narcotráfico está también en el mafioso rap norteamericano, con emblemas como los finados Notorious B.I.G y Tupac Shakur; en el movimiento underground español (basta ver la portada del disco Alita de mosca, de Narco, por si el nombre del disco y del grupo no fueran suficientemente explícitos) y en el hip hop hardcore italiano con letras que dicen “cuando termine contigo no te va a reconocer ni la Virgen”.

Confieso que he escuchado narcocorridos cuando he escrito sobre ellos, todos tienen la misma estructura: Soy el más fregón, mis enemigos me temen, los poderosos me respetan, soy amigo de los amigos, despiadado con mis enemigos, no perdono las traiciones y no le tengo miedo a la muerte. Tan tan. Fuera de ese fin no oigo narcocorridos, rechazo la exaltación a quienes sustentan su valentía en un arma o en su nómina de matones sin respetar ni la vida ni la muerte.

Así como no me gustan los narcocorridos tampoco me gustan quienes en lo público pregonan su rechazo al narcotráfico y su subcultura pero en lo privado son fieles y callados consumidores de uno, o más, de sus productos; como tampoco me gusta la espectacularidad que sólo sirve para ganar espacios en los medios de comunicación. Mucha sangre está corriendo (y es gerundio) en Sinaloa y en todo México para buscar los 15 minutos de fama a base de mera polémica.

Y en esa polémica hay voces que aseguran que prohibir los narcocorridos en los antros impedirá contaminar a nuestra niñez con esos temas, obvian –o pretenden obviar- que a los niños no los dejan entrar a los antros, y la principal exposición a esas influencias está en su hogar, al seno de su propia familia.

Dirán también que es para que la juventud no tome esos antivalores y tienen razón, pero de nuevo obvian que antes que en los antros la plebada escucha esos mensajes en internet, principal vía de comunicación de las nuevas generaciones. ¿Cómo le vamos a hacer si con sólo poner en el buscador de internet Google “movimiento alterado” aparecen un millón 570 mil resultados, en 0.17 segundos? Si en el portal de videos Youtube figuran 7 mil 950 resultados para narcocorridos y 8 mil 180 si marca corridos para “El Chapo” Guzmán, más los de otros tantos narcotraficantes cuyo nombre desconocemos.

La intención del veto es buena, no está en duda; sin embargo ¿en qué se sustenta? ¿Hay algún estudio avalado el cual establezca qué porcentaje de narcotraficantes hoy presos incurrieron en ese delito a causa de los narcocorridos? A la hora de exigir resultados en la lucha contra el crimen a los ciudadanos nos salen con una retahíla de números, vengan pues los números en los resultados de esta prohibición, porque se nos olvida, o pretendemos olvidar, que censurar narcocorridos no es nuevo.

En 1986 en Michoacán hubo una iniciativa, sin éxito, al respecto. En Sinaloa, en 1987, el entonces gobernador de Francisco Labastida Ochoa acordó con los industriales de la radio y televisión que no se transmitieran dichos contenido; a la fecha, en los hechos, la radio sinaloense sigue cumpliendo el acuerdo puntualmente. Para el 2002 la censura a ese material la hicieron propia Baja California, Michoacán, Chihuahua, San Luis Potosí y Querétaro. Un año después se sumaron Nuevo León, Tamaulipas y Coahuila.

En el 2001, la Comisión de Comunicaciones y Transportes de la 58ª legislatura del Senado de la República exhortó al Ejecutivo Federal instruyera a las secretarías de Gobernación, Comunicaciones y Transportes, Educación Pública, al Sistema de Seguridad Pública y a la Consejería Jurídica de la Presidencia para realizar un estudio integral de la proliferación de reproducciones musicales y mensajes apologéticos del delito contra la salud y otros comprendidos en la Ley Federal Contra la Delincuencia Organizada, para restringir su repetición en medios electrónicos nacionales, principalmente en programas de radio y televisión.

Si la prohibición de narcocorridos en la radio comercial data de 1987 para Sinaloa y del 2002 para ocho estados más, en esas entidades ¿cuánto ha disminuido el índice delictivo con tal medida? Porque el rastro de sangre grita lo contrario. ¿Qué dice el estudio recomendado por el Senado de la República en el 2001?

En A dos de tres no estamos a favor de los narcocorridos y menos del llamado movimiento alterado. Ni siquiera alcanzamos a entender cómo puede animarse una fiesta cuya música canta: “con unas pinzas desmiembro aquel maldito sujeto… me hago belicoso al desfigurarlo”. No imaginamos a alguien bailando cuando la letra dice “lo he visto peleando también torturando, cortando cabezas con cuchillo en mano… sin remordimiento se mancha las manos de sangre caliente sin que haya cuajado”. No podemos imaginar una fila al ritmo “con la pecherona bien puesta y el tiro arriba mi compa”.

Tenemos claro que esos no son mensajes para difundir en el ritmo e idioma que sea; lo que no tenemos claro son los alcances de la prohibición ¿más allá de la sanción económica, de qué va a ir acompañada? ¿abarca canciones que son mera fantasía? Como Contrabando y traición. ¿Implica a cantantes ya finados como Chalino Sánchez, Valentín Elizalde o Sergio Vega “El chaka”, cuyos repertorios incluían narcocorridos? (Cuentan que El Chaka era el artista estelar en el cierre de una campaña política en Sinaloa, no alcanzó a presentarse pues un día antes fue asesinado. Su lugar en tal mitin no lo cubrió nadie).

¿Quién calificará en cada antro, en cada camión, en cada taxi, cual contenido está prohibido y cual no y en base a qué criterio? La prohibición de los narcocorridos en Sinaloa es tan bienintencionada y polémica como bienintencionado y polémico fue el registro de los números de teléfonos celulares so pena de quedarse sin el servicio (por cierto, la Cámara de Senadores ya lo eliminó porque no dio los resultados esperados, dijo). Cómo haremos, pues, para que una medida bienintencionada no genere una escalada de extorsiones, porque aunque no tengan corrido la corrupción y la extorsión son también delitos.

Muchas gracias por leer estas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com

Que tenga una semana apologética.

(PD: Señor Don Autoridad ¿Cuántos inocentes han caído esta semana a manos del crimen organizado? ¿Hubo ya justicia para ellos? más allá de la Justicia Divina. Si apuestan a que el olvido termine de sepultarlos, error: No se nos olvida.)



lunes, 9 de mayo de 2011

A dos de tres

Marisa Pineda

Diecisiete, dieciocho, die-ci-nue-ve… ¡uf!...veinte. Listo, ya terminó la rutina de ejercicios. ¿Qué? ¿Sigue otra? ¡Ay! no, luego, ahí se ven. Y uniendo la acción a la palabra toma el control remoto y le cambia de canal.

Ya para poder entrar en un atuendo, ya por salud, a lo largo de la vida uno emprende numerosos intentos por hacer ejercicio. En ese camino se encuentra con diferentes grupos: el de los fanáticos que viven por y para el gimnasio, el de los quienes por más que lo intentan no lo logran y el de quienes incursionan buscando obtener la máxima ganancia con el mínimo esfuerzo, incluyendo ver las rutinas por televisión como si su cuerpo fuera a recibir así beneficio alguno.

Los fanáticos son aquellos que no conformes con ir diario al gimnasio, acomodan en su casa un par de aparatos para ejercitarse los días que el local cierra. Tienen en la alacena botes de suplementos vitamínicos cual si fueran frascos de especias y viven predicando las bondades del ejercicio, la dieta balanceada y el rechazo a la comida chatarra.

En otro apartado están aquellos que entran y salen de uno y otro gimnasio. A cada ingreso se motivan adquiriendo mochila, ropa, tenis y hasta una botella nueva para el agua o la bebida rehidratante. Acuden puntuales, siguen la rutina que les indica el instructor, compran el suplemento que les recomienda, cambian sus hábitos alimenticios, pero un día algo los hace faltar. En cuanto pueden reponen la ausencia, pero más pronto que tarde la misma o diferente razón los hace repetir la falta. Y a esa falta sigue otra, no desprovista de cierto sentimiento de culpa, y otra y otra más, cuando menos se espera ya pasó un mes, y tres y seis sin pararse en el gimnasio, hasta el día en que de nuevo se decide y allá va. Y se repite la historia.

Pero hay un grupo más, uno al cual le es difícil tan sólo decidirse a ir al gimnasio. Un grupo que cuando va es porque un amigo (como el del grupo anterior) lo lleva prácticamente a rastras para aprovechar la promoción del dos por uno. Este grupo en vez de correr a comprar la ropa de moda para ejercicios, va con los pants que suele usar de pijama y la camiseta que le dio algún candidato en campaña (total, es para sudarla). Si se motiva cambiará la playera por la de algún equipo deportivo, un grupo artístico o una caricatura. Su botella para gimnasio será un envase vacío de agua purificada (sirven para lo mismo) que llenará en su casa o en el garrafón del local. Los tenis serán los del diario y todo su equipo consistirá en una toalla.

Ese grupo comprará el suplemento vitamínico a instancias del amigo (de nuevo para aprovechar el dos por uno), lo guardará y no volverá a saber de él hasta que haga limpia en la alacena y vea que caducó sin jamás probarlo. Es un grupo al cual, en alguna parte de su cerebro, se le enquistó la vana idea que con ver las rutinas de ejercicios por televisión algo quedaría en su cuerpo. Como si la tonificación muscular fuera a entrar por los ojos. A ese grupo pertenece esta su amiga.

Pero como en otras muchas tantas ocasiones, ahí tiene que me dije: la de la letra es hora de que empieces a hacer ejercicio. Pasando por alto que ya una vez tuve una caminadora que me dio dos grandes alegrías: cuando la armé (sobrándome tres tornillos y un alambrito) y cuando me deshice de ella (en el inter sirvió como perchero). Allá voy en pos del aparato adecuado.

¿Quién diseña los aparatos para hacer ejercicios? ¿Torquemada? Aquello parecía sacado de la guía para la construcción de aparatos para infligir dolor. Para empezar, ni de chiste es tan fácil como se ve en la televisión. En la tele sale un tipo musculoso, con el cuerpo aceitado y más brilloso que una foca, que se trepa y con suma facilidad empieza a moldear sus músculos. En la vida real uno se hinca y con los brazos deberá soportar toda su humanidad… arriba… abajo, y así hincado suplicará porque alguien le ayude a bajar antes de que sus meniscos queden hechos puré.

No sé si será moda, pero hay por lo menos tres aparatos en los que uno debe estar hincado y permanecer así como base de toda la rutina, cual si fuera penitencia para abonar a la expiación por el pecado de gula cometido.

Luego están los aparatos que tiemblan. Se sube, lo enciende y a diferencia de la tele en que el modelo se mantiene estable, uno lo que busca desesperadamente es no perder el equilibrio en medio del sangoloteo. Una vez que el vendedor se apiade, lo apague y lo ayude a bajar, pasará un buen rato antes de dejar de sentir que se le mueve todo, hasta aquellas partes de su ser que creyó imposibles que pudieran moverse.

Si lo que prefiere es algo medianamente económico le van a ofrecer una bola de ligas o poleas que se instala en la puerta. Y allá estará Usted escuchando como cada que estira un brazo o una pierna la puerta cruje y la perilla amenaza con desprenderse.

Pero no todo está perdido. Hay un aparato que parece haber sido hecho a la medida de nosotros los flojos. Consta de un par de ventosas unidas por un cable (parecido al del teléfono), funciona con baterías. Se coloca en el sitio a ejercitar, lo enciende y mediante impulsos eléctricos estimula el músculo. La caja dice que con sólo hacer eso le queda un cuerpo que haga de cuenta estuvo trabajando en el gimnasio por horas. Lo que no le dicen es que al momento de encenderlo sentirá como si hubiera metido los dedos en el tomacorriente. El cuerpo que soñó quizás lo logre si antes consigue vencer la sensación de estar recibiendo una descarga eléctrica y le toma gusto al dolor.

Sigo en busca del aparato adecuado y sigo viendo infomerciales como si ello me ejercitara. Mientras lo encuentro, le doy las gracias por leer éstas líneas y con ello hacer que esto valga la pena. Ya sabe, comentarios, sugerencias, invitaciones, mentadas y hasta felicitaciones por favor en adosdetres@hotmail.com

Que tenga una semana estimulante.

(PD: Don Autoridad ¿Cuántos inocentes han caído esta semana a manos del crimen organizado? ¿Hubo ya justicia para ellos? más allá de la Justicia Divina. Si apuestan a que el olvido termine de sepultarlos, error: No se nos olvida.)

lunes, 2 de mayo de 2011

A dos de tres

Marisa Pineda

"Tanta sangre y tanta venganza cómo pa'qué, pues": El Feroz

Cuando muy niña tuve un globo rojo con rayas azules, con un nudo como ombligo saltón del cual salía un trozo de piola. Era un globo más bien feo, pero era mi primer globo de gas y lo traje amarrado a la muñeca con sumo orgullo hasta el instante en que el viento me lo arrebató. En lo que brinqué y abrí las manos para tratar de recuperarlo quise llorar y no pude. Era como si el nudo que se había deshecho en la piola se pasara a un lugar entre el corazón y la panza aplastando fuerte para que las lágrimas se quedaran atrapadas hasta doler, doler en el cuerpo y doler en el alma. Así me sentí el lunes 24 de abril al enterarme que me habían arrebatado a mi amigo El Feroz, lo asesinaron.

El Feroz no era delincuente de ningún tipo. Su apodo sintetiza lo opuesto a su esencia y su asesinato es de los que autoridades han dado en llamar daños colaterales, refiriéndose a la cada vez más larga lista de inocentes que estuvieron en el lugar y momento equivocado.

Al Feroz lo conocí en casa de amigos comunes. Meses después coincidimos en el centro de trabajo, no recordaba mi nombre pero sí que aquella ocasión hablamos de la novela El filo de la navaja, de William Somerset Maugham. Porque El Feroz podía olvidar hasta los agravios recibidos, pero no a los autores, protagonistas o títulos de los libros leídos o por leer. Su capacidad para explicar de la manera más sencilla y clara las figuras literarias más complicadas lo hizo un maestro inolvidable en la escuela de Letras de la Universidad Autónoma de Sinaloa.

Esa capacidad sólo la superaba su don para hacer amigos y conservarlos. Un día me lo topé en un pasillo, venía de peregrinar por la ruta del café (las oficinas en las que él sabía podía conseguir una taza de café y, con suerte, galletas), esa vez me platicó un par de asuntos muy suyos y supe que en algún momento, que aún hoy no logro precisar, gané su confianza y el honor de llamarle amigo.

Con El Feroz compartí el gusto por las canciones de José Alfredo Jiménez y Joaquín Sabina, filósofos de cabecera; así como el placer culposo de buscar en el supermercado la caja con la fila más larga para leer las revistas de chismes del espectáculo, en lo que llega el turno de pagar.

Al Feroz agradezco que haya intentado justificar la capacidad de mi memoria para almacenar exclusivamente datos inútiles, buscando hacerla pasar como una especie de prodigio. “A poco crees que recordar libros y autores es así que tú digas ¡Uy! sí, que fregón. Si de eso se trata, de guardar chingaderitas que cuando menos te das cuenta ya tienen valor. De eso se trata la vida”, me consolaba.

Hipocondriaco mas no paranoico El Feroz era el más ferviente defensor de que quien nada debe nada teme. Al comentar los hechos de violencia cantidad de veces le escuché decir, “tanta sangre y tanta venganza cómo pa’qué pues. Eso deberían dejarlo para las novelas y las películas, si ya lo dijo José Alfredo: el destino todo cobra y nada olvida”.

Al hombre que sostenía que quien nada debe nada teme lo mataron sin deberla ni temerla. Vivía de su trabajo como maestro universitario y promotor de la lectura. No pertenecía a cartel alguno. Las armas las conocía por el cine y la literatura, no por haberlas tenido en sus manos. Venía de Guamúchil a Culiacán cuando quedó atrapado en medio de una de esas escenas como para las novelas o las películas –dijera él mismo-, ahí lo asesinaron.

¿Cómo que Feroz si tienes nombre de galán de telenovela venezolana? “Sí, me llamo Álvaro Antonio Rendón Moreno”, se presentó sonriendo la vez que confesé, al mucho tiempo de ser amigos: Estoy avergonzada, preguntaron tu nombre y no lo supe. Álvaro Antonio aunque cada vez más pocos me dicen así, ya soy El Feroz.

Con El Feroz prometí que quien llegara primero con Dios le preguntaría ¿Qué chingados es el arte contemporáneo? El completó “yo le voy a aclarar que yo no sé, yo soy de Mochis”. El Feroz tiene ya la respuesta. El Feroz ya está con Dios.